Icono de María Madre de la Iglesia (Mater Ecclesiae), en la plaza de san Pedro (Roma). |
Santa María, Madre de la Iglesia
El lunes después de Pentecostés la
Iglesia celebra la Memoria de “María, Madre de la Iglesia”. Ofrecemos algunos
textos para considerar esa fiesta litúrgica.
DE LA IGLESIA Y DEL PAPA 24/05/2021
Decreto sobre la
celebración de la bienaventurada Virgen María, Madre de la Iglesia, en el
Calendario Romano General (descargar en PDF)
Comentario “La memoria de
María, Madre de la Iglesia”, de Robert Sarah, prefecto de la Congregación para
el culto divino y la disciplina de los sacramentos (descargar en PDF)
La historia del
mosaico de María, Mater Ecclesiae
Uno
de los elementos arquitectónicos más recientes en la plaza de San Pedro es el
mosaico dedicado a María "Mater Ecclesiae" junto con el texto Totus
Tuus, una muestra más del cariño a la Virgen de san Juan Pablo II.
Texto
del Papa Francisco
Me
gustaría mirar a María como imagen y modelo de la Iglesia. Y lo hago
recuperando una expresión del Concilio Vaticano II. Dice la constitución Lumen
gentium: “Como enseñaba san Ambrosio, la Madre de Dios es una figura de la
Iglesia en el orden de la fe, la caridad y de la perfecta unión con Cristo” (n.
63).
MARÍA VIVIÓ LA FE EN LA SENCILLEZ
DE LAS MILES DE OCUPACIONES Y PREOCUPACIONES COTIDIANAS DE CADA MADRE
Partamos desde el primer aspecto, María
como modelo de fe. ¿En qué sentido María es un modelo para la fe de la Iglesia?
Pensemos en quién fue la Virgen María: una joven judía, que esperaba con todo
el corazón la redención de su pueblo. Pero en aquel corazón de joven hija de
Israel, había un secreto que ella misma aún no lo sabía: en el designio del amor
de Dios estaba destinada a convertirse en la Madre del Redentor. En la
Anunciación, el mensajero de Dios la llama “llena de gracia” y le revela este
proyecto. María responde “sí”, y desde ese momento la fe de María recibe una
nueva luz: se concentra en Jesús, el Hijo de Dios que se hizo carne en ella y
en quien que se cumplen las promesas de toda la historia de la salvación. La fe
de María es el cumplimiento de la fe de Israel, en ella realmente está reunido
todo el camino, la vía de aquel pueblo que esperaba la redención, y en este
sentido es el modelo de la fe de la Iglesia, que tiene como centro a Cristo, la
encarnación del amor infinito de Dios.
¿Cómo ha vivido María esta fe? La vivió
en la sencillez de las miles de ocupaciones y preocupaciones cotidianas de cada
madre, en cómo ofrecer los alimentos, la ropa, la atención en el hogar… Esta
misma existencia normal de la Virgen fue el terreno donde se desarrolla una
relación singular y un diálogo profundo entre ella y Dios, entre ella y su
hijo. El “sí” de María, ya perfecto al principio, creció hasta la hora de la
Cruz. Allí, su maternidad se ha extendido abrazando a cada uno de nosotros,
nuestra vida, para guiarnos a su Hijo. María siempre ha vivido inmersa en el
misterio del Dios hecho hombre, como su primera y perfecta discípula, meditando
cada cosa en su corazón a la luz del Espíritu Santo, para entender y poner en
práctica toda la voluntad de Dios.
Podemos hacernos una pregunta: ¿nos
dejamos iluminar por la fe de María, que es Madre nuestra? ¿O la creemos
lejana, muy diferente a nosotros? En tiempos de dificultad, de prueba, de
oscuridad, la vemos a ella como un modelo de confianza en Dios, que quiere
siempre y solamente nuestro bien? Pensemos en ello, ¡tal vez nos hará bien
reencontrar a María como modelo y figura de la Iglesia por esta fe que ella
tenía!
Llegamos al segundo aspecto: María,
modelo de caridad. ¿De qué modo María es para la Iglesia ejemplo viviente del
amor? Pensemos en su disponibilidad hacia su prima Isabel. Visitándola, la
Virgen María no solo le llevó ayuda material, también eso, pero le llevó a
Jesús, quien ya vivía en su vientre. Llevar a Jesús en dicha casa significaba
llevar la alegría, la alegría plena. Isabel y Zacarías estaban contentos por el
embarazo que parecía imposible a su edad, pero es la joven María la que les
lleva el gozo pleno, aquel que viene de Jesús y del Espíritu Santo, y que se
expresa en la caridad gratuita, en el compartir, en el ayudarse, en el
comprenderse.
Nuestra Señora quiere traernos a todos
el gran regalo que es Jesús; y con Él nos trae su amor, su paz, su alegría.
Así, la Iglesia es como María, la Iglesia no es un negocio, no es un organismo
humanitario, la Iglesia no es una ONG, la Iglesia tiene que llevar a todos
hacia Cristo y su evangelio; no se ofrece a sí misma –así sea pequeña, grande,
fuerte o débil- la Iglesia lleva a Jesús y debe ser como María cuando fue a
visitar a Isabel. ¿Qué llevaba María? A Jesús. La Iglesia lleva a Jesús: ¡este
el centro de la Iglesia, llevar a Jesús! Si hipotéticamente, alguna vez
sucediera que la Iglesia no lleva a Jesús, ¡esta sería una Iglesia muerta! La
Iglesia debe llevar la caridad de Jesús, el amor de Jesús, la caridad de Jesús.
Hemos hablado de María, de Jesús. ¿Qué
pasa con nosotros? ¿Con nosotros que somos la Iglesia? ¿Cuál es el amor que
llevamos a los demás? Es el amor de Jesús que comparte, que perdona, que
acompaña, ¿o es un amor aguado, como se alarga al vino que parece agua? ¿Es un
amor fuerte, o débil, al punto que busca las simpatías, que quiere una
contrapartida, un amor interesado?
MARÍA REZABA, TRABAJABA, IBA A LA
SINAGOGA… PERO CADA ACCIÓN SE REALIZABA SIEMPRE EN PERFECTA UNIÓN CON JESÚS
Otra pregunta: ¿a Jesús le gusta el amor
interesado? No, no le gusta, porque el amor debe ser gratuito, como el suyo.
¿Cómo son las relaciones en nuestras parroquias, en nuestras comunidades? ¿Nos
tratamos unos a otros como hermanos y hermanas? ¿O nos juzgamos, hablamos mal
de los demás, cuidamos cada uno nuestro “patio trasero”? O nos cuidamos unos a
otros? ¡Estas son preguntas de la caridad!
Y un último punto brevemente: María,
modelo de unión con Cristo. La vida de la Virgen fue la vida de una mujer de su
pueblo: María rezaba, trabajaba, iba a la sinagoga… Pero cada acción se
realizaba siempre en perfecta unión con Jesús. Esta unión alcanza su culmen en
el Calvario: aquí María se une al Hijo en el martirio del corazón y en la
ofrenda de la vida al Padre para la salvación de la humanidad. Nuestra Madre ha
abrazado el dolor del Hijo y ha aceptado con Él la voluntad del Padre, en
aquella obediencia que da fruto, que trae la verdadera victoria sobre el mal y
sobre la muerte.
Es hermosa esta realidad que María nos
enseña: estar siempre unidos a Jesús. Podemos preguntarnos: ¿Nos acordamos de
Jesús sólo cuando algo está mal y tenemos una necesidad? ¿O tenemos una
relación constante, una profunda amistad, incluso cuando se trata de seguirlo
en el camino de la cruz?
Pidamos
al Señor que nos dé su gracia, su fuerza, para que en nuestra vida y en la vida
de cada comunidad eclesial se refleje el modelo de María, Madre de la Iglesia (Audiencia, 23
octubre 2013).
Textos
de san Josemaría
∙ Hace falta que meditemos con
frecuencia, para que no se vaya de la cabeza, que la Iglesia es un misterio
grande, profundo. No puede ser nunca abarcado en esta tierra. Si la razón
intentara explicarlo por sí sola, vería únicamente la reunión de gentes que
cumplen ciertos preceptos, que piensan de forma parecida. Pero eso no sería la
Santa Iglesia.
En
la Santa Iglesia los católicos encontramos nuestra fe, nuestras normas de
conducta, nuestra oración, el sentido de la fraternidad, la comunión con todos
los hermanos que ya desaparecieron y que se purifican en el Purgatorio —Iglesia
purgante—, o con los que gozan ya —Iglesia triunfante— de la visión beatífica,
amando eternamente al Dios tres veces Santo. Es la Iglesia que permanece aquí
y, al mismo tiempo, trasciende la historia. La Iglesia, que nació bajo el manto
de Santa María, y continúa —en la tierra y en el cielo— alabándola como Madre (‘El fin sobrenatural de la Iglesia’, en Amar a la
Iglesia. 28-V-1972).
DIOS NOS LA ENTREGA COMO MADRE DE
TODOS LOS REGENERADOS EN EL BAUTISMO, Y CONVERTIDOS EN MIEMBROS DE CRISTO:
MADRE DE LA IGLESIA ENTERA
∙ Viendo Jesús a María y al
discípulo amado, que estaba allí, se dirige a su Madre: Mujer, ahí tienes a tu
hijo. Después habla con el discípulo: ahí tienes a tu Madre. Desde aquel
momento la recibió el discípulo por suya. Y nosotros por nuestra. Dios nos
la entrega como Madre de todos los regenerados en el Bautismo, y convertidos en
miembros de Cristo: Madre de la Iglesia entera. Vosotros sois el cuerpo de
Cristo, y miembros unidos a otros miembros, escribe San Pablo. La que es Madre
del Cuerpo es Madre de todos los que se incorporan a Cristo, desde el primer
brote de la vida sobrenatural, que se inicia en el Bautismo y se robustece con
el crecimiento de los dones del Espíritu Santo (Artículo titulado ‘La Virgen
del Pilar’. Publicado en Libro de Aragón, por la CAMP de Zaragoza,
Aragón y Rioja, 1976). También se recoge en Por las sendas de la fe (ed.
J. A. Loarte) ed Cristiandad.
∙ Seguramente también vosotros, al
ver en estos días a tantos cristianos que expresan de mil formas diversas su
cariño a la Virgen Santa María, os sentís más dentro de la Iglesia, más
hermanos de todos esos hermanos vuestros. Es como una reunión de familia,
cuando los hijos mayores, que la vida ha separado, vuelven a encontrarse junto
a su Madre, con ocasión de alguna fiesta. Y, si alguna vez han discutido entre
sí y se han tratado mal, aquel día no; aquel día se sienten unidos, se
reconocen todos en el afecto común (Es Cristo que pasa, 139, 3).
∙ Alzo en este momento mi corazón a
Dios y pido, por mediación de la Virgen Santísima -que está en la Iglesia, pero
sobre la Iglesia: entre Cristo y la Iglesia, para proteger, para reinar, para
ser Madre de los hombres, como lo es de Jesús Señor Nuestro-; pido que nos
conceda esa prudencia a todos, y especialmente a los que, metidos en el
torrente circulatorio de la sociedad, deseamos trabajar por Dios:
verdaderamente nos conviene aprender a ser prudentes (Amigos de Dios, 155, 2).
∙ Me gusta volver con la imaginación
a aquellos años en los que Jesús permaneció junto a su Madre, que abarcan casi
toda la vida de Nuestro Señor en este mundo. Verle pequeño, cuando María lo
cuida y lo besa y lo entretiene. Verle crecer, ante los ojos enamorados de su
Madre y de José, su padre en la tierra. Con cuánta ternura y con cuánta
delicadeza María y el Santo Patriarca se preocuparían de Jesús durante su
infancia y, en silencio, aprenderían mucho y constantemente de Él. Sus almas se
irían haciendo al alma de aquel Hijo, Hombre y Dios. Por eso la Madre —y,
después de Ella, José— conoce como nadie los sentimientos del Corazón de
Cristo, y los dos son el camino mejor, afirmaría que el único, para llegar al
Salvador.
Que
en cada uno de vosotros,
escribía San Ambrosio, esté el alma de María, para alabar al Señor; que
en cada uno esté el espíritu de María, para gozarse en Dios. Y este Padre
de la iglesia añade unas consideraciones que a primera vista resultan
atrevidas, pero que tienen un sentido espiritual claro para la vida del
cristiano. Según la carne, una sola es la Madre de Cristo; según la fe,
Cristo es fruto de todos nosotros[1].
Si
nos identificamos con María, si imitamos sus virtudes, podremos lograr que
Cristo nazca, por la gracia, en el alma de muchos que se identificarán con El
por la acción del Espíritu Santo. Si imitamos a María, de alguna manera
participaremos en su maternidad espiritual. En silencio, como Nuestra Señora;
sin que se note, casi sin palabras, con el testimonio íntegro y coherente de
una conducta cristiana, con la generosidad de repetir sin cesar un fiat que
se renueva como algo íntimo entre nosotros y Dios.
Su mucho amor a Nuestra Señora y su
falta de cultura teológica llevó, a un buen cristiano, a hacerme conocer cierta
anécdota que voy a narraros, porque —con toda su ingenuidad— es lógica en
persona de pocas letras.
Tómelo
—me decía— como un desahogo: comprenda mi tristeza ante algunas cosas que
suceden en estos tiempos. Durante la preparación y el desarrollo del actual
Concilio, se ha propuesto incluir el tema de la Virgen. Así: el
tema. ¿Hablan de ese modo los hijos? ¿Es ésa la fe que han profesado
siempre los fieles? ¿Desde cuándo el amor a la Virgen es un tema,
sobre el que se admita entablar una disputa a propósito de su conveniencia?
LA MADRE DE DIOS Y, POR ESO,
MADRE DE TODOS LOS CRISTIANOS, ¿NO SERÁ MADRE DE LA IGLESIA, QUE ES LA REUNIÓN
DE LOS QUE HAN SIDO BAUTIZADOS Y HAN RENACIDO EN CRISTO?
Si algo está reñido con el amor, es la
cicatería. No me importa ser muy claro; si no lo fuera —continuaba— me
parecería una ofensa a Nuestra Madre Santa. Se ha discutido si era o no
oportuno llamar a María Madre de la Iglesia. Me molesta descender a más
detalles. Pero la Madre de Dios y, por eso, Madre de todos los cristianos, ¿no
será Madre de la Iglesia, que es la reunión de los que han sido bautizados y
han renacido en Cristo, hijo de María?
No
me explico —seguía— de dónde nace la mezquindad de escatimar ese título en
alabanza de Nuestra Señora. ¡Qué diferente es la fe de la Iglesia! El tema de
la Virgen. ¿Pretenden los hijos plantear el tema del amor a su
madre? La quieren y basta. La querrán mucho, si son buenos hijos. Del tema —o
del esquema— hablan los extraños, los que estudian el caso con la frialdad del
enunciado de un problema. Hasta aquí el desahogo recto y piadoso, pero injusto,
de aquella alma simple y devotísima.
Sigamos
nosotros ahora considerando este misterio de la Maternidad divina de María, en
una oración callada, afirmando desde el fondo del alma: Virgen, Madre
de Dios: Aquel a quien los Cielos no pueden contener, se ha encerrado en tu
seno para tomar la carne de hombre[2].
Mirad lo que nos hace recitar hoy la
liturgia: bienaventuradas sean las entrañas de la Virgen María, que
acogieron al Hijo del Padre eterno[3].
Una exclamación vieja y nueva, humana y divina. Es decir al Señor, como se usa
en algunos sitios para ensalzar a una persona: ¡bendita sea la madre que te
trajo al mundo! (Amigos de Dios, nn. 281-283).
Fuente: https://opusdei.org/es/article/maria-madre-de-la-iglesia-mater-ecclesiae-memoria/
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