Santos Ambrosio
Francisco Ferro
y compañeros, mártires
Fecha: 3
de octubre
†: 1645 - país: Brasil
Canonización: B: Juan Pablo II 5 mar 2000 - C: Francisco
15 oct 2017
Hagiografía: «Año
Cristiano» - AAVV, BAC, 2003
Elogio:
Junto al río Uruaçu, cerca de Natal, en Brasil, santos Ambrosio Francisco
Ferro, presbítero, y compañeros, mártires, que dieron la vida víctimas de la
opresión que se desencadenó contra la fe católica. Sus nombres son: santos
Antonio Baracho, Antonio Vilela Cid, Antonio Vilela hijo y su hija, Diego
Pereira, Manuel Rodrigues Moura y su esposa, hija de Francisco Dias hijo,
Francisco de Bastos, Francisco Mendes Pereira, Juan da Silveira, Juan Lostau
Navarro, Juan Martins y siete jóvenes, José do Porto, Mateo Moreira, Simón
Correia, Esteban Machado de Miranda y dos hijas suyas, y Vicente de Souza
Pereira.
La Iglesia del Brasil
recuerda con emoción los primeros días de su establecimiento cuando
determinados colonizadores querían establecerse en las tierras salvajes de la
selva en busca de beneficios materiales y de mejor estilo de vida. Eran los
días en los que desde Europa llegaban grupos de diversas creencias y actitudes
religiosas. Con frecuencia coincidían en los mismos destinos colonizadores sin
escrúpulos, resentidos contra los católicos si eran protestantes, y contra los
cristianos si eran de otras religiones. Aconteció en América del Norte y
también en Brasil.
El 25 de diciembre de
1597, solemnidad de Navidad, llegaron por primera vez al Brasil los miembros de
una expedición colonizadora, acompañada por cuatro misioneros -dos jesuitas y
dos franciscanos-, pioneros de la evangelización del Río Grande del Norte. Se
establecieron en un lugar que llamaron Natal (Navidad) que hoy es próspera
capital de la provincia de Río Grande del Norte. Poco a poco se dedicaron al trabajo;
a la siembra del Evangelio en las tierras habitadas por los indios
«potiguares».
Pronto surgió una
cristiandad floreciente y los misioneros, además de predicar el mensaje
cristiano, se dedicaron a proteger a los indígenas ante la voracidad de los colonizadores.
Medio siglo después llegaron también colonos holandeses. Fue en diciembre de
1633 cuando la capitanía de Río Grande del Norte cayó en poder de los
advenedizos y se produjo, por algún tiempo, la llamada «invasión holandesa de
Brasil». Los recién venidos traían las consignas de su metrópoli de Europa,
pues desde 1637 a 1644 Mauricio de Nassau había decretado la tolerancia
religiosa, a pesar de las protestas del Sínodo de la reforma calvinista. Mas en
las colonias tardaban en llegar y en cumplirse las órdenes de Europa y las
decisiones emanadas de la autoridad se burlaban si otros intereses arrastraban
a los aventureros de fortuna.
Por eso llegaron entre los
«invasores» de Río Grande nutridos grupos de calvinistas, sobre todo reclutados
como soldados sin entrañas, deseosos de enriquecerse y de combatir con cierto
fanatismo contra los católicos portugueses ya establecidos en la región. Las
tensiones entre portugueses y holandeses, entre los católicos y los
calvinistas, estuvieron en la base de las matanzas que acontecieron en Río
Grande.
El párroco Andrés de
Soveral y el presbítero Ambrosio Francisco Ferro y sus grupos parroquiales de
fieles, perdieron la vida por odio a la fe. Se conocen centenares de
portugueses asesinados en diversas matanzas. Con el tiempo se recogieron los
nombres de 28 laicos, hombres, mujeres y niños, a quienes mataron sólo por ser
católicos y que sirvieron de cimiento de aquella Iglesia del Brasil. Los hechos
acontecieron en el año de 1645. Ellos fueron los protomártires del Brasil,
miembros de parroquias pacíficas, establecidas en Cunhaú y luego en Uruaçú, en
la ribera del río Potengi.
Hubo dos matanzas, una el
16 de julio de 1645, y otra el 3 de octubre del mismo año, con muchos muertos
en cada una; sin embargo, por las dificultades para recoger los nombres y asegurarse
de las muertes que fueron «in odium fidei», se han beatificado, en marzo del
año 2000, 30 protomártires del Brasil. Dos sacerdotes, que perdieron la vida el
16 de julio, se celebran en esa fecha, y los 28 restantes en la fecha de la
segunda matanza, 3 de octubre del mismo año. En el lugar de las matanzas se
levantó pronto una iglesia y un monumento a los mártires, cuya veneración
comenzó pronto a convocar peregrinos de toda la región. El 15 de octubre de
2017 Papa Francisco canonizó a estos beatos.
El primer hecho martirial
ocurrió en la localidad de Cunhaú, el 16 de julio de 1645. El día anterior
llegó a la localidad, a 73 kilómetros de Natal donde se hallaba la capitanía
del Río Grande, el enviado del gobierno holandés, el aventurero Jacob Rabbi. Venía
acompañado de un regimiento de soldados y de un centenar de indios. Dijo ser
portador de órdenes que debería comunicar al día siguiente, cuando los colonos
de las haciendas cercanas se reunieran para la misa dominical. Se convocó a
todos para que acudieran al sacrificio. Las órdenes se anunciaron como
procedentes del Gran Consejo holandés de Recife, que había tomado aparentemente
el mando en la región de la que dependía Natal y todo el territorio de Río
Grande.
La mayor parte de los
colonos se reunieron para la misa en la capilla de Nuestra Señora de las
Candelas, bajo la presidencia del párroco el P. Andrés de Soveral. No todos
cayeron en la trampa pues algunos colonos desconfiados se quedaron en sus
haciendas para ver qué acontecía o para defenderlas si eran asaltadas. Ellos
fueron quienes luego relataron los acontecimientos.
Estaban en la eucaristía y
al momento de la consagración, cuando la sagrada forma se elevó en las manos
del sacerdote, el traidor Rabbi dio orden de cerrar las puertas de la iglesia y
comenzó con los soldados y los indios «tupaias» y «potiguares» acompañantes una
sangrienta carnicería de las 69 personas reunidas: hombres desarmados, mujeres
y niños. Los soldados dispararon con saña contra los indefensos católicos. Los
indígenas se cebaron en ellos con sus machetes y espadas sobre los
aterrorizados hombres que cubrían con sus cuerpos a los niños y a sus mujeres.
El cuerpo del sacerdote
fue con el que más se ensañaron cuando ya estaba en la agonía. Los fieles
asumieron la muerte con resignación y muchos de ellos recitaban plegarias de
perdón para los asesinos y pedían perdón a Dios por sus pecados. No ofrecieron
resistencia alguna, según los testimonios posteriores de algunos de los que
contemplaron la sangrienta escena.
Los asesinos recorrieron
otros lugares matando a gentes indefensas. Mientras tanto, la noticia de la
matanza de Cunhaú se difundió entre los habitantes de Río Grande del Norte. Los
moradores del entorno de Natal, atemorizados por la doble amenaza de los indios
y de los holandeses, buscaron lugares más seguros: primero en Fortaleza de los
Reyes Magos; luego emigraron hacia el río Uruaçú y a otros lugares. Unos grupos
se refugiaron en las orillas del río Potengi.
El 3 de octubre tuvo lugar
la segunda matanza, en Uruaçú, realizada explícitamente por odio a los
católicos. Fueron asesinadas cerca de 80 personas, entre las que resalta un
grupo de 12 más influyentes, reunidos en torno a otro párroco, el P. Ambrosio
Francisco Ferro. Desde la matanza de Cunhaú en julio había un grupo escondido
en Uruaçu, lugar cercano a Sâo Gonçalo do Amarante, a 18 kms. de Natal.
Escondidos en lugares de difícil acceso, aunque no para los indios
acostumbrados a moverse por las selvas y los ríos. Habían construido
empalizadas y defensas improvisadas.
Allí irrumpieron unos 60
soldados holandeses, apoyados por unos 200 indígenas que estaban dirigidos por
un fanático cacique convertido al calvinismo. Se llamaba Antonio Paraópeba. Les
alentaba una compañía de soldados también llenos de odio hacia los portugueses
católicos. Asaltaron el lugar y destruyeron las defensas. Llegaron a pactar la
rendición bajo la promesa de respetar las vidas y fueron vilmente traicionados.
Los soldados dejaron a los indígenas la macabra tarea de asesinar a los vencidos,
conforme a los ritos y costumbres feroces de muchos de ellos, que habían sido
guerreros e incluso antropófagos.
La crueldad fue la tónica
de esta matanza: a algunos les cortaron los brazos y las piernas, a otros les
sacaron los ojos, les arrancaron la lengua, les cercenaron las narices y las
orejas; a varios niños les cortaron la cabeza. A un niño lo estrellaron contra
el tronco de un árbol y a otro le partieron por la mitad con una espada. A los
muertos los despedazaron luego en pequeños trozos. El más significativo fue
Mateus Moreira: después de cortarle las piernas y los brazos, le seguían
pidiendo que blasfemara de la Eucaristía. Le intentaron sacar el corazón por
entre las costillas. Y murió exclamando: «Alabado sea el Santísimo Sacramento».
Todo esto ocurría con la complacencia del grupo de soldados que les dirigían y
con la feroz alegría de saber que estaban limpiando la zona de enemigos
europeos.
Andrés de Soveral (16 de
julio)
Los emblemas martiriales
de aquellos acontecimientos fueron los dos sacerdotes que animaron los dos
grupos de mártires. El primero fue el párroco Andrés de Soveral, que quedó en
el recuerdo histórico de todos como modelo de misionero celoso y valiente.
Había nacido hacia 1572 en San Vicente, ciudad situada en la isla de San Vicente,
cerca de Sao Paulo. Recibió el bautismo en la parroquia de su lugar de
nacimiento dedicada a San Vicente mártir.
No se conocen muchos datos
de su infancia, pero es casi seguro que estudió en un colegio local denominado
del Niño Jesús, fundado por los jesuitas en 1533. Allí debió sentir su vocación
y entró en la Compañía. El 6 de agosto de 1593, a los 21 años, hizo su
noviciado en Bahía. Estudió teología y mostró gran interés por las lenguas
indígenas. Fue luego enviado al colegio de Olinda, en Pernambuco, centro de
irradiación para la evangelización de los indígenas. Se inició en la actividad
misionera en un viaje que hizo con el P. Diego Nunes por el territorio de los
indios «potiguares». En una de las aldeas conoció a la indígena Antonia Potiguar,
que era jefa de la tribu y se había hecho cristiana. Bendijo su matrimonio y
bautizó a otros indígenas de la aldea.
No se sabe por qué, pero
al poco tiempo, desde 1607, había dejado la Compañía de Jesús, pues no figura
en sus registros y listas desde ese año. Probablemente se puso bajo la
dependencia del obispo diocesano de Bahía, a la que pertenecía Río Grande del
Norte, para contar con más libertad en sus empresas misioneras. De hecho, en
1614 figuraba ya como párroco de Cunhaú. Se entregó con celo a la animación
religiosa de sus feligreses, tanto blancos como indios. Era austero y visitaba
los poblados y las haciendas de los colonos.
Con ayuda de las familias
había construido en el poblado una pequeña iglesia y la gente le respetaba y
estimaba. Los indígenas, con los que se comunicaba en su idioma, le contaban
como protector y nunca le hubieran hecho daño. Tuvieron que venir otras gentes
de lejos para terminar con su inmunidad sacerdotal. Tenía 73 años cuando
acontecieron los hechos que le llevaron a la muerte.
Ambrosio Francisco Ferro
(3 de octubre)
El animador del otro grupo
de mártires fue el sacerdote Ambrosio Francisco Ferro, de la diócesis de Natal.
Era portugués y había nacido en las Azores. Luego emigró a Brasil y se ordenó
sacerdote en la diócesis de Bahía. Había sido nombrado vicario de Río Grande en
1636. Era generoso, muy piadoso y desinteresado. Cuando conoció las matanzas
que se perpetraban por parte de los calvinistas holandeses y que no tenían otro
propósito que ahuyentar a los portugueses de la región, temió lo peor para sus
feligreses y trató de salvar sus vidas. Les alentó a refugiarse en la Fortaleza
de los Reyes Magos, llamada luego Castelo de Keulen, que estaba en la aldea
cercana al Uruaçú.
Ayudó a construir defensas
y empalizadas por si llegaban los perseguidores que habían perpetrado la
matanza de Cunhaú y de los que se sabía que seguían haciendo estragos por la
región. No quedan datos del martirio. Parece que fue de los primeros en ser
atravesado por una espada, precisamente por ser el sacerdote del grupo y ser
conocido por los asesinos.
Extractado de un artículo de Pedro Chico González, FSC, en Año Cristiano, BAC, 2003, tomo julio, pág 452 y ss. Ver bibliografía allí mismo. Puede leerse aquí la homilía en la misa de beatificación.
fuente: «Año Cristiano» -
AAVV, BAC, 2003
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