Santa María Bernarda Soubirous, virgen
Fecha: 16 de
abril
n.: 1844 - †: 1879 - país: Francia
Otras formas del nombre: Bernardette, Bernardita
Canonización: B: Pío XI 14 jun 1925 - C: 8
dic. 1933
Hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Elogio: En Nevers,
también en Francia, santa María Bernarda Soubirous, virgen, la cual, nacida en
Lourdes de una familia muy pobre, siendo aún niña asistió a las apariciones de
la Inmaculada Santísima Virgen María, y después abrazó la vida religiosa y
llevó una vida escondida y humilde.
Refieren a
este santo: Bienaventurada Virgen María de Lourdes
Ya
hemos hablado en nuestro artículo del 11 de febrero sobre las apariciones de
Nuestra Señora de Lourdes, cuya fiesta se celebra en todo el occidente
cristiano. Ahora, en el aniversario de la muerte de la humilde intermediaria de
que se sirvió la Santísima Virgen para transmitir su mensaje al mundo,
hablaremos de esa alma escogida, cuyos méritos conocía Dios, pero permanecieron
ocultos a la mayor parte de sus contemporáneos. Había nacido el 7 de enero de
1844 y era la mayor de una familia de seis hermanos. Su nombre de bautismo era
María Bernarda, pero todos la llamaban Bernardita. Su padre era molinero; en
1844 había alquilado un molino; pero el espíritu de empresa y la efectividad no
eran ciertamente las virtudes características de Francisco Soubirous ni de su
esposa, Luisa Casterot.
Esta última no había cumplido todavía los
veinte años y era dieciocho años menor que su esposo. Bernardita era muy
delicada de salud y padecía de asma; por otra parte, contrajo el cólera en la
epidemia de 1854, lo cual ciertamente no favoreció su desarrollo normal. La
familia había ido hundiéndose poco a poco en la pobreza; esto contribuyó sin
duda a que la educación de Bernardita, aun desde el punto de vista religioso,
no fuese particularmente esmerada. En la fecha de la primera de las apariciones
(11 de febrero de 1858), la familia vivía en el oscuro sótano de una vieja casa
de la calle de Petits Fossés.
Aunque
Bernardita tenía ya catorce años, no había hecho aún la primera comunión y en
la escuela pasaba por tonta. Era, sin embargo, extraordinariamente buena,
obediente y cariñosa con sus hermanitos y hermanitas, no obstante sus continuas
enfermedades.
La resonancia que tuvieron las apariciones en
el pueblo favoreció en cierto sentido a la familia Soubirous, porque las gentes
se preocuparon por conseguir trabajo al padre de Bernardita. En cambio, para la
niña empezó una época muy difícil, pues el consuelo de las apariciones duró
menos de dos meses y, a partir de entonces, se vio acosada por los curiosos e
indiscretos, que no le dejaban un momento de reposo.
Las gentes querían averiguar cuáles eran los
tres secretos que la Virgen María le había confiado, darle dinero, verla a
todas horas del día y de la noche, recibir su bendición para ellos y sus
enfermos y hasta llegaban a arrancarle trozos de su vestido. Todo ello
constituía una extraña prueba para una muchacha de la sensibilidad de
Bernardita. En realidad, a los dieciocho años, era ya una verdadera mártir. La
madre Victoria, a cuyo cuidado estaba confiada, escribió que Bernardita «se
rehusaba casi siempre a responder a las preguntas de los que iban a verla, pues
eso la fatigaba extraordinariamente. El esfuerzo nervioso que debía hacer para
responder, le producía ataques de asma. Cuando la llamaba yo al recibidor, la
veía detenerse delante de la puerta, con los ojos cubiertos de lágrimas. 'Entra
-le decía yo-, ten valor'. Entonces Bernardita enjugaba sus lágrimas, saludaba
amablemente a los visitantes, y respondía a todas sus preguntas, sin dar la
menor muestra de impaciencia cuando éstas eran indiscretas, ni la menor muestra
de irritación cuando los visitantes ponían en duda su veracidad».
Un inglés no católico, que visitó a
Bernardita en 1859, un año después de las apariciones, nos dejó un interesante
relato de la impresión que Bernardita producía en quienes imaginaban que se
trataba de una histérica o de una impostora. Dicho relato está tomado de un
diario y dice lo siguiente:
«Pero antes debería yo haber hablado de la
chiquilla. Era una muchachita de catorce años [en realidad tenía quince años y
medio], con grandes ojos soñadores y muy tranquila; su quietud hacía pensar que
era menos joven y no cuadraba con una chiquilla de tan corta estatura.
Bernardita nos recibió con la naturalidad de quien está acostumbrado a tratar
con extraños y nos rogó que la siguiésemos a un cuarto del piso superior de la
casucha que se levantaba junto al molino de su padre. Sus hermanos, dos alegres
pilluelos, jugaban allí alborozadamente y nuestra presencia no pareció afectarles...
La chiquilla nos ofreció asiento.
Ella se quedó de pie, junto a la ventana y
respondió brevemente a todas mis preguntas, pero sin añadir comentarios ... Le
ofrecimos de regalo una nadería, pero ella se negó cortésmente a aceptarla y no
nos permitió que diésemos tampoco nada a sus hermanitos. En pocas palabras, nos
hizo comprender que, a pesar de su pobreza, la familia no aceptaría ningún
regalo ... Nuestra impresión fue que se trataba de una chiquilla muy agradable,
superior a su edad y educación, por sus maneras y su cortesía. Cualquiera que
sea el juicio que haya que dar sobre las apariciones, estamos persuadidos de
que Bernardita cree sinceramente en ellas.»
Los visitantes protestantes mostraron mucha
más delicadeza que algunos de los sacerdotes católicos que fueron a hablar con
Bernardita. Citamos a continuación el escrito de cierto sacerdote que pasó un
día en Lourdes, en enero de 1860. Leyéndole, tiene uno la impresión de que
creía que, con su interés por las apariciones, hacía un insigne favor a
Bernardita y a toda la Iglesia.
El sacerdote hizo venir a la niña a su cuarto
del hotel, a pesar de que habían advertido que el viento y la lluvia podían
hacerle daño, pues estaba resfriada y era débil de salud. Durante casi dos
horas interrogó a la pobre Bernardita sobre las apariciones, la fuente y los
tres secretos de la Santísima Virgen. La entrevista terminó como sigue, según
lo narra él mismo:
-«Hija mía, debes estar ya cansada de mis
preguntas. Toma estos dos luises de oro para consolarte.»
-«No, señor, no necesito nada.»
Bernardita dijo esto con sequedad, por lo que
comprendí que la había herido. Traté sin embargo de ponerle el dinero en la
mano; pero su silencio, que era la mejor expresión de su disgusto e
indignación, me convenció de que no debía yo seguir insistiendo. Así pues, metí
el dinero en mi bolsa y proseguí:
-«Hija mía, ¿quieres mostrarme las medallas
de la virgen?»
-«Las tengo en la casa. Me las quitaron para
imponerlas a unos enfermos y rompieron la cadenita.»
-«Entonces, enséñame tu rosario.»
Bernardita me mostró un rosario muy sencillo,
con una medalla en el extremo.
-«¿Me permites guardar este rosario? Te daré
exactamente lo que te costó.»
-«No, señor, no quiero regalar mi rosario ni
venderlo.»
-«Pero, ¡me gustaría tanto tener un recuerdo
tuyo! Piensa en el largo viaje que he hecho para venir a verte. Permíteme que
me quede con tu rosario.»
Al fin cedió la niña. Yo acaricié ese rosario
sobre el que la niña había llorado más de una vez y que había sido el
instrumento de tantas fervorosas y agradecidas oraciones en presencia de la
Virgen María; porque Bernardita había tenido entre las manos ese rosario,
cuando la aparición contaba las Avemarías en el suyo en la gruta de
Massabielle. Desde entonces me he sentido dueño de un tesoro muy precioso.
-«¿Me permites que te ofrezca el precio del
rosario? Por favor, acepta esta monedita sin valor.»
-«No, señor, yo me compraré otro con mi
dinero.»
Pero no terminó todo ahí. El imprudente
sacerdote prosiguió todavía:
-«Te voy a enseñar mi escapulario. ¿Es como
el tuyo?»
-«No, señor, el mío es doble.»
-«Enséñamelo.»
Bernardita dejó modestamente ver un extremo
de su escapulario; como me lo había dicho, tenía dos cordones.
-«Alabado sea Dios, hija mía. Yo conozco un
alma muy piadosa, que se consideraría feliz de tener tu escapulario. Como ves,
es muy fácil dividirlo en dos partes.»
-«Sí, pero...»
-« ¿No quieres hacerme el favor de regalarme
la mitad? Con ello no pierdes nada, pues tu escapulario valdrá lo mismo.»
-« ¿Va Ud. a regalar la mitad del rosario que
acabo de darle?»
-«No.»
-«Pues tampoco yo quiero regalar la mitad de
mi escapulario.»
Comprendí entonces que tenía yo que ceder y
dejar las cosas como estaban. Le dije que le iba a dar mi bendición, y se
arrodilló para recibirla, con la reverencia de un ángel.»
Si Bernardita, que tenía entonces dieciséis
años, no temblaba de indignación al fin de esa entrevista, debía ya haber
alcanzado un grado muy alto de perfección o de resignación para aceptar el tipo
de prueba en el que su alma estaba destinada a purificarse. Por todo lo que
sabemos sobre ella, era una muchacha excepcionalmente sensible. En 1864,
después de solicitar consejo, pidió la admisión en el convento de Nuestra
Señora de Nevers.
La enfermedad le impidió partir de Lourdes
tan pronto como hubiese deseado; pero en 1866, ingresó en el noviciado en la
casa madre de la orden. Le costó mucho apartarse de su familia y de la gruta.
Sin embargo, no era menos alegre que las otras novicias de Nevers y seguía
siendo tan paciente y humilde como siempre. A los cuatro meses, enfermó tan
gravemente, que hubo de hacer los primeros votos y recibir los últimos sacramentos.
Pero se rehizo de esa enfermedad y pudo desempeñar, más tarde, los oficios de
enfermera y sacristana; pero siguió padeciendo de asma y, antes de morir, tuvo
otras complicaciones.
Las virtudes características de santa
Bernardita eran su sencillez infantil, su buen juicio de mujer del campo y su
modestia. Se consideraba como un instrumento de la Santísima Virgen: «Nuestra
Señora quiso valerse de mí. Ahora me han arrinconado. Aquí estoy bien y aquí
quiero morir ...» Pero en el convento tuvo también que recurrir, de vez en
cuando, a algunos estratagemas para evitar la «publicidad». Aunque tenía el
corazón puesto en Lourdes, no participó en las celebraciones que tuvieron lugar
con motivo de la consagración de la basílica en 1876.
Según parece, ella misma decidió no asistir,
por modestia. Pero indudablemente que eso le costó mucho, como lo prueba su
doloroso grito: «¡Oh! si je pouvais voir, sans are vue!» («¡Si yo pudiera ver
sin que me vieran!»). No es aventurado conjeturar que uno de los «secretos» de
Bernardita consistía precisamente en no hacer nunca nada que atrajese sobre
ella las miradas.
Bernardita murió el 16 de abril de 1879, a
los treinta y cinco años de edad. Fue canonizada en 1933. Los documentos
oficiales de la Iglesia la llaman santa María Bernarda, pero en el corazón de
los fieles es y seguirá siendo siempre «Bernardita».
Además de los testimonios bajo juramento, que
se hallan en el proceso de beatificación, los principales documentos sobre
santa Bernardita son probablemente los de la Histoire de Notre-Dame de Lourdes
(3 vols., 1925-1927) del P. L. J. M. Cros. Existen numerosas biografías en
muchas lenguas. Una de las primeras fue la de Henri Lasserre (muy poco
fidedigna); una de las más recientes es la del P. H. Petitot, The True Story of
St Bernadette (1949). Entre las más conocidas se cuenta la de Mons. Ricar, La
Vraie Bernadette (1949), que es una réplica a Emilio Zola; la Bernadette
Soubirous de Jean Barbo, que se basó principalmente en las deposiciones de los
testigos de Lourdes; La confidente de l'Immaculée (1921), escrita por una
religiosa de Nevers; la del P. J. Blazy, traducida al inglés en 1926. Dom Bede
Lebbe criticó en The Soul of Bernadette (1947) la popularísima novela de Franz
Werfel, Song of Bernadette (1942). Otras biografías muy conocidas son la de F.
Parkinson Keyes, Sublime Shepherdess (1940) y la de la Sra. M. G. Blanton,
Bernadette of Lourdes (1939). Entre las biografías cortas la mejor es sin duda
la del P. C. C. Martindale. Sobre los detalles de las entrevistas con Bernardita,
ver The Month, junio de 1924, pp. 526-535, y julio de 1924, pp. 26 a 36.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler»,
Herbert Thurston, SI
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ingreso o última modificación relevante: ant
2012
Estas
biografías de santo son propiedad de El Testigo Fiel. Incluso cuando figura una
fuente, esta ha sido tratada sólo como fuente, es decir que el sitio no copia
completa y servilmente nada, sino que siempre se corrige y adapta. Por favor,
al citar esta hagiografía, referirla con el nombre del sitio (El Testigo Fiel)
y el siguiente enlace: https://www.eltestigofiel.org/index.php?idu=sn_1258
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