Santos Carlos Lwanga y doce compañeros, mártires
Fecha de inscripción en el santoral: 3 de junio
†: 1886 - país: Uganda
canonización: B: Benedicto XV 6 jun 1920 - C: Pablo VI 8 oct 1964
Elogio: Memoria de los santos Carlos Lwanga
y doce compañeros, todos ellos de edades comprendidas entre los catorce y los
treinta años, que perteneciendo a la corte de jóvenes nobles o al cuerpo de
guardia del rey Mwanga, de Uganda, y siendo neófitos o seguidores de la fe
católica, por no ceder a los deseos impuros del monarca murieron en la colina
Namugongo, degollados o quemados vivos. Estos son sus nombres: Mbaya Tuzinde,
Bruno Seronuma, Jacobo Buzabaliao, Kizito, Ambrosio Kibuka, Mgagga, Gyavira,
Achilles Kiwanuka, Adolfo Ludigo Mkasa, Mukasa Kiriwanvu, Anatolius Kiriggwajjo
y Lucas Banabakintu.
Patronazgos: patronos de la Acción Católica africana, de los jóvenes africanos;
protectores de las víctimas de la tortura.
Oración: Señor, Dios nuestro, tú haces que la sangre de los mártires se
convierta en semilla de nuevos cristianos; concédenos que el campo de tu Iglesia,
fecundo por la sangre de san Carlos Luanga y de sus compañeros, produzca
continuamente, para gloria tuya, abundante cosecha de cristianos. Por nuestro
Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu
Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén (oración litúrgica).
Ver más información en: 22 mártires de
la persecución religiosa en Uganda (1885-1886)
Los detalles biográficos del grupo y de lo que sabemos de ellos, así como
el contexto d ela persecución de Uganda se tratan en el artículo de grupo. En
éste sólo transcribiremos el fragmento de la homilía de SS Pablo VI en la misa
de canonización, el 18 de octubre de 1964, que se lee en el Oficio de Lecturas
de la memoria de los santos. La memoria de hoy comprende al grupo de jóvenes
cortesanos, mientras que los restantes mártires son conmemorados cada uno en su
fecha de martirio.
Estos mártires africanos vienen a añadir a este catálogo de vencedores, que
es el martirologio, una página trágica y magnífica, verdaderamente digna de
sumarse a aquellas maravillosas de la antigua África, que nosotros, modernos
hombres de poca fe, creíamos que no podrían tener jamás adecuada continuación.
¿Quién podría suponer, por ejemplo, que a las emocionantísimas historias de los
mártires escilitanos, de los cartagineses, de los mártires de la «blanca
multitud» de Útica, de quienes san Agustín y Prudencio nos han dejado el
recuerdo, de los mártires de Egipto, cuyo elogio trazó san Juan Crisóstomo, de
los mártires de la persecución de los vándalos, hubieran venido a añadirse
nuevos episodios no menos heroicos, no menos espléndidos, en nuestros días?
¿Quién podía prever que, a las grandes figuras históricas de los santos
mártires y confesores africanos, como Cipriano, Felicidad y Perpetua, y al gran
Agustín, habríamos de asociar un día los nombres queridos de Carlos Luanga y de
Matías Mulumba Kalemba, con sus veinte compañeros? Y no queremos olvidar
tampoco a aquellos otros que, perteneciendo a la confesión anglicana,
afrontaron la muerte por el nombre de Cristo.
Estos mártires africanos abren una nueva época, quiera Dios que no sea de
persecuciones y de luchas religiosas, sino de regeneración cristiana y civil.
El África, bañada por la sangre de estos mártires, los primeros de la nueva era
-y Dios quiera que sean los últimos, pues tan precioso y tan grande fue su
holocausto-, resurge libre y dueña de sí misma. La tragedia que los devoró fue
tan inaudita y expresiva, que ofrece elementos representativos suficientes para
la formación moral de un pueblo nuevo, para la fundación de una nueva tradición
espiritual, para simbolizar y promover el paso desde una civilización primitiva
-no desprovista de magníficos valores humanos, pero contaminada y enferma, como
esclava de sí misma- hacia una civilización abierta a las expresiones
superiores del espíritu y a las formas superiores de la vida social.
ingreso o última modificación relevante: ant 2012
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