San León I Magno, papa y
doctor de la Iglesia
Fecha de inscripción en el santoral:
10 de noviembre
Fecha en el calendario anterior:
11 de abril
n.: c. 400 - †: 461 - país: Italia
Otras formas del nombre:
León Magno
Canonización: PC: - Doctor Ecclesiae 1754 (Benedicto XIV)
Hagiografía:
«Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Elogio: Memoria
de san León I, papa y doctor de la Iglesia, que, nacido en Etruria, primero fue
diácono diligente en la Urbe, y después, elevado a la cátedra de Pedro, mereció
con todo derecho ser llamado «Magno», tanto por apacentar a su grey con una
exquisita y prudente predicación como por mantener la doctrina ortodoxa sobre
la encarnación de Dios, valientemente afirmada por los legados del Concilio
Ecuménico de Calcedonia, hasta que descansó en el Señor en Roma, donde, en este
día, tuvo lugar su sepultura en San Pedro del Vaticano.
Patronazgos:
patrono de cantores, músicos y organistas.
Refieren
a este santo: San Leoncio de Frejus, San Próspero de
Aquitania, Santa Pulqueria, San Rústico de Narbona, San Senador de Milán, San
Verano de Vence
Oración: Oh
Dios, tú que no permites que el poder del infierno derrote a tu Iglesia,
fundada sobre la firmeza de la roca apostólica, concédele, por los ruegos del
papa san León Magno, permanecer siempre firme en la verdad, para que goce de
una paz duradera. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina
contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.
Amén (oración litúrgica).
La sagacidad de León I, el
éxito con que defendió la fe contra las herejías y su intervención ante Atila y
Genserico, realzaron el prestigio de la Santa Sede y al Papa le valieron el
título de «Magno». La posteridad sólo ha concedido ese título a otros dos
Pontífices: san Gregorio I y san Nicolás I. La Iglesia honra a san León entre
sus doctores, por sus incomparables obras teológicas, de las que hay muchos
extractos en las lecciones del Breviario. Probablemente la familia de san León
era toscana, pero él llamó a Roma su «patria», lo cual nos inclina a pensar que
nació en dicha ciudad. No sabemos nada acerca de sus primeros años y
desconocemos la fecha de su ordenación. Sus escritos prueban que había recibido
una educación excelente, aunque ésta no comprendía el estudio del griego. Fue
diácono de los papas san Celestino I y san Sixto III; ese puesto era tan
importante, que san Cirilo le escribía directamente a él, y Casiano le dedicó
su tratado contra Nestorio. El año 440, cuando las disputas de los dos
generales imperiales, Aecio y Albino, amenazaban con dejar a la Galia a merced
de los bárbaros, León fue enviado a mediar entre ellos. Cuando murió Sixto III,
san León estaba todavía en Galia; una embajada fue allá a anunciarle que había
sido elegido Sumo Pontífice.
La consagración tuvo lugar
el 29 de septiembre del 440. Desde el primer momento, san León dio pruebas de
sus excepcionales cualidades de pastor y jefe. La predicación era entonces
privilegio casi exclusivo de los obispos; san León se dedicó a instruir
sistemáticamente al pueblo de Roma para convertirle en ejemplo de las otras
Iglesias. Los noventa y seis sermones auténticos de san León que han llegado
hasta nosotros, muestran que insistía en la limosna y otros aspectos sociales
de la vida cristiana y que explicaba al pueblo la doctrina, particularmente lo
relativo a la Encarnación. Afortunadamente, se conservan ciento cuarenta y tres
cartas de san León y otras treinta que le fueron escritas. Por ellas, podemos
darnos una idea de la extraordinaria vigilancia con que el santo Pontífice
seguía la vida de la Iglesia en todo el Imperio. Al mismo tiempo que combatía a
los maniqueos en Roma, escribía al obispo de Aquileya dándole instrucciones
sobre la manera de enfrentarse al pelagianismo, que había reaparecido en dicha
diócesis.
Santo Toribio, obispo de
Astorga, España, envió a San León una copia de su carta circular sobre el
priscilianismo, una secta que había progresado mucho en España, gracias a la
connivencia de una parte del clero. Dicha secta era una mezcla de astrología,
de fatalismo y de la doctrina maniquea sobre la maldad de la materia. En su
respuesta el Papa, refutó ampliamente a los priscilianistas, refirió las
medidas que había tomado contra los maniqueos y mandó que se reuniese un sínodo
para combatir la herejía. Varias veces tuvo que intervenir también en los
asuntos de la Galia; en dos ocasiones reprendió a san Hilario, obispo de Arles,
quien se había excedido en el uso de sus poderes de metropolitano. Escribió
algunas cartas a Anastasio, obispo de Tesalónica, para confirmarle su oficio de
Vicario de los obispos de Iliria; en una ocasión le recomendó mayor tacto y en
otra, le recordó que los obispos tenían derecho de apelar a Roma, «según la
antigua tradición». El año 446, san León escribió a la Iglesia africana de
Mauritania, prohibiendo la elección de laicos para las sedes episcopales, así
como las de los casados en segundas nupcias y de los casados con una viuda; en
la misma carta tocó el delicado problema de la manera de tratar a las vírgenes
consagradas a Dios que habían sido violadas por los bárbaros. Respondiendo a
ciertas quejas del clero de Palermo y Taormina, san León escribió a los obispos
de Sicilia, ordenándoles que no vendiesen las propiedades de la Iglesia sin el
consentimiento del clero.
En las decisiones de san
León, escritas en forma autoritaria y casi dura, no hay la menor nota personal
ni la menor incertidumbre; no es el hombre el que habla, sino el sucesor de san
Pedro. Ese es el secreto de la grandeza y de la unidad del carácter de san
León. Sin embargo, hay que mencionar también un rasgo muy humano, que conocemos
nada más por tradición, pero que ilustra la importancia que el santo daba a la
elección de los candidatos a las ordenes sagradas: en el «Prado Espiritual»,
Juan Mosco cita estas palabras de Amós, patriarca de Jerusalén: «Por mis
lecturas estoy enterado de que el bienaventurado papa León, hombre de
costumbres angélicas, veló y oró durante cuarenta días en la tumba de san
Pedro, pidiendo a Dios, por la intercesión del Apóstol, el perdón de sus
pecados. Al fin de esos cuarenta días, se le apareció san Pedro y le dijo:
'Dios te ha perdonado todos tus pecados, excepto los que cometiste al conferir
las sagradas órdenes, pues de esos tendrás que dar cuenta muy estricta'». San
León prohibió que se confiriesen las órdenes a los esclavos y a todos los que
habían practicado oficios ilegales o indecorosos e introdujo una ley, por la
que se restringía la ordenación al sacerdocio sólo a los candidatos de edad
madura que habían sido probados a fondo y se habían distinguido en el servicio
de la Iglesia por su sumisión a las reglas y su amor a la disciplina.
El santo Pontífice, en su
calidad de pastor universal, tuvo que enfrentarse en el Oriente con
dificultades más grandes que las de cualquiera de sus predecesores. El año 448,
recibió una carta de un abad de Constantinopla, llamado Eutiques, quien se
quejaba del recrudecimiento de la herejía nestoriana. San León respondió
discretamente que iba a investigar el asunto. Al año siguiente, Eutiques
escribió otra carta al Papa y mandó copia de ella a los patriarcas de
Alejandría y de Jerusalén. En dicha carta protestaba contra la excomunión que
había fulminado contra él san Flaviano, patriarca de Constantinopla, a
instancias de Eusebio de Dorileo, y pedía ser restituido a su cargo. Con su
carta iba otra del emperador Teodosio II en defensa suya. Como en Roma no se había
recibido la noticia oficial de la excomunión, san León escribió a san Flaviano,
quien le envió amplias informaciones sobre el sínodo que había excomulgado a
Eutiques. En ella ponía en claro que Eutiques había caído en el error de negar
la existencia de dos naturalezas en Cristo, cosa que constituía una herejía
opuesta al nestorianismo. Por entonces, el emperador Teodosio convocó a un
concilio en Éfeso, so pretexto de estudiar a fondo el asunto, pero el concilio
estaba lleno de amigos de Eutiques y lo presidía uno de sus principales
partidarios, Dióscoro, patriarca de Alejandría. El conciliábulo absolvió a
Eutiques y condenó a san Flaviano, quien murió poco después, a resultas de los
golpes que había recibido. Como los legados del Papa se negaron a aceptar la
sentencia del conciliábulo, se les prohibió leer la carta de san León ante la
asamblea. En cuanto san León se enteró del asunto, anuló las decisiones de la
asamblea y escribió al emperador con estos consejos: «Deja a los obispos
defender libremente la fe, pues ningún poder humano ni amenaza alguna son
capaces de destruirla. Proteje a la Iglesia y consérvala en paz para que Cristo
proteja, a su vez, tu Imperio».
Dos años después, en el
reinado del emperador Marciano, se reunió en Calcedonia un Concilio ecuménico.
Seiscientos obispos, entre los que se contaban los legados de san León,
acudieron a él. El Concilio reivindicó la memoria de san Flaviano y excomulgó y
depuso a Dióscoro. El 13 de junio del 449, san León había escrito a san
Flaviano una carta doctrinal, en la que exponía claramente la fe de la Iglesia
en las dos naturalezas de Cristo y refutaba los errores de los eutiquianos y
nestorianos. Dióscoro había ignorado esa famosa carta, conocida con el nombre
de «Carta Dogmática» o «Tomo de san León»; en esa ocasión se leyó en el
Concilio. «¡Pedro ha hablado por la boca de León!», exclamaron los obispos,
después de oír esa lúcida exposición sobre la doble naturaleza de Cristo, que
se convirtió desde entonces en doctrina oficial de la glesia.
Entre tanto, habían tenido
lugar en Occidente varios acontecimientos de importancia, en los que san León
dio muestras de la misma firmeza y prudencia. Atila invadió Italia al frente de
los hunos, el año 452; quemó la ciudad de Aquileya, sembró el terror y la muerte
a su paso, saqueó Milán y Pavía y se dirigió hacia la capital. Ante la
ineficacia del general Aecio, el pueblo se llenó de pánico; todas las miradas
se volvieron hacia san León, y el emperador Valente III y el Senado le
autorizaron para negociar con el enemigo. Poseído de su carácter sagrado y sin
vacilar un solo instante, el Papa partió de Roma, acompañado por el cónsul
Avieno, por Trigecio, gobernador de la ciudad y unos cuantos sacerdotes. Entró
en contacto con el enemigo en la actual ciudad de Peschiera. San León y su
clero se entrevistaron con Atila y le persuadieron para que aceptase un tributo
anual, en vez de saquear la ciudad. Esto salvó a Roma de la catástrofe por
algún tiempo. Pero tres años más tarde, Genserico se presentó a la cabeza de
los vándalos ante las puertas de la ciudad, totalmente indefensa. En esta
ocasión, san León tuvo menos éxito, pero obtuvo que los vándalos se contentasen
con saquear la ciudad, sin matar ni incendiar. Quince días después, los
bárbaros se retiraron al África con numerosos cautivos y un inmenso botín.
San León emprendió
inmediatamente la reconstrucción de la ciudad y la reparación de los daños
causados por los bárbaros. Envió a muchos sacerdotes a asistir y rescatar a los
prisioneros en África y restituyó, en cuanto le fue posible, los vasos sagrados
de las iglesias. Gracias a su ilimitada confianza en Dios, no se desalentó
jamás y conservó gran serenidad, aun en los momentos más difíciles. En los
veintiún años de su pontificado se había ganado el cariño y la veneración de
los ricos y de los pobres, de los emperadores y de los bárbaros, de los
clérigos y de los laicos. Murió el 10 de noviembre del 461. Sus reliquias se
conservan en la basílica de San Pedro. El historiador Jalland, anglicano,
resume el carácter de san León con cuatro rasgos: «su energía indomable, su
magnanimidad, su firmeza y su humilde devoción al deber». La exposición que
hizo san León de la doctrina cristiana de la Encarnación, fue uno de los
momentos más importantes de la historia del cristianismo. «La más grande de sus
realizaciones personales fue el éxito con que reivindicó la primacía de la Sede
Romana en las cuestiones doctrinales». San León fue declarado doctor de la
Iglesia mucho tiempo después, en 1754.
Entre los sermones que se
conservan del santo, hay uno que predicó en la fiesta de San Pedro y San Pablo,
poco después de la retirada de Atila. Empieza por comparar el fervor de los
romanos en el momento en que se salvaron de la catástrofe con su actual tibieza
y les recuerda la ingratitud de los nueve leprosos que sanó Cristo. A
continuación les dijo: «Así pues, mis amados hermanos, debéis volveros al
Señor, si no queréis que os reproche lo mismo que a los nueve leprosos
ingratos. Recordad las maravillas que Él ha obrado con vosotros. Guardáos de
atribuir vuestra liberación a los astros, como lo hacen algunos impíos;
atribuidla únicamente a la infinita misericordia de Dios, que ablandó el
corazón de los bárbaros. Sólo podéis obtener el perdón de vuestra negligencia,
haciendo una penitencia que supere a la culpa. Aprovechemos el tiempo de paz
que nos concede el Señor para enmendar nuestras vidas. Que san Pedro y todos
los santos, que nos han socorrido en nuestras innumerables aflicciones,
secunden las fervientes súplicas que elevamos por vosotros a la misericordia de
Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo».
A pesar del importante
papel que desempeñó san León en la historia de su época, no existe ninguna
biografía contemporánea. La narración del Liber Pontificalis es muy corta.
Acerca de la nota que se conserva en los Menaion griegos, ver Analecta
Bollandiana, vol. XXIX (1910), pp. 400-408. Naturalmente, la figura de san León
ocupa un sitio importante en obras de carácter general acerca de la historia de
la Iglesia, por ejemplo, en Jedin, Historia de la Iglesia, tomo II, Herder,
pág. 338-369, y en especial desde la página 363, puede verse muy bien planteada
la evolución del primado romano hasta la forma que adquiere con san León I. En
Catholic Encyclopedia hay un excelente artículo sobre san León por nada menos
que J.P. Kirch, e incluso está bien traducido en la versión castellana. Las
obras y doctrina del Papa están extensamente tratados en la Patrología, de
Quasten-Di Berardino, BAC, tomo III, pág. 719 a 747, con abundante y, hasta la
edición del libro, actualizada bibliografía. El Oficio de Lecturas utiliza
ampliamente la colección de textos, especialmente los sermones, de san León
Magno, con unas 25 lecturas de su autoría (posiblemente sea el autor mejor
representado en el año litúrgico), por ejemplo: Contemplación de la pasión del
Señor, La ley, por Moisés; la gracia y la verdad, por Jesucristo, Reconoce la
dignidad de tu naturaleza, Los días que transcurrieron entre la resurrección
del Señor y su ascensión, Cristo vive en su Iglesia, sin que falte,
naturalmente, una reflexión sobre el propio pontificado en la celebración
litúrgica de hoy mismo.
La primera imagen es el
cuadro dedicado al santo papa por Francisco Herrera el joven (1622-1685), que
se encuentra en el Museo del Prado, y la segunda una Iluminación del encuentro
de Atila y el Papa León, en el Cronicon Pictum, de hacia 1360.
fuente: «Vidas de los
santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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modificación relevante: ant 2012
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