San Cirilo de Jerusalén,
Obispo y doctor de la
Iglesia
Fecha: 18 de marzo
n.: c. 315 - †:
c. 387
- país: Israel
Canonización:
pre-congregación
Hagiografía: «Vidas
de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Elogio: San
Cirilo, obispo de Jerusalén y doctor de la Iglesia, que, a causa de la fe,
sufrió muchas injurias por parte de los arrianos y fue expulsado con frecuencia
de la sede. Con oraciones y catequesis expuso admirablemente la doctrina
ortodoxa, las Escrituras y los sagrados misterios.
Oración: Señor, Dios nuestro, que has permitido a
tu Iglesia penetrar con mayor profundidad en los sacramentos de la salvación,
por la predicación de san Cirilo, obispo de Jerusalén, concédenos, por su
intercesión, llegar a conocer de tal modo a tu Hijo que podamos participar con
mayor abundancia de su vida divina. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que
vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos
de los siglos. Amén (oración litúrgica)
Fue una bendición que San Cirilo de
Jerusalén, hombre de apacible y de conciliadora disposición, haya vivido en el
tiempo de una encarnizada controversia religiosa. El duque de Broglie lo
considera como el representante «de la extrema derecha del semi-arrianismo, que
rayaba en la ortodoxia, o en la extrema izquierda de la ortodoxia, que se
acercaba al semi-arrianismo, pero no hay nada herético en sus enseñanzas».
Newman lo describe con mayor precisión, cuando dice: «parecía que tenía miedo
de la palabra 'Homousios' (consustancial); de enemistarse con los amigos de
Atanasio y con los arrianos; de haber permitido la tiranía de estos últimos; de
haber participado en la reconciliación general, y de haber recibido de la
Iglesia honores, que tanto en su vida como después de su muerte, a pesar de
todas las objeciones que puedan hacerse, si se examina bien su historia, no
fueron inmerecidos» (Prefacio de la traducción del Catecismo de Cirilo p. II).
Si no nació en Jerusalén (c.
315), fue llevado allí y sus padres, que eran probablemente cristianos, le
dieron una excelente educación. Adquirió un vasto conocimiento de las Sagradas
Escrituras, que citaba frecuentemente en sus instrucciones, entrelazando unos
pasajes bíblicos con otros. Parece que fue ordenado sacerdote por el obispo de
Jerusalén san Máximo, quien apreciaba tanto sus dotes, que le confió la difícil
tarea de instruir a los catecúmenos. Sostuvo su cátedra de catequesis durante
varios años; en la Basílica de la Santa Cruz de Constanza, vulgarmente llamada Martyrion,
para los illuminandi, o candidatos al bautismo, y en la Anástasis o iglesia de
la Resurrección, para los que se bautizaban durante la semana de Pascua. Estas
conferencias se daban sin libro y los diecinueve discursos catequísticos que
han llegado hasta nosotros, son quizá los únicos que fueron escritos. Son de
gran valor, pues contienen una exposición de las enseñanzas y ritos de la
Iglesia de mediados del siglo IV y forman el primitivo sistema teológico.
Encontramos también en ellos interesantes alusiones al descubrimiento de la
cruz, a la descripción de la roca que cerraba el santo Sepulcro y al cansancio
de los oyentes que habían practicado largos ayunos. No sabemos por qué
circunstancias Cirilo sucedió a Máximo en la sede de Jerusalén. Tenemos dos
versiones de sus oponentes, pero no coinciden entre sí. San Jerónimo, que nos
dejó una de ellas, parece tener prejuicios en contra de él. Sabemos de cierto
que san Cirilo fue consagrado legalmente por los obispos de su provincia y si
el arriano Acacio, que era uno de ellos, esperaba poderlo manejar fácilmente,
se equivocó por completo. El primer año de su episcopado acaeció un fenómeno
físico que hizo una gran impresión sobre la ciudad. De este fenómeno envió
noticias al emperador Constantino en una carta que aún se conserva. Se ha
puesto en duda su autenticidad, pero el estilo indudablemente es suyo y aunque
interpolada, ha resistido la crítica adversa. La carta dice: «En las nonas de
mayo, hacia la hora tercera, apareció en los cielos una gran cruz iluminada,
encima del Gólgota, que llegaba hasta la sagrada montaña de los Olivos: fue
vista no por una o dos personas, sino evidente y claramente por toda la ciudad.
Esto no fue, como podría creerse, una fantasía ni apariencia momentánea, pues
permaneció por varias horas visible a nuestros ojos y más brillante que el sol.
La ciudad entera se llenó de temor y regocijo a la vez, ante tal portento y
corrieron inmediatamente a la iglesia alabando a Cristo Jesús único Hijo de
Dios».
No mucho después de que
Cirilo tomara posesión, empezaron a surgir discusiones entre él y Acacio,
principalmente sobre la procedencia y jurisdicción de sus respectivas sedes,
pero también sobre asuntos de fe, pues Acacio para entonces estaba imbuido en
la herejía arriana. Cirilo mantuvo la prioridad de su sede, como si poseyera un
«trono apostólico»; mientras que Acacio, como metropolitano de Cesarea, exigía
la jurisdicción sobre ella, recordando un canon del Concilio de Nicea que dice:
«Ya que por la costumbre o antigua tradición, el obispo de Aelia (Jerusalén)
debe recibir honores, dejemos al metropolitano (de Cesarea) en su propia
dignidad mantener el segundo lugar». El desacuerdo llegó a una contienda
abierta y finalmente Acacio convocó un Concilio de obispos partidarios suyos,
al que Cirilo fue citado, pero rehusó a presentarse. Se le acusó de contumacia
y de haber vendido propiedades de la Iglesia, durante el hambre, para auxiliar
a los necesitados. Esto último sí lo había hecho, como también lo hicieron san
Ambrosio y san Agustín y muchos otros grandes prelados que fueron ampliamente
comprendidos. De todos modos, el fraudulento concilio lo condenó y fue
desterrado de Jerusalén. Salió para Tarso, donde fue hospitalariamente recibido
por Silvanus, un obispo semi-arriano, y donde permaneció en espera de la
apelación que había hecho a un tribunal superior. Dos años después de su
deposición, llegó su apelación ante el Concilio de Seleucia, que estaba
integrado por semi-arrianos, arrianos y muy pocos miembros del partido
ortodoxo, todos ellos de Egipto, Cirilo tomó asiento entre los semi-arrianos
que lo habían ayudado durante su exilio. Acacio objetó violentamente su
presencia y abandonó la reunión, aunque regresó pronto a tomar parte en los
debates subsecuentes. Su partido tenía minoría, así que fue depuesto, mientras
Cirilo fue reivindicado.
Acacio se fue a
Constantinopla y persuadió al emperador Constantino a que reuniera otro
concilio. Agregó nuevas acusaciones a las antiguas y lo que verdaderamente
encolerizó al emperador, fue saber que las vestiduras que él mismo había
regalado a Macario para administrar el bautizo, habían sido vendidas y luego
vistas en una representación teatral. Acacio triunfó y obtuvo un segundo
decreto de exilio en contra de Cirilo, un año después de haber sido repuesto a
su sede. A la muerte de Constantino en 361, su sucesor Juliano llamó a todos
los obispos a quienes Constantino había desterrado y Cirilo, junto con los
demás, regresó a su sede. En comparación con otros reinados, hubo pocos
martirios durante la gestión de Juliano el Apóstata, quien cayó en la cuenta de
que la sangre de los mártires era la simiente de la iglesia, y procuró con
otros medios más refinados desacreditar la religión que él mismo había
abandonado. Uno de los planes que tramó, fue la reconstrucción del templo de
Jerusalén, con el fin de mostrar la falsedad de la profecía de su ruina
permanente. Los historiadores de la Iglesia, Sócrates y Teodoreto, así como
otros, se extienden hablando de este intento de Juliano por reconstruir el
templo y apelar a los sentimientos nacionales de los judíos. Gibbon y otros
agnósticos modernos se mofan de los sucesos sobrenaturales, sismos, esferas de
fuego, desplome de paredes, etc... que le hicieron abandonar el proyecto, pero
aun Gibbon se ve obligado a admitir que estos prodigios están confirmados no
sólo por escritores cristianos, como san Juan Crisóstomo y san Ambrosio, sino
también «por extraño que pueda parecer, por el testimonio irrecusable de
Ammianus Marcellinus, el soldado filósofo», que era pagano. San Cirilo
contemplaba calmadamente los grandes preparativos para la reconstrucción del
templo, profetizando que sería un fracaso.
En 367, San Cirilo fue
desterrado por tercera vez. Valente decretó la expulsión de todos los prelados
llamados por Juliano, pero cuando subió al trono Teodoro, fue vuelto a instalar
en su sede, donde permaneció los últimos años de su vida. Le afligió mucho
encontrar Jerusalén deshecha por cismas y contiendas, infestada de herejía y
manchada por espantosos crímenes. Apeló al Concilio de Antioquía, y le fue
enviado san Gregorio de Nisa, quien no se consideró capaz de poner remedio y
pronto abandonó Jerusalén, dejando a la posteridad sus «Advertencias en contra
de las Peregrinaciones», una colorida y vivida descripción de la moral de la
santa ciudad en aquel tiempo.
En 381, san Cirilo y san
Gregorio estuvieron presentes en el gran Concilio de Constantinopla (segundo
Concilio Ecuménico). En esta ocasión, el obispo de Jerusalén tomó lugar como
metropolitano con los patriarcas de Alejandría y Antioquía. Este Concilio
promulgó el Símbolo de Nicea, en su forma corregida. Cirilo, que la suscribió
junto con los demás, aceptó el término «Homousios», que había llegado a ser
considerado como la palabra clave de la ortodoxia. Sócrates y Sozomeno
interpretan esta actitud como un acto de arrepentimiento. Por otro lado, en la
carta escrita por los obispos al papa San Dámaso, se ensalza a Cirilo como uno
de los defensores de la verdad ortodoxa en contra de los arrianos. La Iglesia
Católica, al nombrarlo entre sus doctores (1882), confirma la teoría de que
siempre fue uno de esos que Atanasio llama: «hermanos que quieren decir lo
mismo que nosotros, pero que difieren en el modo de decirlo». Se cree que murió
en el 386, a la edad de setenta años, habiendo sido obispo durante treinta y
cinco, de los cuales pasó dieciséis en el exilio. Los únicos escritos de San
Cirilo que han llegado hasta nosotros son las conferencias catequéticas, un
sermón de la piscina de Betseda, la carta al emperador Constantino y otros
pequeños fragmentos.
Lo que sabemos de la vida y
obras de San Cirilo proviene en su mayoría de los escritos de los historiadores
de la Iglesia y de sus contemporáneos. El Acta Sanctorum y especialmente Dom
Touttee, en su prefacio a la edición benedictina de este santo padre, han
resumido las referencias de mayor importancia. Ver también los artículos sobre
San Cirilo en Patrology de Bardenhewer, el DCB y el DTC. Tiene también mucho
valor el prefacio de J. H. Newman a la traducción de los Discursos
Catequéticos; ver también el texto de la traducción publicada por el Dr. F. L.
Cross en 1952. Un excelente boceto de San Cirilo se encuentra en Greek Fathers
(1908) pp. 150-168, de A. Fortescue.
Una buena introducción, en
español, a sus escritos y su teología, se encuentra en la Patrología de
Quasten, BAC, tomo II. En la versión reducida se lo hallará a partir de la pág.
190. En Mercabá hay una buena edición electrónica de las Catequesis completas,
en castellano, que incluye las notas de la edición original (cuya referencia,
lamentablemente, no da).
Las Catequesis de san
Cirilo, cuya belleza de expresión rivaliza con la profundidad de su contenido,
son ampliamente utilizadas en el Oficio de Lecturas de la Liturgia de las
Horas; desde estos links es posible acceder a cada una de esas lecturas:
Las dos venidas de Cristo
(Domingo I de Adviento)
Que la cruz sea tu gozo
también en tiempo de persecución (Jueves, IV semana del Tiempo Ordinario )
El bautismo, figura de la
pasión de Cristo (Jueves de la Octava de Pascua)
La unción del Espíritu Santo
(Viernes de la Octava de Pascua)
El pan del cielo y la bebida
de salvación (Sábado de la octava de Pascua)
El agua viva del Espíritu
Santo (Lunes VII de Pascua)
Reconoce el mal que has
hecho, ahora que es el tiempo propicio (Sábado, XIII semana del Tiempo
Ordinario )
La Iglesia o convocación del
pueblo de Dios (Miércoles, XVII semana del Tiempo Ordinario)
La Iglesia es la esposa de
Cristo (Jueves, XVII semana del Tiempo Ordinario)
La fe realiza obras que
superan las fuerzas humanas (Miércoles, XXXI semana del Tiempo Ordinario)
Sobre el símbolo de la fe
(Jueves, XXXI semana del Tiempo Ordinario)
Preparad limpios los vasos
para recibir al Espíritu Santo (memoria litúrgica del santo obispo, atención:
es la tercera lectura)
fuente: «Vidas de los santos
de A. Butler», Herbert Thurston, SI
accedido 18599 veces
ingreso o última
modificación relevante: ant 2012
Estas
biografías de santo son propiedad de El Testigo Fiel. Incluso cuando figura una
fuente, esta ha sido tratada sólo como fuente, es decir que el sitio no copia
completa y servilmente nada, sino que siempre se corrige y adapta. Por favor,
al citar esta hagiografía, referirla con el nombre del sitio (El Testigo Fiel)
y el siguiente enlace: https://www.eltestigofiel.org/index.php?idu=sn_914
No hay comentarios:
Publicar un comentario