sábado, 29 de enero de 2022

Santo Tomás Khuong, presbítero y mártir




 

Santo Tomás Khuong,

presbítero y mártir

 

Fecha: 30 de enero

n.: c. 1789 - †: 1860 - país: Vietnam

Canonización: B: Pío XII 29 abr 1951 - C: Juan Pablo II 19 jun 1988

Hagiografía: Santi e Beati

 

Elogio: En Tonkin, actual Vietnam, santo Tomás Khuong, presbítero y mártir, que en la persecución bajo el emperador Tu Duc confesó con gran fuerza de ánimo ser cristiano. Fue encarcelado y, finalmente, de rodillas ante la Cruz, lo mataron a hachazos.

Ver más información en: 117 mártires de la persecución en Vietnam (1740 a 1883)

 

Entre los 50 sacerdotes que comprendía el grupo de 117 mártires encabezado por san Andrés Dung-Lac se encuentra Tomás Khuong, presbítero y terciario dominico, nacido hacia el 1780 de una noble familia tonquinense, quizás hijo de un mandarín. Cristiano desde pequeño, había sufrido ya la cárcel en la persecución del emperador Minh-Manh (1820-1841), sin embargo en esa ocasión fue liberado merced a su ilustre origen. Desde aquel momento vivió en al clandestinidad en un lugar seguro, ejerciendo su ministerio sacerdotal.

Tenía casi 80 años cuando el 29 de diciembre de 1859 fue capturado en Tran-Xa, durante la nueva persecución anticristiana ordenada por el rey Tu-Duc. Ese día había dejado su refugio para trasladarse a otro, cuando junto al puente de Tran-Xa fue reconocido como cristiano a causa de su vacilación al atravesar el puente, por no pisar la gran cruz que los perseguidores habían puesto en la tierra. Arrestado y conducido a juicio, fue sometido a un intenso interrogatorio, para encontrar en sus palabras cualquier declaración que implicase su relación con los cristianos locales y los europeos; fue invitado a convencer a sus correligionarios de que apostataran y pisaran la cruz, y en este punto el padre Tomás, declarándose cristiano desde la infancia y sacerdote de Cristo, rechazó indignado la sugerencia, afirmando que estaba preparado para morir mil veces por su amada religión.

 

Fue condenado a muerte un mes después, el 30 de enero de 1860. Arrodillado frente a una pequeña cruz de cañas que había llevado consigo, fue decapitado en el acto de venerarla. Fue beatificado en 1951 y canonizado con los demás mártires de Vietnam el 19 de junio de 1988.

 

Traducido para ETF con escasos cambios, de un artículo de Antonio Borrelli.

 

fuente: Santi e Beati

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ingreso o última modificación relevante: ant 2012

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martes, 18 de enero de 2022

Santos Fructuoso, Augurio y Eulogio, mártires

 

 

Santos Fructuoso, Augurio y Eulogio, mártires

 

Fecha: 20 de enero

Fecha en el calendario anterior: 21 de enero

†: 259 - país: España

Canonización: pre-congregación

Hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI

Elogio: En Tarraco (hoy Tarragona), ciudad de la Hispania Citerior, pasión de los santos mártires Fructuoso, obispo, Augurio y Eulogio, sus diáconos, los cuales, en tiempo de los emperadores Valeriano y Galieno, después de haber confesado su fe en presencia del procurador Emiliano, fueron llevados al anfiteatro y allí, en presencia de los fieles y con voz clara, el obispo oró por la paz de la Iglesia, consumando su martirio en medio del fuego, puestos de rodillas y en oración.

Oración: Señor, tú que concediste al obispo san Fructuoso dar su vida por la Iglesia, que se extiende de oriente a occidente, y quisiste que sus diáconos, Augurio y Eulogio, le acompañaran al martirio llenos de alegría, haz que tu Iglesia viva siempre gozosa en la esperanza y se consagre, sin desfallecimientos, al bien de todos los pueblos. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén (oración litúrgica).

 

San Fructuoso fue un celoso y apostólico obispo de Tarragona, en la época en que dicha ciudad era la capital de la Hispania Citerior. El año 259, durante la persecución de Valeriano y Galieno, fue arrestado por orden del gobernador, junto con sus dos diáconos Augurio y Eulogio, el domingo 16 de enero. Los guardias le sorprendieron en el lecho, y el santo les pidió unos instantes para calzarse. Después, les siguió alegremente, con sus otros dos compañeros, a la prisión. Fructuoso bendecía a los fieles que iban a visitarle, y el lunes bautizó en la cárcel a un catecúmeno llamado Rogaciano. El miércoles observó el ayuno de las estaciones hasta las tres de la tarde. [Miércoles y viernes eran días de ayuno en aquella época, pero sólo hasta la hora de nona, es decir, hasta las tres de la tarde. Tal práctica se conocía con el nombre de ayuno de las estaciones.] El viernes, sexto día de su prisión, compareció ante el gobernador, quien le preguntó si conocía los edictos del emperador. El santo respondió que no, pero que en todo caso era cristiano. «Los emperadores -replicó Emiliano- ordenan que todos sacrifiquen a los dioses». Fructuoso respondió: «Yo adoro a Dios, que ha hecho los cielos, la tierra y todas las cosas». Emiliano le dijo: «¿Sabes que existen además otros dioses?» «No», replicó el santo. El procónsul le dijo: «Yo haré que lo sepas muy pronto». Diciendo estas palabras, el procónsul se volvió hacia Augurio y le rogó que no tuviese en cuenta las respuestas de Fructuoso, pero Augurio le contestó que él adoraba al mismo Dios todopoderoso. Emiliano preguntó entonces al otro diácono, Eulogio, si también él adoraba a Fructuoso. Eulogio respondió: «Yo no adoro a Fructuoso, sino al Dios que Fructuoso adora». Emiliano preguntó a Fructuoso si era obispo; como el santo contestara afirmativamente, el procónsul replicó: «Di más bien que lo eras», con lo cual quería indicar que Fructuoso iba pronto a perder el título junto con la vida. En efecto, el procónsul condenó inmediatamente a los tres mártires a ser quemados vivos.

 

Los mismos paganos no podían contener las lágrimas, cuando los mártires se dirigían al anfiteatro, porque amaban a Fructuoso a causa de sus extraordinarias virtudes. Los cristianos acompañaban a los testigos de Cristo afligidos y a la vez gozosos por el martirio. Los fieles ofrecieron a san Fructuoso una copa de vino, pero éste no quiso probarlo, porque no eran sino las diez de la mañana, y el ayuno de los viernes obligaba hasta las tres de la tarde. El santo obispo esperaba terminar el tiempo del ayuno en compañía de los patriarcas y profetas en el cielo. Una vez que se hallaban en el anfiteatro, el lector del obispo, Augustal, se acercó a éste y le rogó que le permitiera desatar las correas de sus zapatos, pero el mártir se rehusó, diciendo que podía hacerlo él mismo sin dificultad. Félix, un cristiano, se adelantó a rogarle que no le olvidase en sus oraciones, a lo que el santo respondió en voz alta: «Estoy obligado a orar por la Iglesia católica, difundida en todo el mundo, desde el oriente hasta el occidente». San Agustín, quien admira mucho la respuesta del santo, observa que parecía decir: «Si quieres que pida por ti, no abandones nunca a la Iglesia por la que pido». Marcial, un cristiano de su diócesis, le rogó que dijese unas palabras de consuelo a su desolada Iglesia. El obispo, volviéndose hacia los cristianos, les dijo: «Hermanos míos, el Señor no os abandonará como a ovejas sin pastor, porque Él es fiel a sus promesas. El tiempo del sufrimiento es corto».

 

Los mártires fueron atados a sendas estacas para ser quemados, pero las llamas parecían al principio respetar sus cuerpos y sólo consumían las cuerdas que ataban sus manos, de suerte que los mártires pudieron extender los brazos en oración y entregaron su alma a Dios, de rodillas, sin que las llamas les consumieran. Babilas y Migdonio, dos cristianos que formaban parte de la servidumbre del gobernador, vieron abrirse el cielo y entrar en él a los santos, portando la corona de los mártires. El procónsul Emiliano levantó también los ojos al cielo, pero no fue juzgado digno de participar en tal espectáculo. Los fieles se acercaron durante la noche, apagaron con vino las hogueras y retiraron los cuerpos medio quemados. Muchos de ellos llevaron a sus casas parte de las santas reliquias; pero, amonestados por el cielo, las depositaron todas en el mismo sepulcro. San Agustín nos ha dejado un panegírico de san Fructuoso, pronunciado en el aniversario de su martirio.

 

Los sitios, mayormente españoles, que le tributan culto litúrgico a estos santos lo hacen el día 21 de enero, que es una fecha más antigua y arraigada.

 

La narración de la pasión de san Fructuoso pertenece a la reducida categoría de actas que todos los críticos consideran como auténticas. El mismo Harnack (Chronologie bis Eusebias, vol. II, p. 473) dice que este documento «no despierta sospechas». Se encuentran dichas actas en Acta Sanctorum, 21 de enero, en Ruinart y en otras obras. Ver Delehaye. Les passions des martyrs... (1921), p. 144, y Origines du culte des martyrs (1933), pp. 66-67. Uno de los principales argumentos en favor de la autenticidad de las Actas de san Fructuoso es que san Agustín y Prudencio las conocieron ciertamente.

 

Puede descargarse desde la Biblioteca la Obra Completa de San Agustín; el tomo XXV (archivo OSAbil25.rar) contiene el sermón al que se refiere este escrito; es el sermón 273, el primero que aparece en el tomo, cuya lectura es altamente recomendable, no sólo para leer sobre san Fructuoso, sino para meditar con san Agustín sobre el recto culto a los santos.

 

fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI

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ingreso o última modificación relevante: 19-1-2015

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viernes, 14 de enero de 2022

San Vicente-diácono y mártir

 


 

San Vicente, diácono y mártir

 

Fecha: 22 de enero

†: 304 - país: España

Canonización: pre-congregación

Hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI

Elogio: San Vicente, diácono de Zaragoza y mártir, que durante la persecución bajo el emperador Diocleciano sufrió cárcel, hambre, potro y hierros candentes, hasta que en Valencia, en la Hispania Cartaginense, voló al cielo a recoger el premio del martirio.

Patronazgos: patrono de Valencia (España), de Portugal, y de los fabricantes de ladrillos, alfareros, techistas, bodegueros y fabricantes de vino, marineros y leñadores, para pedir por la debilidad física, y para la recuperación de bienes robados.

Tradiciones, refranes, devociones: Por San Vicente, el invierno pierde un diente.

El día San Vicente entra 'l sol ena fuente (asturiano: hace referencia a una fuente que hay cerca del pueblo de La Focella, (Teverga); es muy sombría, y está situada de espaldas al sur; el sol, en su diario elevarse comienza a tocarla el 22 de Enero a las once de la mañana. CASTAÑÓN, Luciano: Refranero asturiano).

San Lorenzo calura y San Vicente friura, uno y otro poco dura.

San Vicente el barbau rompe el chelau, y si no lo rompe, lo deja doblau (aragonés).

Hay muchos refranes referidos a este san Vicente del 22 de enero, pero en todos el punto común es que aluden a que comienza a declinar el invierno. Posiblemente sean anteriores al siglo XVI y por tanto la observación meteorológica corresponda hoy al 2 de febrero, excepto el asturiano de la fuente.

Refieren a este santo: San Vicente de Agen

Oración:

 Dios todopoderoso y eterno, derrama sobre nosotros tu Espíritu, para que nuestros corazones se abrasen en el amor intenso que ayudó a san Vicente a superar los tormentos. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén (oración litúrgica).

San Valerio, obispo de Zaragoza, cuya celebración es hoy mismo, instruyó en las ciencias sagradas y en la piedad cristiana a este glorioso mártir. El mismo obispo le ordenó diácono para que formara parte de su séquito, y le encargó de instruir y predicar al pueblo, a pesar de que era todavía muy joven. El cruel perseguidor Daciano era entonces gobernador de España. El año 303, los emperadores Diocleciano y Maximiano publicaron su segundo y tercer edicto contra el clero, y al año siguiente lo hicieron extensivo a los laicos. Parece que poco antes de la publicación de dichos decretos, Daciano hizo ejecutar a los dieciocho mártires de Zaragoza, de los que hacen mención Prudencio y el Martirologio Romano, y arrestó a Valerio y a Vicente. Estos dos mártires fueron poco después trasladados a Valencia, donde el gobernador les dejó largo tiempo en la prisión, sufriendo hambre y otras torturas. El procónsul esperaba que esto debilitaría la constancia de los testigos de Cristo. Sin embargo, cuando comparecieron ante él, no pudo menos de sorprenderse al verles tan intrépidos y vigorosos, y aun castigó a los soldados por no haberles tratado con el rigor que él había ordenado. El procónsul empleó amenazas y promesas para lograr que los prisioneros ofrecieran sacrificios a los dioses. Como Valerio, que tenía un impedimento de la lengua, no pudiese responder, Vicente le dijo: «Padre, si me lo ordenas yo hablaré». «Hijo mío -le contestó Valerio-, yo te he confiado ya la dispensación de la divina palabra, y ahora te pido que respondas en defensa de la fe por la que sufrimos». El diácono informó entonces al juez que estaban dispuestos a sufrirlo todo por Dios y que no se doblegarían, ni ante las amenazas, ni ante las promesas. Daciano se contentó con desterrar a Valerio, pero decidió hacer flaquear a Vicente valiéndose de todas las torturas que su cruel temperamento podía imaginar. San Agustín nos asegura que Vicente sufrió torturas que ningún hombre hubiera podido resistir sin la ayuda de la gracia, y que, en medio de ellas, conservó una paz y tranquilidad que sorprendió a los mismos verdugos. La rabia del procónsul se manifestaba en el rictus de su boca, en el fuego de sus ojos y en la inseguridad de su voz.

Vicente fue primero atado de manos y pies al potro, y ahí le desgarraron con garfios. El mártir, sonriente, acusaba a sus verdugos de debilidad, lo cual hizo creer a Daciano que no atormentaban suficientemente a Vicente; así pues, mandó que le apalearan. Esto en realidad dio un respiro al santo, pero sus verdugos volvieron pronto a la carga, resueltos a satisfacer la crueldad del procónsul. Sin embargo, cuanto más le torturaban los verdugos, tanto más le consolaba el cielo. El juez, viendo correr la sangre a chorros y el lastimoso estado en que se hallaba el cuerpo de Vicente, no pudo menos de reconocer que el valor del joven clérigo había vencido su crueldad. En seguida ordenó que cesara la tortura y dijo a Vicente que, si no había podido inducirle a sacrificar a los ídolos, por lo menos esperaba que entregaría éste las Sagradas Escrituras a las llamas, para cumplir el edicto imperial. El mártir contestó que tenía menos miedo de los tormentos que de la falsa compasión. Daciano, más furioso que nunca, le condenó a lo que las actas llaman «quaestio legitima» («la tortura legal»), que consistía en ser quemado sobre una especie de parrilla. Vicente se instaló gozosamente en la reja de hierro, cuyas barras estaban erizadas de picos al rojo vivo. Los verdugos le hicieron extenderse y echaron sal sobre sus heridas. Con la fuerza del fuego, la sal penetraba hasta el fondo. San Agustín dice que las llamas, en vez de atormentar al santo, parecían infundirle nuevo vigor y ánimo, ya que Vicente se mostraba más lleno de gozo y consuelo, cuanto más sufría. La rabia y confusión del tirano fue increíble; perdió totalmente el dominio de sí mismo y preguntaba continuamente qué hacía y decía Vicente; pero la respuesta era siempre que el santo no hacía más que afirmarse en su resolución.

Finalmente, el procónsul ordenó que echaran al santo en un calabozo cubierto de trozos de vidrio, con las piernas abiertas y atadas a sendas estacas, y que le dejaran ahí sin comer y sin recibir ninguna visita. Pero Dios envió a sus ángeles a reconfortarle. El carcelero, que vio a través de la rejilla el calabozo lleno de luz y a Vicente paseándose en él y alabando a Dios, se convirtió súbitamente al cristianismo. Al saberlo, Daciano lloró de rabia; sin embargo ordenó que se diese algún reposo al prisionero. Los fieles fueron a ver a Vicente, vendaron sus heridas, y recogieron su sangre como una reliquia. Cuando le depositaron en el lecho que le habían preparado, Vicente entregó su alma a Dios. Daciano ordenó que su cuerpo fuese arrojado en un pantano, pero un cuervo le defendió de los ataques de las fieras y aves de presa. Las «actas» y un sermón atribuido a san León añaden que el cadáver de Vicente fue entonces arrojado al mar, pero que las olas lo devolvieron a la playa, donde lo recogieron dos cristianos, por revelación del cielo.

El relato de las traslaciones y la difusión de las reliquias de san Vicente es muy confuso y poco fidedigno. Se habla de sus reliquias no sólo en Valencia y Zaragoza, sino también en Castres de Aquitania, en Le Mans, en París, en Lisboa, en Bari y en otras ciudades. Es absolutamente cierto que su culto se extendió muy pronto por todo el mundo cristiano y llegó hasta algunas regiones del Oriente. La misa del rito milanés le nombra en el canon. El emblema más característico de nuestro santo en las representaciones artísticas más antiguas es el cuervo, representado en algunas pinturas sobre una roca. Cuando se trata de una pintura que representa a un diácono revestido con la dalmática y que lleva una palma en la mano, es imposible determinar si se trata de una imagen de san Vicente, de san Lorenzo o de san Esteban. En Borgoña, se venera a san Vicente como patrono de los cultivadores de la vid. Ello se debe probablemente, a que su nombre sugiere cierta relación con el vino.

Alban Butler basa principalmente su relato en la narración del poeta Prudencio (Peristephanon, 5). Aunque Ruinart incluye las «actas» de san Vicente entre sus Acta Sincera, es evidente que el compilador, que vivió probablemente varios siglos después de los hechos, dejó en ellas libre curso a su imaginación. Sin embargo, san Agustín dice en uno de sus sermones sobre el santo que él ha manejado las actas, lo cual induce a suponer que el resumen mucho más conciso de Analecta Bollandiana (vol. I, 1882, pp. 259-262) representa en sustancia el documento al que se refiere san Agustín. De lo que estamos absolutamente ciertos es del nombre de san Vicente, del sitio y la época de su martirio, y del lugar de su sepultura.

Ver P. Allard, Histoire des persécutions, vol. IV, pp. 237-250; Delehaye, Les origines du culte des martyrs (1933), pp. 367-368; H. Leclercq, Les martyrs, vol. II, pp. 437-439; Romische Quartalschrift, vol. XXI (1907), pp. 135-138. Existe un buen resumen histórico, el de L. de Lacger, St. Vincent de Saragosse (1927); y un estudio de su «pasión» por la marquesa de Maulé, Vincent d´Agen et Vincent de Saragosse (1949); sobre este último, cf. los diferentes estudios de Fr. B. de Gaiffier, en Analecta Bollandiana. Sobre el obispo san Valerio, ver Acta Sanctorum, 28 de enero. La escultura es «San Vicente mártir arrojado al muladar», alabastro de Diego de Tredia, siglo XVI, en el Museo de Bellas Artes de Valencia.

 

fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI

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San Hilario de Poitiers Obispo y doctor de la Iglesia

 


San Hilario de Poitiers,

 Obispo y doctor de la Iglesia

 

Fecha: 13 de enero

Fecha en el calendario anterior: 14 de enero

n.: c. 315 - †: 367 - país: Francia

Canonización: pre-congregación

Hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI 

Elogio: San Hilario, obispo y doctor de la Iglesia, que fue elevado a la sede de Poitiers, en Aquitania, en tiempo del emperador Constancio, el cual había abrazado la herejía arriana. Luchó denodadamente en favor de la fe nicena acerca de la Trinidad y de la divinidad de Cristo, y fue desterrado por esta razón a Frigia durante cuatro años. Compuso los celebérrimos comentarios a los Salmos y al evangelio de san Mateo.

Patronazgos: protector de los niños débiles, y contra la mordedura de serpientes.

Refieren a este santo: San Eusebio de Vercelli, San Febadio de Agen, San Gregorio de Elvira, San Lucífero de Cagliari, San Martín de Tours, San Servacio de Tongres, San Victricio de Rouen

Oración:

Concédenos, Dios todopoderoso, progresar cada día en el conocimiento de la divinidad de tu Hijo y proclamarla con firmeza, como lo hizo, con celo infatigable, tu obispo y doctor san Hilario. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén. (oración litúrgica).

 

San Agustín, quien cita frecuentemente contra los pelagianos la autoridad de san Hilario, le llama «el ilustre doctor de las Iglesias». San Jerónimo dice que era «un hombre de gran elocuencia; la trompeta de los latinos contra los arrianos». En otra parte afirma que, «en san Cipriano y san Hilario, Dios transplantó dos cedros del mundo a su Iglesia».

 

San Hilario nació en Poitiers, de una ilustre familia. El mismo nos dice que fue educado en la idolatría y nos hace una narración detallada de la forma en que Dios le llevó al conocimiento de la fe. La luz de la razón le hizo comprender que, siendo el hombre un ser moral y libre, fue creado para ejercitar la paciencia, la templanza y las demás virtudes que merecen una recompensa después de la muerte. Hilario se consagró ardientemente a reflexionar sobre la esencia de Dios, y pronto descubrió cuan absurdo es el politeísmo, con lo que llegó al convencimiento de que hay un solo Dios eterno, inmutable, todopoderoso, causa primera de todas las cosas. Sus reflexiones se hallaban en este punto, cuando conoció la Sagrada Escritura. La descripción de la existencia de Dios por las palabras «Yo soy el que es», le impresionó profundamente, así como la idea del supremo dominio divino, ilustrado por el inspirado lenguaje de los profetas. La lectura del Nuevo Testamento completó sus investigaciones: San Juan le enseñó desde el primer capítulo de su Evangelio que el Verbo Divino, Dios hijo, es coeterno y consustancial con el Padre. Habiendo llegado así al conocimiento de la fe, recibió el bautismo, a edad un tanto avanzada.

 

Hilario se había casado antes de su conversión y tenía una hija llamada Apra. Su mujer vivía aún cuando fue elegido obispo de Poitiers, hacia el año 350. El santo hizo cuanto estuvo en su mano para evitar esa dignidad, pero su humildad no logró más que confirmar al pueblo la rectitud de su elección. Las esperanzas puestas en él no quedaron defraudadas, pues sus eminentes cualidades iluminaron con su brillo, no sólo la Galia, sino a la Iglesia entera. Poco después de su elevación al episcopado, compuso, antes de partir al destierro, un comentario sobre el Evangelio de San Mateo, que ha llegado hasta nosotros. El comentario sobre los salmos lo escribió en el destierro. Pero sus principales escritos se refieren al arrianismo. Hilario era un orador y un poeta. Su estilo es elevado y noble, lleno de figuras retóricas y un tanto rebuscado; la longitud de los períodos le hace oscuro por momentos. San Jerónimo se queja de sus largas y tortuosas frases, en las que la retórica sigue viviendo. San Hilario pone a Dios frecuentemente por testigo de que considera como el fin principal de su vida, emplear todas sus facultades en darle a conocer al mundo y hacerle amar de los hombres. Igualmente recomienda empezar todas las acciones y conversaciones por la oración. En sus frases se percibe un ardiente deseo del martirio, propio de un alma que no tiene nada que temer de la muerte. San Hilario amaba la verdad sobre todas las cosas, y no escatimaba ningún esfuerzo, ni rehuía alguno, por defenderla.

 

En el Concilio de Milán, en 355, el emperador Constancio pidió a los obispos que firmaran la condenación de san Atanasio. Los que se negaron a hacerlo fueron desterrados, y entre ellos se encontraban san Eusebio de Vercelli, san Lucifer de Cagliari y san Dionisio de Milán. En esa ocasión. San Hilario escribió su «Primer Libro a Constancio», exhortándole a restablecer la paz en la Iglesia. Hilario se separó de los tres obispos arrianos del Occidente, Ursacio, Valente y Saturnino, a raíz de lo cual, el emperador envió a Juliano el Apóstata, entonces gobernador de la Galia, la orden de desterrar inmediatamente a Hilario a Frigia. A mediados del año 356, san Hilario partió al destierro, tan alegremente como otros hubieran partido a un viaje de placer, sin arredrarse ante las dificultades y peligros, pues su corazón estaba afincado en Dios, muy por encima de los halagos y amenazas del mundo. El destierro duró tres años, y nuestro santo compuso en él varios eruditos tratados. El principal y más estimado es el «Tratado de la Trinidad». El nombre de san Hilario de Poitiers está asociado a los primeros himnos latinos.

 

Interviniendo nuevamente en los asuntos de la Iglesia, el emperador reunió un concilio de arrianos en Seleucia de Isauria, a fin de neutralizar los decretos del Concilio de Nicea. San Hilario, que había pasado ya tres años en Frigia, fue invitado al Concilio por los semiarrianos, quienes esperaban valerse de su autoridad para combatir a los arrianos. Pero sus proposiciones no fueron capaces de doblegar el valor de san Hilario, quien defendió ardientemente los decretos del Concilio de Nicea hasta que, cansado de la controversia, se retiró a Constantinopla. Allí presentó al emperador una solicitud, conocida con el nombre de «Segundo Libro a Constancio», en la que le pedía permiso de sostener una discusión pública con Saturnino, el autor de su destierro. Temerosos los arrianos de tal prueba, persuadieron al emperador de que librara al Oriente de un hombre que no había cesado de turbar la paz. A resultas de ello, el emperador restituyó a Hilario a la Galia, el año 360.

 

San Hilario hizo el viaje a través del Ilírico y de Italia para confirmar a los débiles. Los habitantes de Poitiers le recibieron con grandes demostraciones de alegría, y su antiguo discípulo, san Martín, fue pronto a reunirse con él. Un sínodo que tuvo lugar en la Galia, a instancias de Hilario, condenó el Concilio de Rímini, en 359, y excomulgó y depuso a Saturnino, por contumacia. El mismo sínodo acalló los escándalos y restableció la disciplina, la paz y la pureza de la fe. La muerte de Constancio, acaecida en 361, puso fin a la persecución arriana. San Hilario era por temperamento un hombre extremadamente cortés y bondadoso; pero advirtiendo que la bondad no producía los resultados apetecidos, compuso una invectiva contra Constancio, en la que, por razones que probablemente nunca conoceremos, empleó un lenguaje muy violento. El documento no empezó a circular sino hasta después de la muerte del emperador. El año 364, Hilario emprendió un viaje a Milán para refutar a Auxencio, quien había usurpado dicha sede. En una disputa pública le obligó a confesar que Cristo era verdadero Dios y consustancial con el Padre. San Hilario no se dejó engañar por la hipocresía de Auxencio, al contrario del emperador Valentiniano, a cuyos ojos pasaba por ortodoxo. Hilario murió en Poitiers, probablemente en el 368, pero es imposible determinar con absoluta certeza el año y el mes de su muerte. El Martirologio Romano celebra su fiesta el 13 de enero. El Papa Pío IX proclamó a san Hilario doctor de la Iglesia.

 

En los últimos años se han escrito muchas obras sobre san Hilario, pero ninguna de ellas ha restado nada al valor sustancial de la narración de Alban Butler, de la que nos hemos servido nosotros. El descubrimiento más importante, generalmente aceptado en la actualidad, es el de A. Wilmart (Revue Bénédictine, vol. XXIV (1908), pp. 159 ss., 293 ss. Dicho autor demuestra que el texto del Primer Libro a Constancio está mal titulado y es incompleto. Se trata en realidad, del fragmento de una carta dirigida a los emperadores por el Concilio de Sárdica por una parte, y por la otra de algunos extractos de una obra de san Hilario, escrita en 356, inmediatamente antes del destierro, cuyo título era Primer Libro contra Valente y Ursacio (los obispos arrianos). Parece también cierto que la obra de Hilario Liber o Tractatus Mysteriorum, que se creía perdida, no lo está totalmente. En un manuscrito de Arezzo (1887) se descubrió una parte de esa obra, junto con algunos poemas o himnos del santo. Dicho Tractatus no tiene nada que ver con la liturgia, como se había supuesto, pero en cambio se identifica con el Líber Officiorum que se había atribuido hipotéticamente al santo (ver Wilmart, en Revue Bénédictine, vol. XXVII (1910), pp. 2 ss.). En el artículo de Le Bachélet sobre san Hilario (DTC, vol. VI, cc. 2388 ss.) se encontrará una amplia bibliografía acerca de estos descubrimientos. Ver también A. Feder, en Sitzungsberichte de la Academia de Viena, Phil.-Histor. KI., CLXII, n. 4, y los textos editados por él para el Corpus Strip. Eccles. Lat. Por lo que toca a la vida de san Hilario, poseemos una biografía y una colección de milagros escrita por Venancio Fortunato y publicada en Acta Sanctorum, 13 de enero (cf. BHL., nn. 580-582)

 

Estas biografías de santo son propiedad de El Testigo Fiel. Incluso cuando figura una fuente, esta ha sido tratada sólo como fuente, es decir que el sitio no copia completa y servilmente nada, sino que siempre se corrige y adapta. Por favor, al citar esta hagiografía, referirla con el nombre del sitio (El Testigo Fiel) y el siguiente enlace: https://www.eltestigofiel.org/index.php?idu=sn_164

 

 

 

martes, 11 de enero de 2022

San Tipaso, mártir

 

 

San Tipaso, mártir

 

Fecha: 11 de enero

†: c. 297 - país: África Septentrional

Otras formas del nombre: Tipasio, Typasso

Canonización: pre-congregación

Hagiografía: Abel Della Costa

 

Elogio: En Tigava, ciudad de la provincia romana de Mauritania, san Tipaso, mártir, quien, habiéndose retirado legítimamente del ejército, al ser reclamado de nuevo se negó a sacrificar a los dioses, y por ello fue decapitado.

 

La leyenda hagiográfica tradicional señala que Tipasio era soldado, y que se retiró de la carrera militar para consagrarse, como cristiano, a la vida eremítica en la provincia oriental de Mauritania. Sin embargo, fue reclutado nuevamente pero se negó -llevado por su fe- a aceptar el dinero de paga que ofrecía el emperador. Esto le valió ser amenazado de muerte, pero como predijo la victoria de Maximiano, se le conmutó la pena. Cuando le tocó el turno a sacrificar a los dioses de Roma como parte de su vida militar, se negó nuevamente, alegando su fe, y esta vez sí fue ejecutado. Esto ocurrió hacia el 297/8 en Tigava, actual 297/298 in Tigava, actual El Kherba en Argelia.

 

No hay actas de este santo, y la información en los santorales es escasísima, la presente la tomo del Ökumenisches Heiligenlexikon, que se remite al Biographisch-Bibliographisches Kirchenlexikon, pero este no menciona la fuente utilizada. De todos modos, todo lo que menciona la nota es perfectamente posible, y forma parte de las costumbres cristianas de la época.

Abel Della Costa

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