San Clemente María
Hofbauer,
religioso presbítero
fecha: 15 de marzo
n.: 1751 - †: 1820 - país: Austria
Canonización: B: León XIII 29 ene 1888 - C: Pío
X 20 may 1909
Hagiografía:
«Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Elogio: En
Viena, en Austria, san Clemente María Hofbauer, presbítero de la Congregación
del Santísimo Redentor, que trabajó admirablemente por la propagación de la fe
y la reforma de la disciplina eclesiástica. Preclaro tanto por su ingenio como
por sus virtudes, impulsó a entrar en la Iglesia a no pocos varones
prestigiosos en las ciencias y en las artes.
Patronazgos: patrono
de Viena.
A san Clemente María Hofbauer se le llama
algunas veces el segundo fundador de los redentoristas, porque fue el primero
en establecer la Congregación de San Alfonso María de Ligorio al norte de los
Alpes. Él, más que ningún otro, provocó la caída del «josefinismo», que trataba
a los eclesiásticos como funcionarios del Estado y sujetos al poder secular.
Nació en 1751, en Moravia, y fue bautizado con el nombre cristiano de Juan. Era
el noveno de doce hijos de un ganadero y carnicero que había cambiado su
apellido eslavo de Dvorak por el equivalente alemán Hofbauer. Desde pequeño,
anhelaba llegar a ser sacerdote, pero la pobreza se interponía en su camino y,
a la edad de quince años, se ganaba la vida como aprendiz de panadero; más
tarde, fue empleado en la panadería del monasterio premonstratense de Bruck,
donde su abnegación durante una época de hambre, le ganó la simpatía del abad,
que le permitió asistir a las clases de latín en la escuela anexa a la abadía.
Después de la muerte del abad, el santo vivió como un solitario, hasta que el
edicto del emperador José en contra de los ermitaños lo obligó a desempeñar
otra vez su antigua ocupación, esta vez en Viena. Dos veces hizo
peregrinaciones a Roma, desde esa ciudad, en compañía de su amigo Pedro
Kunzmann y, en la segunda ocasión obtuvieron permiso del obispo Chiaramonti, de
Tívoli (después papa Pío VII) para establecerse como ermitaños en su diócesis.
Sin embargo, pocos meses después, se le ocurrió que su trabajo debía ser el de
un misionero, no el de un solitario, y en consecuencia regresó a Viena. Un día,
después de haber ayudado la misa en la Catedral de San Esteban, se ofreció a
conseguir un carruaje para dos damas que se habían refugiado en el vestíbulo
cuando llovía, y este casual servicio lo llevó a realizar el deseo de su
corazón, ya que las dos damas descubrieron que no tenía los medios para seguir
los estudios para el sacerdocio y se ofrecieron a pagárselos, no sólo a él,
sino también a su amigo Tadeo Hübl. Como la Universidad de Viena estaba
infectada por la enseñanza racionalista, regresaron a Roma y allí
experimentaron la atracción hacia los redentoristas y ambos pidieron ser
admitidos en el noviciado.
El mismo san Alfonso, que
aún vivía, se alegró mucho al saber que había unos recién llegados del norte,
previendo el establecimiento de su congregación en Austria. Los dos amigos
profesaron y se ordenaron en 1875. Juan Hofbauer, tenía entonces treinta y
cuatro años de edad; al recibir el sacramento, tomó el nombre de Clemente. Éste
y Tadeo fueron enviados en seguida a Viena, pero en vista de que el emperador
José II, no contento con la expulsión de los jesuitas, había ya suprimido
varios monasterios que pertenecían a diversas órdenes, resultaba inútil pensar
en hacer allí una nueva fundación. Sus superiores encargaron entonces a
Clemente que empezara una misión en la región de Courland y partió hacia el
norte, en compañía de Tadeo Hübl. En el camino, san Clemente encontró a su
viejo amigo Manuel Kunzmann, que seguía viviendo como ermitaño en Tívoli, pero
que andaba entonces en peregrinación. El encuentro parecía providencial.
Kunzmann, resolvió unirse a los dos misioneros como hermano lego, y así resultó
ser el primer novicio Redentorista admitido al norte de los Alpes. En Varsovia,
el nuncio papal puso a disposición de los viajeros la iglesia de San Benno.
Había en la ciudad varios miles de alemanes católicos que, desde la supresión
de la Compañia de Jesús, no habían vuelto a tener sacerdotes que hablaran
alemán. En su ansiedad por retener a los rcdentoristas, el nuncio escribió a
Roma y obtuvo que se postergara la misión en Courland, en vista del mucho
trabajo que había en Varsovia. Los misioneros empezaron su tarea en la mayor
pobreza: no tenían camas; Clemente y Tadeo dormían en una silla. Pidieron
prestados los utensilios para cocinar y, como el hermano lego no sabía nada de
cocina, Clemente se vio en la necesidad de ayudarlo. En los primeros días,
predicaban en las calles, pero cuando el gobierno prohibió los sermones al aire
libre, permanecieron en la iglesia de San Benno, que llegó a ser el centro de
una continua misión. Entre los años de 1789 y 1808, el trabajo realizado por
san Clemente y sus compañeros fue extraordinario. Se predicaban cinco sermones
cada día; tres en polaco y dos en alemán, puesto que, si bien el trabajo de san
Clemente estaba dedicado principalmente a los alemanes, él deseaba ayudar a
todos. La obra entre los polacos recibió gran impulso después de admitirse el
primer novicio polaco, Juan Podgorski. La iglesia de la Santa Cruz en los
Campos fue entregada a Clemente y atendida desde San Benno; numerosos
protestantes fueron atraídos a la Iglesia, y san Clemente tuvo especial éxito
en la conversión de los judíos.
Además de este ministerio
apostólico, el santo llevaba a cabo una gran obra social. Las constantes
guerras habían dejado a las clases bajas sumidas en la miseria y la condición
de muchos niños era digna de compasión. Para ayudarlos, abrió un orfanatorio cerca
de la iglesia de San Benno y recogió limosnas para su sostenimiento. En una de
sus correrías para solicitar ayuda, un hombre que jugaba a las cartas en una
taberna contestó a su petición, escupiéndole en el rostro. San Clemente, sin
perturbarse, dijo: «Ese fue un obsequio personal para mí, ahora, por favor,
deme algo para mis niños pobres». El hombre que lo había insultado llegó a ser
después uno de sus penitentes regulares. Se fundó también una escuela para
niños, en tanto que confraternidades y otras asociaciones ayudaban a asegurar
la permanencia de la buena obra empezada. Como su comunidad crecía, empezó a
enviar fuera misioneros y a establecer casas en Courland, así como en Polonia,
Alemania y Suiza; pero todas ellas tuvieron que ser eventualmente abandonadas,
debido a las dificultades de la época. Después de veinte años de intensa labor,
san Clemente tuvo que dejar también su obra en Varsovia, a consecuencia del
decreto de Napoleón que suprimió las órdenes religiosas. El año anterior, el
santo había perdido a su amado amigo, el padre Hübl, que murió de tifus,
contraído cuando administraba los últimos sacramentos a algunos soldados
italianos. Un agente de la policía arriesgó su vida para advertir a los
Redentoristas que les amenazaba la expulsión. Así, pudieron prepararse a
recibir la notificación oficial, que llegó el 20 de julio de 1808.
Inmediatamente se entregaron a las autoridades, que les encarcelaron en la
fortaleza de Cüstrin, a orillas del Oder. Era tanta la influencia de los
Redentoristas entre los que los conocían, que a diario se formaban grupos,
dentro y fuera de la fortaleza, para oírles cantar los himnos, hasta que las
autoridades decidieron mandarlos lejos para que no hubiera tantas conversiones.
Se decidió que la comunidad se disolviera y que cada miembro regresara a su
país natal. Sin embargo, san Clemente determinó establecerse en Viena, con la
esperanza de fundar una casa religiosa allí, en caso de que se derogaran las
leyes de José II. Después de grandes dificultades, incluyendo otro
encarcelamiento en la frontera austríaca, logró llegar a la ciudad donde habría
de vivir y trabajar los últimos doce años de su vida.
Al principio, trabajó
oscuramente entre los italianos radicados en Viena; pero poco después, el
arzobispo lo nombró capellán de las monjas ursulinas y rector de la iglesia
adjunta a su convento. Allí tenía libertad para predicar, oír confesiones y
cumplir con todos sus deberes sacerdotales y bien pronto, desde este centro, se
inyectó nuevo vigor a la vida religiosa en Viena. Su confesionario era
materialmente asediado, no sólo por la gente pobre y sencilla, sino por los
ministros de Estado y profesores de la Universidad. Como uno de sus biógrafos
hace notar: «Por la simple fuerza de su santidad, él, un hombre a quien se había
negado la oportunidad de adquirir amplia cultura intelectual, tenía tal
ascendencia sobre la manera de pensar de sus contemporáneos, que fue
considerado como un oráculo de sabiduría por los que estaban a la cabeza del
movimiento intelectual, tanto en el mundo político como en el literario».
Fueron en realidad san Clemente María Hofbauer, sus amigos y sus penitentes,
entre los cuales se contaba el príncipe Luis de Baviera, los que impidieron en
el Congreso de Viena el intento de crear una Iglesia nacional alemana,
independiente del Pontífice romano. El santo se interesó especialmente en la
difusión de la buena literatura, pero quizá su obra cumbre fue el
establecimiento de un colegio católico que llegó a ser un don inestimable para
Viena, puesto que, además de proporcionar muchos sacerdotes y monjas, dio
seglares bien instruidos, que después ocuparon importantes cargos en todas las
carreras civiles. Durante toda su vida, san Clemente tuvo gran devoción por los
enfermos, a quienes consolaba con su palabra; se dice que visitó a dos mil
enfermos en su lecho de muerte. Los ricos y los pobres lo solicitaban y él
jamás desatendió un llamado. Tuvo especial amistad con los monjes católicos
armenios mequitaristas que llegaron a Viena; y en sus tratos con los protestantes
le ayudó mucho la idea de que, como escribió en una carta al padre Perthes, en
1816, «si la Reforma en Alemania crece y se sostiene, no es precisamente por
los herejes y filósofos, sino por hombres que verdaderamente ambicionaban una
religión interior».
A pesar de sus buenas obras
y de su espíritu apostólico, san Clemente fue objeto de frecuentes
persecuciones por parte de los adictos al «Josefinismo», y la policía lo
vigilaba continuamente. Refería, en 1818, que «el pietismo y fanatismo se
estaban poniendo de moda. Sin embargo, el confesionario es el factor de
oposición que mantiene viva esta moda»; y parece en verdad que su trabajo como
confesor y director fue la principal fuente de influencia que hizo de san
Clemente Hofbauer «el apóstol de Viena». Una vez se le prohibió predicar, y sus
oponentes, después de fracasar en sus intentos ante el Congreso de Viena, lo
acusaron de ser un espía que informaba a Roma todo lo que se hacía en el
imperio. El canciller de Austria preguntó si podría ser expulsado, pero
Francisco I recibió tan buenos informes acerca de Clemente, dados por el
arzobispo y por el Papa Pío VII, que no solamente prohibió cualquier futura
molestia a los Redentoristas, sino que, en una entrevista con el santo, le
habló alentadoramente de las probabilidades de un reconocimiento legal de su
congregación. El santo había conseguido prácticamente sus dos principales
objetivos: la fe católica estaba en auge una vez más y su amada congregación
estaba a punto de ser firmemente arraigada en suelo alemán. Él no vivió para
ver realizadas sus esperanzas, pero estaba plenamente satisfecho. «Los asuntos
de la congregación no quedarán resueltos sino después de mi muerte», dijo.
«Solamente hay que tener paciencia y confianza en Dios. Apenas haya exhalado mi
último aliento, cuando ya tendremos casas en abundancia». La profecía iba
pronto a cumplirse. Ya cerca de su fin, en 1819, san Clemente sufría a causa de
varias enfermedades, pero trabajaba tan intensamente como siempre. El 9 de
marzo, insistió en ir caminando, a pesar de una tormenta de nieve, para cantar
una misa de Requiem por el alma de la princesa Jablonowska, que lo había
ayudado grandemente cuando estuvo viviendo en Varsovia. Estuvo a punto de
desmayarse en el altar y, al regresar a casa, cayó en cama, de donde no se
levantó más. Allí, seis días más tarde, exhaló el último suspiro en presencia
de muchos de sus amigos. Toda Viena se aglomeró en las calles para rendirle
homenaje, cuando su cuerpo fue llevado por doce de sus más queridos discípulos
a la catedral, a través de las grandes puertas, que solamente se abrían en las
ocasiones más solemnes. Fue canonizado en 1909.
Existen excelentes
biografías en alemán de A. Innerkofler, M. Meschler y M. Haringer, pero la
mejor es la de J. Hofer, Der heilige Klemens María Hofbauer: Ein Lebensbild.
(1921). Mucha información puede ser recogida de Life of St. Alphonsus Liguori
por Fr. H. Castle, y existen relatos ingleses por Fr. O. R. Vassall Phillips y
Fr. J. Carr. Ver también un artículo por W. C. Breintenfeld en The Tablet, 5 de
enero, 1952, pp. 7-9, y E. Hosp, Der hl. K. M. Hofbauer (1951).
fuente: «Vidas de los santos
de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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