Santa Margarita de Escocia, reina
Fecha: 16
de noviembre
Fecha
en el calendario anterior: 10 de junio
n.:
1046 - †: 1093 - país: Reino Unido (UK)
Canonización: C: Inocencio IV 1250
Hagiografía:
«Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Elogio:
Santa Margarita, nacida en Hungría y casada con Malcolm III, rey de Escocia,
que dio a luz ocho hijos, y fue sumamente solícita por el bien del reino y de
la Iglesia; a la oración y a los ayunos añadía la generosidad para con los
pobres, dando así un óptimo ejemplo como esposa, madre y reina.
Patronazgos:
Patrona de Escocia, de las familias numerosas, las viudas, protectora contra la
muerte de los niños.
Oración:
Señor Dios nuestro, que hiciste de santa Margarita de Escocia un modelo
admirable de caridad para con los pobres, concédenos, por su intercesión, que,
siguiendo su ejemplo, seamos nosotros fiel reflejo de tu bondad entre los
hombres. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la
unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén (oración
litúrgica).
Margarita
era una de las hijas de Eduardo d'Outremer («El Exilado»), pariente muy cercano
de Eduardo el Confesor, y hermana del príncipe Edgardo. Este último, cuando
huía de las acechanzas de Guillermo el Conquistador, se refugió junto con su
hermana, en la corte del rey Malcolm Canmore, en Escocia. Una vez allí,
Margarita, tan hermosa como buena y recatada, cautivó el corazón de Malcolm y,
en el año de 1070, cuando ella tenía veinticuatro años de edad, se casó con el
rey en el castillo de Dunfermline. Aquel matrimonio atrajo muchos beneficios
para Malcolm y para Escocia. El rey era un hombre rudo e inculto, pero de buena
disposición, y Margarita, atenida a la gran influencia que ejercía sobre él,
suavizó su carácter, educó sus modales y le convirtió en uno de los monarcas
más virtuosos de cuantos ocuparon el trono de Escocia. Gracias a aquella
admirable mujer, las metas del reino fueron, desde entonces, establecer la
religión cristiana y hacer felices a los súbditos. «Ella incitaba al monarca a
realizar las obras de justicia, caridad, misericordia y otras virtudes»,
escribió un antiguo autor, «y en todas ellas, por la gracia divina, consiguió
que él realizara sus piadosos deseos. Porque el rey presentía que Cristo se
hallaba en el corazón de su reina y siempre estaba dispuesto a seguir sus
consejos». Así fue por cierto, ya que no sólo dejó en manos de la reina la
total administración de los asuntos domésticos, sino que continuamente la
consultaba en los asuntos de Estado.
Margarita
hizo tanto bien a su marido como a su patria adoptiva, donde dio impulso a las
artes de la civilización y alentó la educación y la religión. Escocia era
víctima de la ignorancia y de muchos abusos y desórdenes, tanto entre los
sacerdotes como entre los laicos; pero la reina organizó y convocó a sínodos
que tomaron medidas para acabar con aquellos males. Ella misma estuvo presente
en aquellas reuniones y tomó parte en los debates. Se impuso la obligación de
celebrar los domingos, los días de fiesta y los ayunos. A todos se les
recomendó que se unieran en la comunión pascual y se prohibieron estrictamente
muchas prácticas escandalosas, como la simonía, la usura y el incesto. Santa
Margarita se esforzó constantemente para obtener buenos sacerdotes y maestros
para todas las regiones del país y formó una especie de asociación de costura
entre las damas de la corte, a fin de proveer de vestiduras y ornamentos a las
iglesias. Junto con su esposo, fundó y edificó varias iglesias, entre las que
destaca, por su grandiosidad, la de Dunfermline, dedicada a la Santísima
Trinidad.
Dios
bendijo a los reyes con seis varones y dos hijas, a quienes su madre educó con
escrupuloso cuidado; ella misma los instruyó en la fe cristiana y, ni por un
momento dejó de vigilar sus estudios. Su hija Matilde se casó después con
Enrique I de Inglaterra y pasó a la historia con el sobrenombre de «Good Queen
Maud» («la buena reina Maud», por este matrimonio, la actual Casa Real
Británica desciende de los reyes de Wessex y de Inglaterra, anteriores a la
conquista), mientras que tres de sus hijos, Edgardo, Alejandro y David,
ocuparon sucesivamente el trono de Escocia; al último de los nombrados se le
veneraba localmente como santo. Los cuidados y la solicitud de Margarita se
prodigaban entre los servidores de palacio, en el mismo grado que entre su
propia familia. Y todavía, a pesar de los asuntos de Estado y las obligaciones
domésticas que debía atender, mantenía su espíritu en total desprendimiento de
las cosas de este mundo y enteramente recogido en Dios. En su vida privada,
observaba una extrema austeridad: comía frugalmente y, a fin de que le quedara
tiempo para sus devociones, se lo robaba al sueño. Cada año observaba dos
cuaresmas: una en la fecha correspondiente y la otra antes de la Navidad. En
esas ocasiones, dejaba el lecho a la media noche y asistía a la iglesia para
oír los maitines; a menudo, el rey la acompañaba. Al regreso a palacio, lavaba
los pies a seis pobres y les daba limosnas. También durante el día empleaba
algunas horas en la oración y sobre todo, en la lectura de las Sagradas
Escrituras. El librito en que leía los Evangelios, cayó en cierta ocasión al
río; pero no quedó dañado en lo más mínimo, aparte de una mancha de agua en la
cubierta; ese mismo volumen se conserva todavía entre los tesoros más preciados
de la Biblioteca Bodleiana en Oxford. Quizá la mayor virtud de la reina
Margarita era su amor hacia los pobres. Con frecuencia salía a visitar a los
enfermos y los cuidaba y limpiaba con sus propias manos. Hizo que se
construyeran posadas para los peregrinos y rescató a innumerables cautivos,
sobre todo a los de nacionalidad inglesa. Siempre que aparecía en público, lo
hacía rodeada por mendigos y ninguno de ellos quedaba sin una generosa
recompensa. Nunca llegó a sentarse a la mesa, sin haber dado de comer antes a
nueve niños huérfanos y a veinticuatro adultos. Muchas veces, especialmente
durante el Adviento y la Cuaresma, el rey y la reina invitaban a comer en
palacio a trescientos pobres y ellos mismos los atendían, a veces de rodillas,
y con platos y cubiertos semejantes a los que usaban en su propia mesa.
En
1093, el rey Guillermo Rufus tomó por sorpresa el castillo de Alnwick y pasó
por la espada a toda la guarnición. En el curso de la contienda que siguió a
aquel suceso, el rey Malcolm fue muerto a traición y su hijo Eduardo pereció
asesinado. Por aquel entonces, la reina Margarita yacía en su lecho de muerte.
Al enterarse del asesinato de su marido, quedó embargada por una profunda
tristeza y, entre lágrimas, dijo a los que estaban con ella: «Tal vez en este
día haya caído sobre Escocia la mayor desgracia en mucho tiempo». Cuando su
hijo Edgardo regresó del campo de batalla de Alnwick, ella, en su desvarío, le
preguntó cómo estaban su padre y su hermano. Temeroso de que las malas noticias
pudiesen afectarle, Edgardo repuso que se hallaban bien. Entonces, la reina
exclamó con voz fuerte: «¡Ya sé lo que ha pasado!». Después alzó las manos
hacia el cielo y murmuró: «Te doy gracias, Dios Todopoderoso, porque al
mandarme tan grandes aflicciones en la última hora de mi vida, Tú me purificas
de mis culpas. Así lo espero de Tu misericordia». Poco después, repitió una y
otra vez estas palabras: «¡0h, Señor mío Jesucristo, que por tu muerte diste
vida al mundo, líbrame de todo mal!». El 16 de noviembre de 1093, cuatro días
después de muerto su marido, Margarita pasó a mejor vida, a los cuarenta y
siete años de edad. Fue sepultada en la iglesia de la abadía de Dunfermline,
que ella y su marido habían fundado. Santa Margarita fue canonizada en 1250 y
se la nombró patrona de Escocia en 1673.
Las
bellas memorias de santa Margarita, que probablemente debemos a Turgot, prior
de Durham y posteriormente obispo de Saint Andrews, quien conoció bien a la
reina, puesto que, durante toda su vida oyó sus confesiones, nos hacen una
inspirada descripción de la influencia que ejerció sobre la ruda corte
escocesa. Al hablarnos sobre su constante preocupación por tener bien provistas
a las iglesias con manteles y ornamentos para los altares y vestiduras para los
sacerdotes, dice:
Aquellas
labores se confiaban a ciertas mujeres de noble linaje y comprobada virtud, que
fueran dignas de tomar parte en los servicios de la reina. A ningún hombre se
le permitía el acceso al lugar donde cosían las mujeres, a menos que la propia
reina llevase un acompañante en sus ocasionales visitas. Entre las damas no
había envidias ni rivalidades, y ninguna se permitía familiaridades o ligerezas
con los hombres; todo esto, porque la reina unía a la dulzura de su carácter un
estricto sentido del deber y, aun dentro de su severidad, era tan gentil, que todos
cuanto la rodeaban, hombres o mujeres, llegaban instintivamente a amarla, al
tiempo que la temían, y por temerla, la amaban. Así sucedía que, cuando ella
estaba presente, nadie se atrevía a levantar la voz para pronunciar una palabra
dura y mucho menos a hacer algún acto desagradable. Hasta en su mismo contento
había cierta gravedad, y su cólera era majestuosa. Ante ella, el contento no se
expresaba jamás en carcajadas, ni el disgusto llegaba a convertirse en furia.
Algunas veces señalaba las faltas de los demás -siempre las suyas-, con esa
aceptable severidad atemperada por la justicia que el Salmista nos recomienda
usar siempre, al decirnos: «Encolerízate, pero no llegues a pecar». Todas las
acciones de su vida estaban reglamentadas por el equilibrio de la más gentil de
las discreciones, cualidad ésta que ponía un sello distintivo sobre cada una de
sus virtudes. Al hablar, su conversación estaba sazonada con la sal de su
sabiduría; al callar, su silencio estaba lleno de buenos pensamientos. Su porte
y su aspecto exterior correspondían de manera tan cabal a la firme serenidad de
su carácter, que bastaba verla para sentir que estaba hecha para llevar una
vida de virtud. En resumen, puedo decir que cada palabra que pronunciaba, cada
acción que realizaba, parecía demostrar que la reina meditaba en las cosas del
cielo.
Con
mucho, la fuente de información más valiosa para la historia de la vida de
santa Margarita, es el relato del que tomamos la cita anterior, el cual, casi
seguramente fue escrito por Turgot, natural de Lincolnshire y que descendía de
una antigua familia sajona. El texto latino incluido en el Acta Sanctorum,
junio, vol. V, debe consultarse, lo mismo que una excelente traducción del
mismo al inglés, hecha por Fr. W. Forbes-Leith (1884). El resto del material
nos lo proporcionan cronistas como Guillermo de Malmesbury y Simeón de Durham:
la mayoría de estas crónicas han sido resumidas con provecho por Freeman, en
Norman Conquest. Se encontrará un interesante relato sobre la historia de sus
reliquias, en Dictionary of National Biography, vol. XXXVI. Hay modernas
biografías de Santa Margarita, como la de S. Cowan (1911) , L. Menzies (1925),
J. R. Barnett (1926) y otras.
Estas
biografías de santo son propiedad de El Testigo Fiel. Incluso cuando figura una
fuente, esta ha sido tratada sólo como fuente, es decir que el sitio no copia
completa y servilmente nada, sino que siempre se corrige y adapta. Por favor,
al citar esta hagiografía, referirla con el nombre del sitio (El Testigo Fiel)
y el siguiente enlace: https://www.eltestigofiel.org/index.php?idu=sn_4187
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