San Beda el Venerable, presbítero y doctor de la Iglesia
Fecha: 25 de mayo
fecha en el calendario anterior: 27 de mayo
n.: c. 672 - †: 735 - país: Reino
Unido (UK)
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert
Thurston, SI
Elogio: San Beda el Venerable,
presbítero y doctor de la Iglesia, el cual, servidor de Cristo desde la edad de
ocho años, transcurrió toda su vida en el monasterio de Wearmouth, en el
territorio de Northum-bría, en Inglaterra, dedicado a la meditación y a la exposición
de las Escrituras. Entre la observancia de la disciplina monástica y el
ejercicio cotidiano del canto en la iglesia, sus delicias fueron siempre
estudiar, enseñar o escribir.
Refieren a este santo: San Beda el
Joven
Oración: Señor Dios, que has iluminado a tu Iglesia con la sabiduría de san Beda el Venerable, concede a tus siervos la gracia de ser constantemente orientados por las enseñanzas de tu santo presbítero y ayudados por sus méritos. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén (oración litúrgica).
Casi todos los datos que poseemos sobre san Beda proceden de un corto escrito del propio santo y de una emocionante descripción de sus últimas horas, debida a la pluma de uno de sus discípulos, el monje Cutberto. En el último capítulo de su famosa obra, «Historia Eclesiástica del Pueblo Inglés», el Venerable Beda dice: «Yo, Beda, siervo de Cristo y sacerdote del monasterio de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, de Wearmouth y Jarrow, he escrito esta historia eclesiástica con la ayuda del Señor, basándome en los documentos antiguos, en la tradición de nuestros predecesores y en mis propios conocimientos. Nací en el territorio del susodicho monasterio. A los siete años de edad, mis parientes me confiaron al cuidado del muy reverendo abad Benito (esto es: San Benito Biscop) y después, al de Ceolfrido, para que me educasen. Desde entonces, viví siempre en el monasterio, consagrado al estudio de la Sagrada Escritura. Además de la observancia de la disciplina monástica y del canto diario en la iglesia, mis mayores delicias han sido aprender, enseñar y escribir. A los diecinueve años, recibí el diaconado y a los treinta, el sacerdocio; ambas órdenes me fueron conferidas por el muy reverendo obispo Juan (San Juan de Beverley), a petición del abad Ceolfrido. Desde entonces hasta el presente (tengo actualmente cincuenta y nueve años), me he dedicado, para mi propia utilidad y la de mis hermanos, a anotar la Sagrada Escritura, basándome en los comentarios de los Santos Padres y de acuerdo con sus interpretaciones.» En seguida, el Venerable Beda hace una enumeración de sus obras y concluye con estas palabras: «Te suplico, amante Jesús, que, así como me has concedido beber las deliciosas palabras de tu sabiduría, me concedas un día llegar a Ti, fuente de toda ciencia, y permanecer para siempre ante tu faz».
Algunos días del año 733 los pasó san Beda en York, con el arzobispo
Egberto; esto permite suponer que, de cuando en cuando, iba a visitar a sus
amigos a otros monasterios; pero, fuera de esos cortos períodos, su vida estaba
consagrada a la oración, al estudio y a la composición de libros. Dos semanas
antes de la Pascua del año 735, el santo se vio afligido por una enfermedad del
aparato respiratorio y todos comprendieron que se acercaba su fin. Sin embargo,
sus discípulos continuaron sus estudios junto al lecho del santo, aunque las
lágrimas ahogaban frecuentemente la voz durante las lecturas. Por su parte, el
Venerable Beda dio gracias a Dios. Durante los cuarenta días que median entre
la Pascua y la Ascensión, San Beda se dedicó a traducir al inglés el Evangelio
de San Juan y una colección de notas de san Isidoro, sin interrumpir por ello
la enseñanza y el canto del oficio divino. A propósito de esas traducciones,
dijo el santo: «Las hago porque no quiero que mis discípulos lean traducciones
inexactas ni pierdan el tiempo en traducir el original después de mi muerte».
El martes de Rogativas se agravó su enfermedad; sin embargo, san Beda dio sus
lecciones como de costumbre, aunque decía, de vez en cuando: «Id de prisa,
porque no sé cuánto tiempo podré resistir, ni si Dios va a llamarme pronto a
Él».
Tras de pasar la noche en oración, san Beda empezó a dictar el último
capítulo del Evangelio de San Juan. A las tres de la tarde, mandó llamar a los
sacerdotes del monasterio, les repartió un poco de pimienta, incienso y unas
piezas de tela que tenía en una caja y les rogó que orasen por él. Los monjes
lloraron mucho cuando el santo les dijo que no volvería a verlos sobre la
tierra, pero se regocijaron al pensar que su hermano iba a ver a Dios. Al
anochecer, el joven que hacía las veces de amanuense le dijo: «Sólo os queda
una frase por traducir». Cuando el amanuense le anunció que el trabajo estaba
terminado, Beda exclamó: «Has dicho bien; todo está terminado. Sostenme la
cabeza para que pueda yo sentarme y mirar hacia el sitio en que acostumbraba a
orar y así, podré invocar a mi Padre». A los pocos momentos exhaló el último
suspiro, postrado en el suelo de la celda, mientras cantaba: «Gloria al Padre y
al Hijo y al Espíritu Santo».
Se han inventado leyendas fantásticas para explicar el título de
«Venerable» que se ha dado a Beda. En realidad se trata de un título de respeto
que se daba frecuentemente en aquella época a los miembros más distinguidos de
las órdenes religiosas. El Concilio de Aquisgrán aplicó ese título a san Beda
el año 836 y, evidentemente fue aceptado por las generaciones posteriores, que
lo mantuvieron en uso a través de los siglos. Aunque Beda fue oficialmente
reconocido como santo y doctor de la Iglesia en 1899, hasta hoy se le llama
Venerable.
San Beda es el único inglés que ha merecido el título de Doctor de la Iglesia y el único inglés a quien Dante consideró suficientemente importante para mencionarle en el «Paraíso». La cosa no tiene nada de sorprendente, ya que, aunque Beda vivió recluido en su monasterio, llegó a ser conocido mucho más allá de las fronteras de Inglaterra. La Iglesia occidental ha incorporado algunas de sus homilías a las lecciones del Breviario. La «Historia Eclesiástica» de Beda es prácticamente una historia de la Inglaterra anterior al año 729, «el año de los cometas». San Beda fue una de las columnas de la cultura de la época carolingia, tanto por sus propios escritos, como por la influencia que ejerció en Europa, a través de la escuela de York, fundada por su discípulo, el arzobispo Egberto. Cierto que sabemos muy poco acerca de la vida de san Beda; pero el relato de su muerte, escrito por Cutberto, basta para recordarnos que «la muerte de los santos es preciosa a los ojos del Señor». San Bonifacio dijo que san Beda había sido «la luz con la que el Espíritu Santo iluminó a su Iglesia». Y las tinieblas no han logrado nunca extinguir esa luz.
Existen muchas obras sobre San Beda y su época, escritas principalmente por
autores anglicanos. Desde el punto dé vista católico, se pueden poner ciertas
objeciones a la obra del historiador William Bright, Chapters of Early English
Church History (1878); pero pocos autores han escrito páginas tan elocuentes e
inteligentes sobre el santo. Bede: His Life, Times and Writings, editado por A.
Hamilton Thompson (1935), es una valiosa colección de ensayos de autores no
católicos. La biografía de H. M. Guillet, de tipo popular es excelente, lo
mismo que el estudio sobre Beda que hay en la obra de R. W. Chambers, Man's
Unconquerable Mind (1939), pp. 23-52. En Acta Sanctorum apenas se encuentra
algo más que una biografía atribuida a Turgot; en realidad se trata de un extracto
de Simeón de Durham, en el que dicho autor relata la translación de los restos
de san Beda a la catedral de Durham. La mejor edición de la Ecclesiastical
History y de las otras obras históricas del santo, es la del C. Plummer (1896).
Pero existen otras ediciones de tipo popular que han sido traducidas a varios
idiomas. P. Herford modernizó, en 1935, la sabrosa traducción de Stapleton
(1565), que había sido reeditada en 1930. Sobre el martirologio de Beda, cf. D.
Quentin, Les martyrologes historiques (1908). Véase también T. D. Hardy,
Descriptive Catalogue (Rolls Series), vol. I, pp. 450-455. El cardenal Gasquet
escribe: «Recuérdese que en su lecho de muerte, Beda estaba traduciendo al
inglés los evangelios...» Pero no se conserva ni un fragmento de esa obra
destinada «a hacer llegar la Palabra de Dios a los pobres e iletrados».
En la LIturgia de las Horas se utilizan varias lecturas de san Beda como
lectura patrística del Oficio, he aquí algunas: sobre el
Magnificat, sobre el
Martirio de Juan Bautista, en la fiesta de
san Mateo
El cuadro es «san Beda dictando la traducción del evangelio de San Juan», de
James Doyle Penrose, 1902.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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ingreso o última modificación relevante: ant 2012
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