Santa Clara de Asís,
virgen y fundadora
Fecha: 11
de agosto
Fecha
en el calendario anterior: 12 de agosto
n.:
c.
1193 - †: 1253 - país: Italia
Canonización: C: Alejandro IV 12 ago. 1255
Hagiografía:
Directorio Franciscano
Elogio:
Memoria de santa Clara, virgen, que, como primer ejemplo de las Damas Pobres de
la Orden de los Hermanos Menores, siguió a san Francisco, llevando en Asís, en
la Umbría, una vida austera pero rica en obras de caridad y de piedad. Insigne
amante de la pobreza, no consintió ser apartada de la misma ni siquiera en la
más extrema indigencia y en la enfermedad.
Patronazgos:
patrona de Asís, de los ciegos, de las lavanderas, bordadoras, vidrieros,
pintores y doradores de vidrio, del telégrafo, el teléfono y la televisión;
protectora contra la fiebre y los problemas de ojos.
Refieren
a este santo: Santa Inés de Asís
Oración: Oh
Dios, que infundiste en santa Clara un profundo amor a la pobreza evangélica,
concédenos, por su intercesión, que, siguiendo a Cristo en la pobreza de
espíritu, merezcamos llegar a contemplarte en tu reino. Por nuestro Señor
Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y
es Dios por los siglos de los siglos. Amén (oración litúrgica).
Hermana Clara, madre y
maestra en Cristo. Son muchas las mujeres prestigiosas que han ilustrado la
historia de la Iglesia en todos los tiempos, reflejo fiel y variado de la
«mujer fuerte» de la Sagrada Escritura.
En el cruce de los siglos
XII al XIII, la ciudad de Asís se convierte en el mejor de los muestrarios de
esta primaveral eclosión de espiritualidad femenina. Pica y Hortulana -las
«señoras» madres de Francisco y de Clara de Asís- hicieron de sus hogares
planteles de santidad no asimilables a los modelos de los viejos monasterios
del anterior medioevo.
Como lirios del campo, los
seguidores de Francisco brotaron alegremente entre los setos de Porciúncula;
fieles al primitivo ideal, el bosquecillo de encinas y enebros multiplicaba sus
vástagos cada mañana y alargaba las sombras de sus ramas. Cesco -el Buenagente-
no cesaba de agradecer y añadir versos al poema de los hermanos que el cielo le
regalaba a manos llenas: Bernardo el pobre, Gil el extático, Rufino el
contemplativo, el distinguido Maseo, el paciente fray Junípero y el purísimo
León; Ángel el cortés y Juan el fuerte, Rogerio y Lúcido y los demás, de dentro
y fuera de Umbría...
Antes de 1220, los Capítulos
generales o «mesas redondas» de los caballeros de Francisco llegaron a reunir
unos cinco mil hermanos. Semejaban bandadas de alondras, acampadas para orar,
platicar y conocerse. Y se dice que las gentes de Asís se honraban de atender a
las necesidades materiales, porque aquello les parecía un radiante testimonio
de familia, que el cielo se empeñaba en bendecir cada día.
También el coro de las Damas
Pobres -en contrapunto de voces blancas- llena el valle de Espoleto y
trasciende las cimas del Subasio. Clara, la plantita de Dios que ha nacido
también en la llanura de los Ángeles, transforma los claustros de San Damián en
jardines primaverales de campanitas de plata. A estos sones virginales se
refiere la Santa en su Testamento: «El Señor, por su misericordia y gracia, nos
hizo crecer en número en breve espacio de tiempo» (TestCl 31). Nada más grato
que recordar los nombres de este plantel de azucenas de la primera hora: la
hermana Cecilia nacida en Spello, las «primas» Pacífica y Bona de Güelfuccio,
hermanas; Amada y Albina, hijas de messer de Coccorano; Consuelo y Angelita,
Bienvenida de Perusa y Felipa de Gislerio de Asís; más Clarita, Inés
('corderilla') y Beatriz, que arrastraron a su madre, madonna Hortulana -la
esposa del caballero Favarone- a la paz y a la clausura de San Damián.
Clara de Asís es la primera
mujer de la Iglesia -y de la humanidad- que alumbró o dejó en pos de sí una
floración de hijas o «hermanas pobres» con regla propia. Veinte años después de
la fundación, San Damián contaba con 50 hermanas clarisas. Lo acredita un
documento de 1238. Este reguero de luz ha llegado a nuestros días con brillo
inconfundible, pues el número de sus seguidoras, después de ocho siglos, no es
inferior a las 18.000.
Excepcionalmente dotada por
naturaleza y gracia, es maestra en las labores del hilado, del tejido y del
bordado. Muchas iglesias pobres de los contornos recibieron el regalo de los
corporales y otros paños de altar, que Clara bordaba a mano, recostada en su
catre de dolor de San Damián.
Del
magisterio de clara
Pero, además, la hija del
poderoso Favarone y de madonna Hortulana sabe leer y escribir latín vulgar, lo
suficiente para adquirir una sólida formación religiosa al contacto con el
«padre» san Francisco, sus frailes menores y los clérigos del obispado de Asís.
Es evidente su gran penetración en materia de espiritualidad, hasta el punto de
ejercer, oralmente y por escrito, un auténtico magisterio.
Enumeramos los breves, pero
preciosos, escritos con los que la madre y maestra Clara nutrió a sus hijas de
dentro y fuera de Asís.
En cuatro Cartas a la
princesa Inés de Praga, que vistió el hábito de clarisa, la fundadora le aclara
la función del amor en el seguimiento de Cristo; en una breve Carta a
Ermentrudis de Brujas trata de afianzarla en lo que ha prometido a Dios al
consagrarle la vida. La Regla, que el papa Inocencio IV aprobó la víspera de la
muerte de la santa (el 9 de agosto de 1253), es la forma de vivir que ella
anhelaba para sí y sus Hermanas Pobres, basada en el «privilegio» de guardar la
más estricta pobreza. El texto del documento original se descubrió entre los
pliegues de la manga, en el sarcófago de piedra de la basílica que le levantó
su ciudad junto a San Jorge. De una ternura especial es el Testamento, que
dirige a sus «hermanas queridas» y firma «vuestra madre y esclava» (TestCl 6 y
79). Y, por fin, la Bendición, que toma pie de la de Francisco y ahonda en
todas las razones -hermana, esclava, planta de nuestro padre, madre vuestra y
de las demás hermanas pobres, en la tierra y en el cielo- para terminar deseando
a todas que «el Señor esté siempre con vosotras» y que «vosotras estéis siempre
con él».
Como muestra de la hondura y
originalidad de su palabra escrita, he aquí unas líneas de exhortación, de la
segunda carta a Inés de Praga, en las que presenta a la hija del rey de Bohemia
la dolorosa belleza de Cristo pobre, como único camino de gloria:
«Míralo hecho despreciable
por ti, y síguele, hecha tú despreciable por él en este mundo [...]. Observa,
considera y contempla, con el anhelo de imitarle, a tu esposo, el más bello
entre los hijos de los hombres, hecho por tu salvación el más vil de los
varones; despreciado, golpeado y azotado de mil formas en todo su cuerpo,
muriendo entre las atroces angustias de la cruz. Porque, si sufres con él,
reinarás con él; si con él lloras, con él gozarás; si mueres con él en la cruz
de la tribulación, poseerás las moradas eternas en el esplendor de los santos,
y tu nombre, inscrito en el libro de la vida, será glorioso entre los hombres»
(2CtaCl 19-20).
Mujer
de perfiles evangélicos
Por cualquier lado que la
miremos, Clara de Asís, como su amigo y padre Francisco, es evangelio viviente;
todo son rasgos que la asemejan a Jesús, como las primaveras de la Umbría se
parecen a las de Galilea. Para sus contemporáneos fue «la mujer nueva del valle
de Espoleto» (BulCan 9). En la catedral de Anagni, en 1255, el papa Alejandro
IV la proclamaba espejo de vida, libro que interpela, lámpara luminosa: «Clara
moraba oculta, pero su conducta resultaba notoria; vivía en el silencio, y su fama
era un clamor. La Iglesia se colmaba de aromas de santidad» (BulCan 3-4). En
ella confluyen y se complementan dos caminos luminosos o formas de amor que el
evangelio hace compatibles: la flor de la virginidad y la maternidad del
espíritu. Es maestra para quienes han optado por las aulas del itinerario
contemplativo de la clausura, donde Clara se anticipa a las doctoras de la
experiencia mística; y su docencia escondida no es óbice para alzarse, a los
ocho siglos, con el patronazgo del mundo televisivo, porque el cielo le
concedió ver y oír a distancia, desde su lecho, las funciones de la Navidad que
los hermanos menores celebraban en la basílica de la Colina del Paraíso.
Pío XII, el 4 de febrero de
1958, quiso subrayar que Clara es la ciudad puesta sobre el monte. La luz y la
vida no se pueden esconder porque gritan más allá de la muerte: «Bendito seas,
Señor, porque me has creado» (LCl 46). Cuando Clara regresaba de la oración
arrebatada por la fascinación del amigo divino, «las religiosas se alegraban como
si viniera del cielo» (Pro 1,9).
Clara es la gran «cristiana»
cuya fuerza procede de la comunión con Cristo. Su confianza, absoluta en
situaciones límite, culminó cuando los sarracenos asaltaron su refugio de San
Damián. Ella, en un gesto o imagen digna de la patrona del arte de la
televisión, los detuvo clamando a su Señor y alzando la Custodia: «¿Y entregas
inermes en manos de paganos a tus siervas, a las que yo he criado en tu amor?»
(LCl 22).
Al enarbolar en su mano el
vigor del sacramento, Clara proclama que no es lo primero el dinamismo
exasperado del hombre que, al no contar con Dios, se degrada en su soledad. Al
contrario ella, respirando a dos pulmones el aire del evangelio y bebiendo a
boca llena el agua de la gracia, crece en dignidad y en libertad de espíritu.
El privilegio de ser pobre
conduce a la suerte evangélica de ser libre y feliz. El vacío que resulta de
liberar el corazón de egoísmos y posesiones es camino ancho de paz y de amor,
de hacerse disponible para la solidaridad. Un recipiente a propósito para que
Dios lo colme con sus dones.
Tan sierva del Señor se
siente Clara en el servicio de sus hermanas e hijas -y aun de su ciudad- que,
estando agonizante, le cuenta a fray Reinaldo su vida de entrega, desde 1212 a
1253, con estas palabras: «Desde que conocí la gracia de mi Señor Jesucristo
por medio de aquel su siervo Francisco, ninguna pena me resultó molesta, ni
ninguna penitencia gravosa, ni enfermedad alguna, hermano carísimo, difícil»
(LCl 44).
Pero la pobreza de Clara no
fue sólo libertad para seguir a Cristo, sino también fuerza para crear
fraternidad. Como «hermanas pobres», el ideal de las vírgenes del monasterio de
San Damián, que luego de la muerte de la Santa se trasladó a intramuros y hoy
denominamos de Santa Clara, es la «convivencia fraterna» (LP 45), un tipo de
familia incompatible con intereses egoístas.
La historia prueba que el
corazón de Clara era más ancho que su monasterio y que vivió vigilante también
de la suerte de su ciudad. Cuando la asediaba Vidal de Aversa, dijo a sus
hermanas: «Acudid a nuestro Señor y suplicadle con todo el corazón la
liberación de la ciudad» (LCl 23).
Y es que quien se consagra a
Dios y se aleja del ruido del mundo, no por ello se aparta de los problemas del
hombre. Se lo decía el papa Juan Pablo II a la comunidad del protomonasterio de
Asís: «No sabéis cuán importantes sois... ¡Cuántos problemas y cuántas cosas
dependen de vosotras!» (Disc. del 12-III-1982).
Por ello, en reciprocidad,
la ciudad de Asís -y el mundo entero- ha cargado alegremente con el peso del
«privilegio» de la pobreza de Clara y sus hijas, a las que nunca, en ocho
siglos, ha faltado la mesa de la caridad, pese a los temores iniciales de los
pontífices Honorio III y Gregorio IX, tan amigos de la Santa, pero que no
acababan de creer que una mujer frágil pudiera cargar sobre sus hombros todo el
peso del Evangelio.
Segunda parte del escrito
«Santa Clara de Asís, clara luz que no cesa», por Félix del Buey, o.f.m.,
publicado en , en Tierra Santa Nº 764 (Sept-Oct 2003) 226-233; Nº 765 (Nov-Dic
2003) 285-293; Nº 766 (Enero-Febr 2004) 21-28]. Lo hemos tomado de
http://www.franciscanos.org/stacla/menud.html, en el que hay una variedad de
escritos sobre Santa Clara, que vale la pena rastrear.
fuente: Directorio
Franciscano
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modificación relevante: ant 2012
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son propiedad de El Testigo Fiel. Incluso cuando figura una fuente, esta ha
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esta hagiografía, referirla con el nombre del sitio (El Testigo Fiel) y el
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