Santa Juana Francisca Frémyot de Chantal,
Viuda y fundadora
Fecha: 12
de agosto
Fecha en el calendario anterior: 21
de agosto
n.: 1572 - †: 1641 - país: Francia
Canonización: B: Benedicto XIV 1751 - C: Clemente
XIII 1767
Hagiografía:
«Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Elogio: Santa
Juana Francisca Frémyot de Chantal, religiosa, que, primero madre de familia,
educó piadosamente a los seis hijos que tuvo como fruto de su cristiano
matrimonio y, muerto su esposo, bajo la dirección de san Francisco de Sales
abrazó con decisión el camino de la perfección, dedicándose a las obras de
caridad, en especial para con los pobres y enfermos, y dio inicio a la Orden de
la Visitación, que dirigió también prudentemente. Su muerte tuvo lugar en
Moulins, junto al río Aller, cercano a Nevers, en Francia, el día trece de
diciembre.
Patronazgos: para
pedir un buen parto.
Refieren
a este santo: San Francisco de Sales
Oración: Señor,
Dios nuestro, que adornaste con excelsas virtudes a santa Juana Francisca de
Chantal en los distintos estados de su vida, concédenos, por su intercesión,
caminar fielmente según nuestra vocación, para dar siempre testimonio de la
luz. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad
del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén (oración
litúrgica).
El padre de santa Juana de
Chantal era Benigno Frémiot, presidente del parlamento de Borgoña. El señor
Frémiot había quedado viudo cuando sus hijos eran todavía pequeños, pero no
ahorró ningún esfuerzo para educarlos en la práctica de la virtud y prepararlos
para la vida. Juana, que recibió en la confirmación el nombre de Francisca, fue
sin duda la que mejor supo aprovechar esa magnífica educación. Cuando la joven
tenía veinte años, su padre, que la amaba tiernamente, la concedió en
matrimonio al barón de Chantal, Cristóbal de Rabutin. El barón tenía
veintisiete años, era oficial del ejército francés y contaba con un largo
historial de victoriosos duelos; su madre descendía de la beata Humbelina. El
matrimonio tuvo lugar en Dijon y Juana Francisca partió con su marido a
Bourbilly. Desde la muerte de su madre, el barón no había llevado una vida muy
ordenada, de suerte que la servidumbre de su casa se había acostumbrado a
cierta falta de disciplina; en consecuencia, el primer cuidado de la flamante
baronesa fue establecer el orden en su casa. Los tres primeros hijos del
matrimonio murieron poco después de nacer; pero los jóvenes esposos tuvieron
después un niño y tres niñas que vivieron. Por otra parte, poseían cuanto puede
constituir la felicidad a los ojos del mundo y procuraban corresponder a tantas
bendiciones del cielo. Cuando su marido se hallaba ausente, la baronesa se
vestía en forma muy modesta y, si alguien le preguntase por qué, ella
respondía: «Los ojos de aquél a quien quiero agradar están a cien leguas de
aquí». Las palabras que san Francisco de Sales dijo más tarde sobre santa Juana
Francisca podían aplicársele ya desde entonces: «La señora de Chantal es la mujer fuerte que Salomón no podía encontrar
en Jerusalén».
Pero la felicidad de la
familia sólo duró nueve años. En 1601, el barón de Chantal salió de cacería con
su amigo, el señor D'Aulézy, quien accidentalmente le hirió en la parte
superior del muslo. El barón sobrevivió nueve días, durante los cuales sufrió
un verdadero martirio a manos de un cirujano muy torpe y recibió los últimos
sacramentos con ejemplar resignación. La baronesa había vivido exclusivamente
para su esposo, de modo que el lector puede suponer fácilmente su dolor al
verse viuda a los veintiocho años. Durante cuatro meses estuvo sumida en el más
profundo dolor, hasta que una carta de su padre le recordó sus obligaciones
para con sus hijos. Para demostrar que había perdonado de corazón al señor
D'Aulézy, la baronesa le prestó cuantos servicios pudo y fue madrina de uno de
sus hijos. Por otra parte, redobló sus limosnas a los pobres y consagró su
tiempo a la educación e instrucción de sus hijos. Juana pedía constantemente a
Dios que le diese un guía verdaderamente santo, capaz de ayudarla a cumplir
perfectamente su voluntad. Una vez, mientras repetía esta oración, vio
súbitamente a un hombre cuyas facciones y modo de vestir reconocería más tarde,
al encontrar en Dijon a san Francisco de Sales. En otra ocasión, se vio a sí
misma en un bosquecillo, tratando en vano de encontrar una iglesia. Por aquel
medio, Dios le dio a entender que el amor divino tenía que consumir la
imperfección del amor propio que había en su corazón y que se vería obligada a
enfrentarse con numerosas dificultades.
La futura santa fue a pasar
el año del luto en Dijon, en casa de su padre. Más tarde, se trasladó con sus
hijos a Monthelon, cerca de Autun, donde habitaba su suegro, que tenía ya
setenta y cinco años. Desde entonces, cambió su hermosa y querida casa de
Bourbilly por un viejo castillo. A pesar de que su suegro era un anciano
vanidoso, orgulloso y extravagante, dominado por una ama de llaves insolente y
de mala reputación, la noble dama no pronunció jamás una sola palabra de queja
y se esforzó por mostrarse alegre y amable. En 1604, san Francisco de Sales fue
a predicar la cuaresma a Dijon y Juana se transladó ahí con su suegro para oír
al famoso predicador. Al punto reconoció en él al hombre que había vislumbrado
en su visión y comprendió que era el director espiritual que tanto había pedido
a Dios. San Francisco cenaba frecuentemente en casa del padre de Juana
Francisca y ahí se ganó, poco a poco, la confianza de ésta. Ella deseaba
abrirle su corazón, pero la retenía un voto que había hecho por consejo de un
director espiritual indiscreto, de no abrir su conciencia a ningún otro
sacerdote. Pero no por ello dejó de sacar gran provecho de la presencia del
santo obispo, quien a su vez se sintió profundamente impresionado por la piedad
de Juana Francisca. En cierta ocasión en que se había vestido más elegantemente
que de ordinario, san Francisco de Sales le dijo: « ¿Pensáis casaros de nuevo?»
«De ninguna manera, Excelencia», replicó ella. «Entonces os aconsejo que no
tentéis al diablo», le dijo el santo. Juana Francisca siguió el consejo.
Después de vencer sus
escrúpulos sobre su voto indiscreto, la santa consiguió que Francisco de Sales
aceptara dirigirla. Por consejo suyo, moderó un tanto sus devociones y
ejercicios de piedad para poder cumplir con sus obligaciones mundanas én tanto
que vivía con su padre o con su suegro. Lo hizo con tanto éxito, que alguien
dijo de ella: «Esta dama es capaz de orar todo el día sin molestar a nadie». De
acuerdo con una estricta regla de vida, consagrada la mayor parte de su tiempo
a sus hijos, visitaba a los enfermos pobres de los alrededores y pasaba en vela
noches enteras junto a los agonizantes. La bondad y mansedumbre de su carácter
mostraban hasta qué punto había secundado las exigencias de la gracia, porque
en su naturaleza firme y fuerte había cierta dureza y rigidez que sólo
consiguió vencer del todo al cabo de largos años de oración, sufrimiento y
paciente sumisión a la dirección espiritual. Tal fue la obra de san Francisco
de Sales, a quien Juana Francisca iba a ver, de cuando en cuando, a Annecy, en
Saboya, y con quien sostenía una nutrida correspondencia. El santo la moderó
mucho en materia de mortificaciones corporales, recordándole que san Carlos
Borromeo, «cuya libertad de espíritu tenía por base la verdadera caridad», no
vacilaba en brindar con sus vecinos, y que san Ignacio de Loyola había comido
tranquilamente carne los viernes por consejo de un médico, «en tanto que un
hombre de espíritu estrecho hubiese discutido esa orden cuando menos durante
tres días». San Francisco de Sales no permitía que su dirigida olvidase que
estaba todavía en el mundo, que tenía un padre anciano y, sobre todo, que era
madre; con frecuencia le hablaba de la educación de sus hijos y moderaba su
tendencia a ser demasiado estricta con ellos. En esta forma, los hijos de Juana
Francisca se beneficiaron de la dirección de san Francisco de Sales tanto como
su madre.
Durante algún tiempo, la
señora de Chantal se sintió inclinada a la vida conventual por varios motivos,
entre los que se contaba la presencia de las carmelitas en Dijon. San Francisco
de Sales, después de algún tiempo de consultar el asunto con Dios, le habló en
1607 de su proyecto de fundar la nueva Congregación de la Visitación. Santa
Juana acogió gozosamente el proyecto; pero la edad de su padre, sus propias
obligaciones de familia y la situación de los asuntos de su casa constituían,
por el momento, obstáculos que la hacían sufrir. Juana Francisca respondió a su
director que la educación de sus hijos exigía su presencia en el mundo, pero el
santo le respondió que sus hijos ya no eran niños y que desde el claustro
podría velar por ellos tal vez con más fruto, sobre todo si tomaba en cuenta
que los dos mayores estaban ya en edad de «entrar en el mundo». En esa forma,
lógica y serena, resolvió san Francisco de Sales todas las dificultades de la
señora de Chantal. Antes de abandonar el mundo, Juana Francisca casó a su hija
mayor con el barón de Thorens, hermano de san Francisco de Sales, y se llevó
consigo al convento a sus dos hijas menores; la primera murió al poco tiempo, y
la segunda se casó más tarde con el señor de Toulonjon. Celso Benigno, el hijo
mayor, quedó al cuidado de su abuelo y de varios tutores. Después de despedirse
de sus amistades, Juana fue a decir adiós a Celso Benigno. El joven, que había
tratado en vano de apartarla de su resolución, se tendió por tierra ante el
dintel de la puerta de la habitación para cerrarle la salida, pero la santa no
se dejó vencer por la tentación de escoger la solución más fácil y pasó sobre
el cuerpo de su hijo. Frente a la casa la esperaba su anciano padre. Juana
Francisca se postró de rodillas y, llorando, le pidió su bendición. El anciano
le impuso las manos y le dijo: «No puedo reprocharte lo que haces. Ve con mi
bendición. Te ofrezco a Dios como Abraham le ofreció a Isaac, a quien amaba
tanto como yo a ti. Ve a donde Dios te llama y sé feliz en Su casa. Ruega por
mí». La santa inauguró el nuevo convento el domingo de la Santísima Trinidad de
1610, en una casa que san Francisco de Sales le había proporcionado, a orillas
del lago de Annecy. Las primeras compañeras de Juana Francisca fueron María
Favre, Carlota de Bréchard y una sirvienta llamada Ana Coste. Pronto ingresaron
en el convento otras diez religiosas. Hasta ese momento, la congregación no
tenía todavía nombre y la única idea clara que san Francisco de Sales poseía
sobre su finalidad, era que debía servir de puerto de refugio a quienes no
podían ingresar en otras congregaciones y que las religiosas no debían vivir en
clausura para poder consagrarse con mayor facilidad a las obras de apostolado y
caridad.
Naturalmente, la idea
provocó fuerte oposición por parte de los espíritus estrechos e incapaces de
aceptar algo nuevo. San Francisco de Sales acabó por modificar sus planes y
aceptar la clausura para sus religiosas. A las reglas de San Agustín añadió
unas constituciones admirables por su sabiduría y moderación, «no demasiado
duras para los débiles y no demasiado suaves para los fuertes». Lo único que se
negó a cambiar fue el nombre de "Congregación de la Visitación de Nuestra
Señora", y santa Juana Francisca le exhortó a no hacer concesiones en ese
punto. El santo quería que la humildad y la mansedumbre fuesen la base de la
observancia. «Pero en la práctica -decía a sus religiosas- la humildad es la
fuente de todas las otras virtudes; no pongáis límites a la humildad y haced de
ella el principio de todas vuestras acciones». Para bien de santa Juana y de
las hermanas más experimentadas, el santo obispo escribió el «Tratado del amor
de Dios». Santa Juana progresó tanto en la virtud bajo la dirección de san
Francisco de Sales, que éste le permitió que hiciese el voto de que, en todas
las ocasiones, realizaría lo que juzgase más perfecto a los ojos de Dios.
Inútil decir que la santa gobernó prudentemente su comunidad, inspirándose en
el espíritu de su director.
La madre de Chantal tuvo que
salir frecuentemente de Annecy, tanto para fundar nuevos conventos como para
cumplir con sus obligaciones de familia. Un año después de la toma de hábito,
se vio obligada a pasar tres meses en Dijon, con motivo de la muerte de su
padre, para poner en orden sus asuntos. Sus parientes aprovecharon la ocasión
para intentar hacerla volver al mundo. Una mujer imaginativa exclamó al verla:
« ¿Cómo podéis sepultaron en dos metros de tela basta? Deberíais hacer pedazos
ese velo». San Francisco de Sales le escribió entonces las palabras decisivas:
«Si os hubieseis casado de nuevo con algún señor de Gascuña o de Bretaña,
habríais tenido que abandonar a vuestra familia y nadie habría opuesto en ese
caso la menor objeción ...» Después de la fundación de los conventos de Lyon,
Moulins, Grénoble y Bourges, san Francisco de Sales, que estaba entonces en
París, mandó llamar a la madre de Chantal para que fundase un convento en dicha
ciudad. A pesar de las intrigas y la oposición, santa Juana Francisca consiguió
fundarlo en 1619. Dios la sostuvo, le dio valor y la santa se ganó la
admiración de sus más acerbos opositores con su paciencia y mansedumbre. Ella
misma gobernó durante tres años el convento de París, bajo la dirección de san
Vicente de Paul y ahí conoció a Angélica Arnauld, la abadesa de Port-Royal,
quien no consiguió permiso de renunciar a su cargo e ingresar en la
Congregación de la Visitación. En 1622, murió san Francisco de Sales y su
muerte constituyó un rudo golpe para la madre de Chantal; pero su conformidad
con la voluntad divina le ayudó a soportarlo con invencible paciencia. El santo
fue sepultado en el convento de la Visitación de Annecy. En 1627, murió Celso
Benigno en la isla de Ré, durante las batallas contra los ingleses y los
hugonotes; el hijo de la santa, que no tenía sino treintaiun años, dejaba a su
esposa viuda y con una hijita de un año, la que con el tiempo sería la célebre
Madame de Sévigné. Santa Juana Francisca recibió la noticia con heroica fortaleza
y ofreció su corazón a Dios, diciendo: «Destruye, corta y quema cuanto se
oponga a tu santa voluntad».
El año siguiente, se desató
una terrible peste, que asoló Francia, Saboya y el Piamonte, y diezmó varios
conventos de la Visitación. Cuando la peste llegó a Annecy, la santa se negó a
abandonar la ciudad, puso a la disposición del pueblo todos los recursos de su
convento y espoleó a las autoridades a tomar medidas más eficaces para asistir
a los enfermos. En 1632, murieron la viuda de Celso Benigno, Antonio de
Toulonjon (el yerno de la santa, a quien ésta quería mucho) y el P. Miguel
Favre, quien había sido el confesor de san Francisco y era muy amigo de las
visitandinas. A estas pruebas se añadieron la angustia, la oscuridad y la
sequedad espiritual, que en ciertos momentos eran casi insoportables, como lo
prueban algunas cartas de Santa Juana Francisca. Dios permite con frecuencia
que las almas que le son más queridas atraviesen por largos períodos de bruma,
oscuridad y angustia; pero a través de ellos las lleva con mano segura a las
fuentes de la felicidad y al centro de la luz. En los años de 1635 y 1636, la
santa visitó todos los conventos de la Visitación, que eran ya sesenta y cinco,
pues muchos de ellos no habían tenido aún el consuelo de conocerla. En 1641,
fue a Francia para ver a Madame de Montmorency en una misión de caridad. Ese
fue su último viaje. La reina Ana de Austria la convidó a París, donde la colmó
de honores y distinciones, con gran confusión por parte de la homenajeada. Al regreso,
cayó enferma en el convento de Moulins, donde murió el 13 de diciembre de 1641,
a los sesenta y nueve años de edad. Su cuerpo fue transladado a Annecy y
sepultado cerca del de san Francisco de Sales. La canonización de santa Juana
Francisca tuvo lugar en 1767. San Vicente de Paul dijo de ella: «Era una mujer
de gran fe y, sin embargo, tuvo tentaciones contra la fe toda su vida. Aunque
aparentemente había alcanzado la paz y tranquilidad de espíritu de las almas
virtuosas, sufría terribles pruebas interiores, de las que me habló varias
veces. Se veía tan asediada de tentaciones abominables, que tenía que apartar
los ojos de sí misma para no contemplar ese espectáculo insoportable. La vista
de su propia alma la horrorizaba como si se tratase de una imagen del infierno.
Pero en medio de tan grandes sufrimientos jamás perdió la serenidad ni cejó en
la plena fidelidad que Dios le exigía. Por ello, la considero como una de las
almas más santas que me haya sido dado encontrar sobre la tierra».
Aparte de los escritos y la
correspondencia de la santa y de las cartas de san Francisco de Sales, las
fuentes biográficas más importantes son las Mémoires de la Madre de Chaugy.
Dicha obra constituye el primer volumen de la colección Sainte Chantal, sa vie
et ses oeuvres (1874-1879, 8 vols.). Las cartas de san Francisco se hallan en
la imponente edición de sus obras (20 vols.), publicada por las religiosas de
la Visitación de Annecy; naturalmente, las cartas de san Francisco son muy
importantes por la luz que arrojan sobre los orígenes de la Congregación de la
Visitación. Además, la fundadora tuvo la suerte de encontrar en los tiempos
modernos, un biógrafo ideal: la Histoire de Sainte Chantal et des origines de
la Visitation de Mons. Bougaud resulta ser una de las obras maestras de la
hagiografía.
Fuente:
«Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Estas
biografías de santo son propiedad de El Testigo Fiel. Incluso cuando figura una
fuente, esta ha sido tratada sólo como fuente, es decir que el sitio no copia
completa y servilmente nada, sino que siempre se corrige y adapta. Por favor,
al citar esta hagiografía, referirla con el nombre del sitio (El Testigo Fiel)
y el siguiente enlace: https://www.eltestigofiel.org/index.php?idu=sn_2820
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