San Francisco Solano, religioso presbítero
Fecha:
14 de julio
n.: 1549 - †: 1610 - país: Perú
Canonización: B: Pío VI 20 jun 1675 - C: Benedicto XIII 27 dic 1726
Hagiografía:
«Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Elogio:
En Lima, ciudad del Perú, san Francisco Solano, presbítero de la Orden de los
Hermanos Menores, que para la salvación de las almas recorrió en todas
direcciones América meridional, y enseñó, con su palabra y su testimonio, la
novedad de la vida cristiana a los indios y a los mismos colonizadores
españoles.
Patronazgos:
patrono de Chile, Panamá y Lima; protector contra terremotos. Patrono de los
catequistas de Perú
Francisco
nació
en Montilla, localidad de Andalucía, en 1549. Después de hacer sus estudios en
el colegio de los jesuitas, entró al convento de los observantes franciscanos
en su ciudad natal. En 1576, recibió la ordenación sacerdotal. Lleno de caridad
y de un ardiente deseo de la salvación de las almas, dividió su tiempo entre la
oración retirada y la predicación. Aunque sus sermones carecían de los adornos
de la retórica, producían profundo efecto para la conversión de sus oyentes. El
P. Francisco fue nombrado maestro de novicios, y cuando éstos cometían alguna
falta, en vez de imponerles penitencia, se la imponía a sí mismo, pues
consideraba que él era el verdadero culpable de la conducta de sus discípulos.
Francisco ejerció los
ministerios sacerdotales durante muchos años en el sur de España. Cuando la
epidemia de peste se desató en Granada, en 1583, el siervo de Dios observó un
comportamiento heroico; aunque cayó enfermo él también, se rehizo rápidamente.
Después de la epidemia, solicitó a sus superiores que le enviasen a las
misiones del África, pero su petición fue desechada. Sin embargo, en 1589,
Felipe II pidió que se enviasen más frailes de la Observancia a las Indias
Occidentales, y san Francisco fue elegido para acompañar al P. Baltazar Navarro
al Perú. Los misioneros desembarcaron en Panamá, cruzaron el istmo, y se
embarcaron nuevamente en el Pacífico. Pero, a resultas de una tempestad, la
nave encalló cerca de las costas del Perú. El capitán, viendo que la nave no
podía resistir a la furia de las olas, dio la orden de abandonarla, dejando a
bordo a cierto número de esclavos negros para los que no había sitio en el
único bote de salvamento. El P. Francisco, que durante el viaje se había
preocupado por instruir a los negros, se negó a partir y permaneció con ellos.
Inmediatamente los reunió, los exhortó a la confianza en la misericordia de
Dios, en los méritos de Cristo y los bautizó. Apenas acababa de hacerlo, cuando
la nave se partió por la mitad y algunos de los negros perecieron ahogados. Los
que se salvaron se hallaban en la parte del casco sostenida firmemente por las
rocas. Ahí permanecieron tres días. El P. Francisco los alentaba constantemente
y trataba de enviar señales a la costa. Cuando se calmó la tempestad, el bote
de salvamento retornó y transportó a la costa a todos los sobrevivientes. Fray
Francisco llegó a Lima por tierra.
Ahí emprendió
inmediatamente su ministerio entre los indígenas y los colonos españoles, que
había de durar veinte años. El Fraile fue primero enviado a Tucumán, en el
norte del actual territorio de Argentina. Comenzó por aprender los rudimentos
de los dialectos indígenas y, después, emprendió un viaje misional al Chaco,
región selvática entre Argentina y Paraguay, donde años más tarde los jesuitas
fundarían sus famosas reducciones. Resulta difícil imaginar lo que un viaje de
esa naturaleza suponía en aquella época. Y, sin embargo, san Francisco Solano
no sólo lo realizó, sino que obró además numerosas conversiones. Más tarde, fue
nombrado «custodio» de los conventos que su orden tenía en Tucumán y el
Paraguay y pudo así supervisar muchas de las misiones que había fundado. Cuando
expiró su período de custodio, fue nombrado guardián del convento de Lima. Ahí
ejerció su ministerio en forma muy distinta entre los españoles de la ciudad de
Trujillo y de otras poblaciones. En 1604, predicó en la plaza mayor de Lima
contra la corrupción y comparó el destino del alma pecadora con el de una
ciudad puesta en entredicho; el sermón impresionó tanto a los oyentes, que
pensaron que sobre la ciudad de Lima se cernía una calamidad como la que cayó
sobre Nínive. El pánico se apoderó de los habitantes. El virrey, muy alarmado,
consultó al obispo de la ciudad, santo Toribio. Éste habló con el comisionado
general de los franciscanos y ambos pidieron a san Francisco Solano que calmase
al pueblo, declarando que su profecía no significaba la destrucción material de
los edificios sino la catástrofe espiritual de la pérdida de las almas.
Se dice que San Francisco
poseía el don de lenguas. Por otra parte, su don de milagros le valió el título
de «el taumaturgo del Nuevo Mundo». En el sermón que pronunció con ocasión de
la muerte del santo, el P. Sebastiani S.J., dijo que había sido «la esperanza y
la edificación del Perú, el ejemplo y la gloria de Lima y el esplendor de la
Orden Seráfica». Fray Francisco tenía la costumbre, muy semejante a la de su
patrono y padre de su orden, de cantar frente al altar de Nuestra Señora,
acompañándose de un laúd. Su muerte ocurrió el 14 de julio de 1610, mientras
sus hermanos cantaban la misa conventual, en el preciso momento de la
consagración. Sus últimas palabras fueron: «Gloria a Dios». Según dijo el P.
Álvarez de Paz, toda su vida fue una carrera de trabajo por las almas y, al
mismo tiempo, de oración continua. Su canonización tuvo lugar en 1726.
Existe una biografía muy
detallada de este misionero en Acta Sanctorum, julio, vol. V; comprende la vida
escrita por Tiburcio Navarro y cierto número de documentos del proceso de
beatificación. Veinte años después de la muerte del santo, vio la luz una
biografía todavía más extensa, escrita por Fray Diego de Córdoba, En casi todos
los idiomas existen biografías modernas.
fuente:
«Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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