lunes, 7 de junio de 2021

San Efrén, diácono y doctor de la Iglesia


 

San Efrén, diácono y doctor de la Iglesia

 

Fecha: 9 de junio

Fecha en el calendario anterior: 18 de junio

n.: c. 306 - †: 373 - país: Turquía

Otras formas del nombre: Ephraím, Efraín, Efrén el Sirio

Canonización: pre-congregación

Hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI

 

Elogio: San Efrén, diácono y doctor de la Iglesia, que primero ejerció en Nísibe, su patria, el ministerio de la predicación y la enseñanza de la doctrina, y más tarde, al invadir Nísibe los persas, se trasladó a Edesa, en Osroene, donde inició una escuela teológica con los discípulos que le habían seguido, en la que ejerció su ministerio con la palabra y los escritos. Fue célebre por su austeridad de vida y la riqueza de su doctrina, y por los exquisitos himnos que también compuso mereció ser llamado «cítara del Espíritu Santo».

Refieren a este santo: San Jacobo de Nísibe, San Romano «Mélodos»

Oración: Señor, infunde en nuestros corazones el Espíritu Santo que con su inspiración impulsaba a tu diácono san Efrén a cantar con alegría tus misterios y a consagrar su vida a tu servicio. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén (oración litúrgica).


San Efrén que, durante su vida, alcanzó gran fama como maestro, orador, poeta, comentarista y defensor de la fe, es el único de los Padres sirios a quien se honra como Doctor de la Iglesia Universal, desde 1920. En Siria, tanto los católicos como los separados de la Iglesia lo llaman «Arpa del Espíritu Santo» y todos han enriquecido sus liturgias respectivas con sus homilías y sus himnos. A pesar de que no era un hombre de mucho estudio (según otro Doctor de la Iglesia, san Roberto Bellarmino, nuestro santo era «más piadoso que sabio»), estaba empapado en las Sagradas Escrituras y parecía tener un conocimiento intrínseco de los misterios de Dios. San Basilio le describe como «un interlocutor que conoce todo lo que es verdad»; San Jeronónimo, al recopilar los nombres de los grandes escritores cristianos, le menciona con estos términos: «Efrén, diácono de la iglesia de Edessa, escribió muchas obras en sirio y llegó a tener tanta fama, que en algunas iglesias se leen en público sus escritos, después de las Sagradas Escrituras. Yo leí en la lengua griega un libro suyo sobre el Espíritu Santo; a pesar de que sólo era una traducción, reconocí en la obra el genio sublime del hombre». Sin embargo, para mucha gente, el mayor interés en san Efrén radica en el hecho de que a él le debemos, en gran parte, la introducción de los cánticos sagrados en los oficios y servicios públicos de la Iglesia, como una importante característica del culto y un medio de instrucción. Rápidamente, la música sacra se extendió desde Edessa por todo el Oriente y, poco a poco, conquistó a Occidente. «A los himnos que le dieron fama -dice un escritor anglicano- debe el ritual sirio en todas sus formas, su vigor y su riqueza; a ellos se debe también, en gran parte, el lugar de privilegio que la himnología ocupa ahora en las iglesias de todas partes» (Dr. John Gwynn, en el vol. XIII de «Nicene and Post-Nicene Fathers»).

Efrén nació alrededor del año 306, en la población de Nísibis, de Mesopotamia, región ésta que todavía se encontraba bajo el dominio de Roma. Por estas palabras que se atribuyen a Efrén, sabemos que sus padres eran cristianos: «Nací en los caminos de la verdad y, a pesar de que mi mente de niño no comprendía su grandeza, la conocí cuando llegaron las pruebas». En otra parte de ese mismo escrito que puede o no ser auténticamente suyo, nos dice: «Desde temprana edad, mis padres me mostraron a Cristo; ellos, los que me concibieron según la carne, me educaron en el temor de Dios... Mis padres fueron confesores ante el juez: ¡Sí! ¡Yo soy descendiente de la raza de los mártires!» A pesar de todo esto, se tiene generalmente por cierto que el padre y la madre de Efrén eran paganos y que hasta expulsaron al hijo pequeño de la casa, cuando éste, en su niñez, abrazó al cristianismo. A la edad de dieciocho años recibió el bautismo y, desde entonces, permaneció junto al famoso obispo de Nisibis, san Jacobo, con quien, se afirma, asistió al Concilio de Nicea, en 325. Tras la muerte de san Jacobo, el joven Efrén mantuvo estrechas relaciones con los tres jerarcas que le sucedieron. Probablemente era maestro o director de la escuela episcopal. Efrén se hallaba en Nisibis las tres veces en que los persas pusieron sitio a la ciudad, puesto que en algunos de los himnos que escribió ahí, hay descripciones sobre los peligros de la población, las defensas de la ciudad y la derrota final del enemigo en el año 350. Si bien los persas no pudieron tomar a Nisibis por los ataques directos, consiguieron entrar sin lucha a la ciudad trece años después, cuando Nisibis se les entregó como parte del precio de la paz que pagó el emperador Joviano, después de la derrota y la muerte de Juliano. La entrada de los persas hizo huir a los cristianos, y Efrén se refugió en una caverna abierta entre las rocas de un alto acantilado que dominaba la ciudad de Edessa. Ahí vivió con absoluta austeridad, sin más alimento que un poco de pan de centeno y algunas legumbres; y fue en aquella soledad inviolable donde escribió la mayor parte de sus obras espirituales.

Su aspecto era, por cierto, el de un asceta, según dicen las crónicas: de corta estatura, medio calvo y lampiño, tenía la piel apergaminada, dura, seca y morena como el barro cocido; vestía con andrajos remendados, y todos los parches habían llegado a ser del mismo color de tierra; lloraba mucho y jamás reía. Sin embargo, un incidente que relatan todos sus biógrafos, nos demuestra que a pesar de su seriedad, sabía apreciar una agudeza, aun cuando le afectara a él. La primera vez que bajó de la cueva para entrar en Edessa, una mujer que lavaba ropa junto al río, levantó la cabeza y se le quedó mirando con una fijeza irritante. Efrén se le acercó, la reconvino severamente por su audacia y le dijo que, en su condición de mujer, lo que convenía era bajar la vista modestamente al suelo. Pero ella no se inmutó y repuso con presteza: «¡No! Eres tú quien debe mirar al polvo puesto que de ahí vienes. Yo no procedo mal al mirarte, puesto que eres hombre y yo vengo de un hombre». Efrén quedó sorprendido por el ingenio rápido de aquella mujer y exclamó: "¡Si las mujeres de esta ciudad son tan listas, cuánto más sabios deben ser los hombres!» Si bien la solitaria cueva era su morada y su centro de operaciones, no vivía recluido en ella y con frecuencia bajaba a la ciudad para ocuparse de todos los asuntos que afectaban a la Iglesia. A Edessa la llamaba «la ciudad bendita» y en ella ejerció gran influencia. Predicaba a menudo y, al referirse al tema de la segunda venida de Cristo y el juicio final, usaba una elocuencia tan vigorosa, que los gemidos y lamentos de su auditorio ahogaban sus palabras.

Consideraba como su principal tarea combatir las falsas doctrinas que surgían por todas partes y, precisamente al observar el éxito con que Bardesanes propagaba erróneas enseñanzas por medio de las canciones y la música populares, Efrén reconoció la potencialidad de los cánticos sagrados como un complemento del culto público. Se propuso imitar las tácticas del enemigo y, sin duda, gracias a su prestigio personal, pero sobre todo al mérito grande de sus propias composiciones, las que hizo cantar en las iglesias por un coro de voces femeninas, consiguió suplantar los himnos gnósticos por sus propios himnos. A pesar de todo esto, no llegó a ser diácono sino a edad más avanzada. Su humildad le obligaba a rehusar la ordenación y, el hecho de que a veces se le designe como san Efrén el Diácono, apoya la afirmación de algunos de sus biógrafos en el sentido de que nunca obtuvo una dignidad eclesiástica más alta. Aunque por otra parte, en su escritos hay pasajes que parecen indicar que desempeñaba un puesto de presbítero.


Alrededor del año 370, emprendió un viaje desde Edessa a Cesarea, en la Capadocia, con el propósito de visitar a san Basilio, de quien tanto y tan bien había oído hablar. San Efrén menciona aquella entrevista, lo mismo que san Gregorio de Nissa, el hermano de san Basilio, quien escribió un encomio del venerable sirio. Una de las crónicas declara que san Efrén extendió su viaje y que visitó Egipto, donde permaneció varios años, pero semejante declaración no está apoyada por alguna autoridad y no concuerda con los datos cronológicos de su vida, ampliamente reconocidos. La última vez que tomó parte en los asuntos públicos fue en el invierno, entre los años 372 y 373, poco antes de su muerte. Había hambre en toda la comarca y san Efrén se hallaba profundamente apenado por los sufrimientos de los pobres. Los ricos de la ciudad se negaban a abrir sus graneros y sus bolsas, porque consideraban que no se podía confiar en nadie para hacer una justa distribución de los alimentos y las limosnas; entonces, el santo ofreció sus servicios y fueron aceptados. Para satisfacción de todos, administró considerables cantidades de dinero y de abastecimientos que le fueron confiadas, además de organizar un eficaz servicio de socorro que incluía la provisión de 300 camillas para transportar a los enfermos. Según las palabras de uno de sus biógrafos más antiguos, «Dios le había dado la oportunidad de ganarse una corona al término de su existencia». Evidentemente, agotó sus energías en aquellos menesteres, puesto que, terminada su misión en Edessa, regresó a su cueva y sólo vivió treinta días más. Las «Crónicas» de Edessa y las máximas autoridades en la materia, señalan el año de 373 como el de su muerte, pero algunos autores afirman que vivió hasta el 378 o el 379.


San Efrén fue un escritor prolífico. Entre las obras suyas que han llegado hasta nosotros, algunas están escritas en el sirio original y otras son traducciones al griego, al latín y al armenio. Se las puede agrupar como obras de exégesis, de polémica, de doctrina y de poesía, pero todas, a excepción de los comentarios, están en verso. Sozomeno afirma que san Efrén escribió treinta millares de líneas. Sus poemas más interesantes son los «Himnos Nisibianos» (carmina nisibena), de los que se conservan setenta y dos de un total de setenta y siete, así como los cánticos para las estaciones, que todavía se entonan en las iglesias sirias. Sus comentarios comprenden todo el Antiguo Testamento y muchas partes del Nuevo. Sobre los Evangelios no utilizó más que la única versión que circulaba por entonces en Siria, la llamada Diatessaron, la que, en la actualidad no existe más que en su traducción al armenio, no obstante que, en fechas recientes, se descubrieron en Mesopotamia, algunos fragmentos antiguos escritos en griego.


A pesar de que es poquísimo lo que sabemos sobre la vida de san Efrén, no poco es lo que nos ayudan sus escritos a formarnos una idea sobre el hombre que fue. Lo que más impresiona al lector es el espíritu realista y cordialmente humano con que discurre sobre los grandes misterios de la Redención. Se diría que se anticipa a esa actitud de emocionada devoción ante los sufrimientos físicos del Salvador, que no llegó a manifestarse en el Occidente antes de la época de san Francisco de Asís. Es conveniente dar aquí algunas muestras del lenguaje de san Efrén. Por ejemplo, en uno de sus himnos o comentarios (es difícil clasificar de una u otra manera a estas composiciones métricas), el poeta habla del aposento donde tuvo lugar la Ultima Cena, de esta manera:

¡Oh tú, lugar bendito, estrecho aposento en el que cupo el mundo! Lo que tú contuviste, no obstante estar cercado por límites estrechos, llegó a colmar el universo. ¡Bendito sea el mísero lugar en que con mano santa el pan fue roto! ¡Dentro de ti, las uvas que maduraron en la viña de María, fueron exprimidas en el cáliz de la salvación!

¡Oh, lugar santo! Ningún hombre ha visto ni verá jamás las cosas que tú viste. En ti, el Señor se hizo verdadero altar, sacerdote, pan y cáliz de salvación. Sólo Él bastaba para todo y, sin embargo, nadie era bastante para Él. Altar y cordero fue, víctima y sacrificador, sacerdote y alimento...


0 bien, leamos esta descripción del momento en que Jesucristo fue azotado:

Tras el vehemente vocerío contra Pilatos, el Todopoderoso fue azotado como el más vil de los criminales. ¡Qué gran conmoción y cuanto horror hubo a la vista del tormento! Los cielos y la tierra enmudecieron de asombro al contemplar Su cuerpo surcado por el látigo de fuego, ¡El mismo desgarrado por los azotes! Al contemplarlo a Él, que había tendido sobre la tierra el velo de los cielos, que había afirmado el fundamento de los montes, que había levantado a la tierra fuera de las aguas, que lanzaba desde las nubes el rayo cegador y fulminante, al contemplarlo ahora golpeado por infames verdugos, con las manos atadas a un pilar de piedra que Su palabra había creado. ¡Y ellos, todavía, desgarraban sus miembros y le ultrajaban con burlas! ¡Un hombre, al que Él había formado, levantaba el látigo! ¡Él, que sustenta a todas las criaturas con su poder, sometió su espalda a los azotes; Él, que es el brazo derecho del Padre, consintió en extender sus brazos en torno al pilar. El pilar de ignominia fue abrazado por Él, que sostiene los cielos y la tierra con todo su esplendor. Los perros salvajes ladraron al Señor que con su trueno sacude las montañas y mostraron los agudos dientes al Hijo de la Gloria.

El documento conocido con el nombre de «Testamento de San Efrén», nos revela más ampliamente todavía el carácter del santo escritor. A pesar de que, posiblemente, haya sufrido alteraciones y agregados en fechas posteriores, no hay duda de que en gran parte, como afirma Rubens Duval, considerado como una autoridad en la materia, es auténtico, sobre todo los pasajes que reproducimos aquí. San Efrén hace un llamado a sus amigos y discípulos, en el tono emocionado y de profunda humildad que encontrará el lector en los versos que siguen:

No me embalsaméis con aromáticas especias,

porque no son honras para mí.

Tampoco uséis incienso ni perfumes;

el honor no corresponde a mí.

Quemad el incienso ante el altar santo:

A mí, dadme sólo el murmullo de las preces.

Dad vuestro incienso a Dios,

y a mí cantadme himnos.

En vez de perfumes y de especias

dadme un recuerdo en vuestras oraciones...

Mi fin ha sido decretado y no puedo quedarme.

Dadme provisiones para mi larga jornada:

vuestras plegarias, vuestros salmos y sacrificios.

Contad hasta completar los treinta días

y entonces, hermanos haced recuerdo de mí,

ya que, en verdad, no hay más auxilio para el muerto

sino el de los sacrificios que le ofrecen los vivos.


Hay varios documentos, tanto en sirio como en griego, que pretenden ser biografías o notas biográficas de san Efrén. Los textos griegos fueron impresos por J. S. Assemani, en su introducción al primer volumen de S.P.N. Ephraem Syri Opera pp. 1-33, y en el prefacio al volumen tercero, pp. 23-35. A los textos sirios se los encontrará en Bibliotheca Orientalis, vol. I, p. 26, de Assemani y en S. Ephraem, Syri Hymni et Sermones, vol. II, pp. 5-90, de Lamy. También hay dos textos similares, de origen nestoriano, impresos en Patrología Orientalis, vol. IV, pp. 293-295, y vol. V, pp. 291-299. Por regla general se afirma que no puede depositarse ninguna confianza en las informaciones que proceden de esas fuentes. La discusión del carácter o la autenticidad de los trabajos que le han sido atribuidos a san Efrén, no tiene cabida en esta obra. El Testamento de San Efrén, un escrito muy interesante, fue traducido y editado con comentarios críticos por Rubens Duval en el Journal Asiatique de 1901, pp, 234-318.

La Liturgia de las Horas utiliza en cinco días del año lecturas de san Efrén, que pueden servir como adecuada introducción a su estilo y pensamiento: Viernes III de Pascua: La cruz de Cristo, salvación del género humano; VI Domingo del Tiempo Ordinario: La palabra de Dios, fuente inagotable de vida; Jueves, I semana de Adviento: Vigilad, pues vendrá de nuevo; el propio día del santo: Los designios divinos son figura del mundo espiritual; y el día de la BVM de Fátima: María sola abraza al que todo el universo no abarca.

Imágenes: la primera es un ícono sirio, y la segunda es «La muerte de san Efrén», un mural anónimo en una celda del Monte Athos.

 Estas biografías de santo son propiedad de El Testigo Fiel. Incluso cuando figura una fuente, esta ha sido tratada sólo como fuente, es decir que el sitio no copia completa y servilmente nada, sino que siempre se corrige y adapta. Por favor, al citar esta hagiografía, referirla con el nombre del sitio (El Testigo Fiel) y el siguiente enlace: https://www.eltestigofiel.org/index.php?idu=sn_1954

 

viernes, 4 de junio de 2021

San Bonifacio de Maguncia, obispo y mártir



 San Bonifacio de Maguncia, obispo y mártir

 

Fecha: 5 de junio

n.: c. 680 - †: 754 - país: Países Bajos

Otras formas del nombre: Winfrid, Wynfrith, Wynfreth, Apóstol de Alemania

Canonización: pre-congregación 

Hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI


Elogio: Memoria de san Bonifacio, obispo y mártir. Monje en Inglaterra con el nombre de Wifrido por el bautismo, al llegar a Roma el papa san Gregorio II lo ordenó obispo y cambió su nombre de pila por el de Bonifacio, enviándolo después a Germania para anunciar la fe de Cristo a aquellos pueblos, donde logró ganar para la religión cristiana a mucha gente. Rigió la sede de Maguncia (Mainz) y, hacia el final de su vida, al visitar a los frisios en Dokkum, consumó su martirio al ser asesinado por unos paganos.

Patronazgos: patrono de Inglaterra y Turingia, así como patrono o copatrono de varias diócesis en Alemania y los Países Bajos; también de los fabricantes de cervezas y de limas y sastres.

Refieren a este santo: San Cuniberto de Colonia, Santos Eoban, Adelario y nueve compañeros, San Gregorio de Utrecht, San Gregorio II, San Gregorio III, Santa Leoba, San Liudgero de Münster, San Lulo de Maguncia, Santa Renula, San Sola, San Sturmo, Santa Tecla, San Vigberto, San Virgilio de Salzburgo, Santa Waldburgis, San Wilehado de Bremen, San Wilibordo de Utrecht, San Willibaldo de Eichstätt, San Winebaldo de Hildesheim, San Witta de Bürberg, San Zacarías

Oración: Concédenos, Señor, la intercesión de tu mártir san Bonifacio, para que podamos defender con valentía y confirmar con nuestras obras la fe que él enseñó con su palabra y rubricó en el martirio con su sangre. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén (oración litúrgica).

El título de «Apóstol de Alemania» corresponde particularmente a san Bonifacio, porque si bien Baviera y el Valle del Rin ya habían aceptado el cristianismo antes de su época y algunos misioneros habían predicado ya en otras partes, sobre todo en Turingia, a él le pertenece el crédito por haber evangelizado y civilizado sistemáticamente las grandes regiones centrales de Alemania, por haber fundado y organizado iglesias y por haber creado una jerarquía bajo la jurisdicción directa de la Santa Sede. Otra de las grandes obras del santo, casi tan importante como la anterior, aunque no tan generalmente reconocida, fue la regeneración de la Iglesia de los francos.

Bonifacio o Winfrido, para darle el nombre que se le impuso en el bautismo, nació alrededor del 680, probablemente en Crediton del Devonshire. A la edad de cinco años, luego de escuchar la conversación de algunos monjes que se hospedaron en su casa, decidió llegar a ser como ellos y, al cumplir los siete, sus padres le enviaron a estudiar a un monasterio cerca de Exeter. Unos siete años más tarde, se trasladó a la abadía de Nursling, en la diócesis de Winchester. Ahí se convirtió en el discípulo dilecto del sabio abad Winberto y, luego de completar sus estudios, se le nombró director de la escuela. Su habilidad para la enseñanza, unida a su simpatía personal, aumentaron el número de alumnos, para cuyo beneficio el santo escribió la primera gramática latina que se haya hecho en Inglaterra. Sus alumnos le respetaban y le escuchaban con entusiasmo; durante sus clases, tomaban notas que luego estudiaban asiduamente y hacían circular entre sus compañeros. A la edad de treinta años Winfrido recibió las órdenes sacerdotales y entonces encontró nuevos campos para desarrollar su talento, en los sermones e instrucciones que indefectiblemente extraía de la Biblia, un libro que leyó y estudió con deleite durante toda su vida.

Sin embargo su vocación no estaba colmada con las actividades de la enseñanza y la predicación; cuando creyó cumplida su tarea en su tierra natal, se sintió llamado por Dios a emplear sus energías en el terreno de las misiones extranjeras. Todo el norte y gran parte del centro de Europa se hallaban hundidos todavía en las tinieblas del paganismo; en Frieslandia, san Willibrordo había luchado durante largo tiempo contra enormes dificultades para inculcar las verdades del Evangelio a las gentes. Winfrido pensó que debía dirigirse a Frieslandia y, tras de arrancar con súplicas y ruegos, una autorización de su abad, se embarcó junto con dos compañeros y tocó tierra en Duunstede, en la primavera del 716. Sin embargo, el momento era inoportuno para iniciar la tarea y Winfrido, al ver que serían inútiles sus esfuerzos, regresó a Inglaterra en el otoño. Sus fieles y discípulos de Nursling, dichosos de tenerle de nuevo entre ellos, recurrieron a todos los medios para hacerlo quedar, incluso le nombraron abad a la muerte del sabio Winberto, pero nada de eso apartó a Winfrido de su decisión. El fracaso de su primer intento le había convencido de que, si deseaba triunfar, necesitaba obtener un mandato directo del Papa. En 718, se presentó resueltamente ante san Gregorio II en Roma, para solicitarlo. A su debido tiempo, el Pontífice lo despachó con la misión de llevar la palabra de Dios a los herejes en general. Fue entonces cuando cambió su nombre de Winfrido por el de Bonifacio. Sin pérdida de tiempo, el santo partió con destino a Alemania, cruzó los Alpes, atravesó Baviera y llegó al Hesse.

Apenas comenzaba a desarrollar su misión, cuando recibió noticias de la muerte del pagano Rodbord, el regente local, y sobre las poquísimas esperanzas que había de que sucediese al extinto algún gobernante que favoreciera a los cristianos. Obedeciendo a lo que él consideró como un segundo llamado a su misión original, Bonifacio regresó a Frieslandia, donde trabajó enérgicamente bajo la dirección de san Willibrordo durante tres años. Pero cuando éste, que ya era muy anciano, le anunció su decisión de nombrarle su auxiliar y sucesor, san Bonifacio rehusó aceptar y recordó que el Papa le había confiado una misión general, no limitada a una sola diócesis. Al poco tiempo, temeroso de verse obligado a aceptar, regresó al Hesse. Los dialectos de las diversas tribus teutonas del noroeste de Europa, tan semejantes a la lengua que, por aquel entonces se hablaba en Inglaterra, no ofrecieron ninguna dificultad a Bonifacio para darse a entender y, a pesar de que hubo otros tropiezos, la misión progresó con notable rapidez. En poco tiempo, Bonifacio pudo enviar a la Santa Sede un informe tan altamente satisfactorio, que el Papa hizo venir a Roma al misionero, con miras a confiarle un obispado.

El día de san Andrés del año 722, fue consagrado obispo regional con jurisdicción general sobre Alemania. El papa Gregorio le confió una carta para que la llevara al poderoso Carlos Martel. Gracias a la misiva que el recién consagrado obispo entregó personalmente cuando pasó por Francia, camino de Alemania, se le concedió un pliego sellado para que gozara de absoluta protección. Armado así con la autoridad de la Iglesia y del Estado, Bonifacio regresó al Hesse y, como primera medida, se propuso arrancar de raíz las supersticiones paganas que constituían el principal obstáculo para el progreso de la evangelización y para la estabilidad de los primeros convertidos. En una ocasión, ampliamente anunciada de antemano y en medio de la muchedumbre azorada y expectante, Bonifacio y sus cristianos la emprendieron a hachazos contra uno de los objetos de mayor veneración popular: el encino sagrado de Donar, que se hallaba en la cumbre del monte Gudenberg, cerca de Fritzlar, en Geismar. Bastaron unos cuantos golpes para que el árbol enorme cayera al suelo, desgajado el grueso tronco en cuatro partes y las gentes, que esperaban ver llover fuego del cielo sobre los autores de tan nefando ultraje, debieron reconocer que sus dioses eran impotentes para proteger sus propios santuarios. Desde aquel momento, la tarea de la evangelización avanzó constantemente. Para el celo de Bonifacio, los éxitos alcanzados en un lugar eran una señal para buscar otro y, por lo tanto, en cuanto consideró que podía dejar solos a sus fieles del Hesse, se trasladó a Turingia.

Ahí encontró un pequeño núcleo de cristianos, incluyendo a unos pocos sacerdotes celtas y francos, pero éstos fueron un obstáculo más que una ayuda. En Ohrdruf, cerca de Gotha, estableció su segundo monasterio, con el propósito de crear ahí un centro misional para Turingia. Por todas partes encontró a las gentes ansiosas por escucharle; era evidente que faltaban maestros para tantos alumnos. A fin de obtenerlos, Bonifacio tuvo la brillante idea de solicitar el envío de monjes a los monasterios de Inglaterra, con los cuales había mantenido una correspondencia regular. Los ingleses, por su parte, no habían dejado de interesarse en el trabajo del misionero, a pesar del tiempo transcurrido. Es innegable que el entusiasmo y la energía del santo resultaban contagiosos, y que cuantos le trataban o colaboraban con él, se sentían impulsados a trabajar al mismo ritmo; pero sin duda que la respuesta a su pedido a los ingleses sobrepasó sus cálculos más optimistas. Durante varios años consecutivos, nutridos grupos de monjes y monjas, los más selectos representantes de las casas religiosas del Wessex, cruzaron el mar para ponerse a las órdenes del santo, quien les enviaba a predicar el Evangelio a los paganos. Hubo necesidad de ampliar los dos monasterios que habían fundado para dar cabida a tanto misionero. Entre los monjes ingleses, venían personajes como san Lull, que habría de ser sucesor de san Bonifacio en el obispado de Mainz; san Eoban, quien compartió con Bonifacio la gloria del martirio; san Burchardo y san Wigberto; entre las mujeres, descollaron también algunas, como santa Tecla, santa Walburga y la hermosa y culta prima de san Bonifacio, santa Lioba.

En el año 731, murió el papa Gregorio II, y su sucesor, Gregorio III, a quien san Bonifacio había escrito, le envió el palio y el nombramiento de metropolitano para toda Alemania más allá del Rin, con autoridad para crear obispados donde lo creyera conveniente. Unos cuantos años más tarde, el santo fue a Roma por tercera vez con el fin de tratar asuntos relacionados con las iglesias que había fundado. En esa ocasión, se le nombró delegado de la Sede Apostólica. También entonces, en la abadía de Monte Cassino, descubrió a un nuevo misionero para Alemania en la persona de san Willibaldo, hermano de santa Walburga. Valido de su dignidad de legado apostólico, organizó su jerarquía en Baviera, destituyó a los malos sacerdotes y puso remedio a los abusos. De Baviera pasó a sus centros de misión, donde procedió a crear los nuevos obispados de Erfurt, en Turingia; Beraburg, en Hesse; Würzburg, en Franconia; y posteriormente creó también una sede episcopal en Nordgau, para la región de Eichstätt. Cada una de esas diócesis la dejó a cargo de uno de sus discípulos ingleses. En el año de 741, san Bonifacio y su joven discípulo san Sturmi, fundaron y comenzaron a construir la célebre abadía de Fulda que, con el tiempo, llegó a ser lo que san Bonifacio había deseado que fuese: el Monte Cassino de Alemania.

Mientras la evangelización de los alemanes seguía progresando al mismo paso, la situación de la Iglesia en Francia, bajo el reinado del último monarca merovingio, iba de mal en peor. Los más altos puestos eclesiásticos permanecían vacantes, cuando no se vendían al mejor postor; los clérigos no sólo eran ignorantes e indiferentes, sino que, a menudo, adolecían de pésimas costumbres o eran herejes; y habían transcurrido ochenta y cinco años sin que se celebrase un solo concilio eclesiástico. El mayordomo de palacio, Carlos Martel, se decía el paladín de la Iglesia y, sin embargo, no cesaba de explotarla y aun saquearla, a fin de obtener fondos para continuar sus interminables guerras, sin hacer absolutamente nada por ayudarla. Pero, en 741, murió Carlos Martel y ascendieron al trono sus hijos, Pipino y Carloman; con esto, se presentó una oportunidad favorable, que san Bonifacio no dejó de aprovechar. Carloman era muy devoto y, en consecuencia, era fácil, sobre todo para san Bonifacio, a quien el regente admiraba y veneraba, convencerlo a que convocase un sínodo que pusiera término al relajamiento y los abusos. Así fue; a la primera asamblea siguió una segunda, celebrada en 743. Para no ser menos, Pipino convocó al año siguiente, un sínodo para las Galias, al que siguió un concilio general para las dos provincias. San Bonifacio presidió todas estas reuniones y tuvo éxito en realizar todas las reformas que creyó necesarias. Se infundió nuevo vigor al cristianismo y se pudo decir que, al cabo de cinco años de arduo trabajo, san Bonifacio devolvió su antigua grandeza a la Iglesia en las Galias. La fecha del quinto concilio de los francos, año de 747, fue también memorable para Bonifacio en otros aspectos. Hasta entonces, su misión había sido general y consideró llegado el momento de tener una sede metropolitana fija. Para ello eligió a la ciudad de Mainz (Maguncia), y el sapa san Zacarías le consagró primado de Alemania, así como delegado apostólico para Alemania y las Galias. Apenas se acababa de completar este acuerdo, cuando Bonifacio perdió a su aliado, Carloman, que decidió retirarse a un monasterio. Quedaba Pipino, quien había reunido a Francia bajo su régimen y que, si bien era un hombre de otras ideas, siguió dando al santo el apoyo que aún necesitaba. «Sin el patrocinio de los jefes de Francia -decía en una carta a uno de sus amigos ingleses- no podría gobernar al pueblo ni imponer la disciplina a clérigos y monjes, así como tampoco acabar con las prácticas del paganismo». En su carácter de delegado del Papa, coronó a Pipino en Soissons; pero no hay absolutamente ninguna prueba para sostener la teoría de que Pipino asumiese la autoridad nominal y virtual, con el beneplácito o siquiera el conocimiento del santo.

Ya por entonces, Bonifacio era y se sentía viejo; él mismo admitía que la administración de una provincia tan vasta como la suya requería el vigor de un hombre joven. Hizo gestiones para que se nombrase a su discípulo, san Lull, como sucesor; pero no por dejar el alto cargo que desempeñaba, pensó en descansar. El celo misionero ardía en él con la fuerza de siempre, y estaba decidido a pasar los últimos años de su vida junto a sus primeros convertidos, los frieslandeses, que, desde la muerte de san Willibrordo, estaban cayendo de nuevo en el paganismo. Así, a la edad de sesenta y tres años, se embarcó con algunos compañeros para navegar río abajo por el Rin. En Utrecht se unió al grupo el obispo Eoban. Al principio, los misioneros se limitaron a predicar en la parte del país que ya había sido evangelizada antes; pero a comienzos de la primavera del año siguiente, decidieron cruzar el lago que dividía a Frieslandia, por la mitad y se internaron en la región del noreste, donde hasta entonces no había penetrado ningún misionero. Sus esfuerzos parecían tener éxito, a juzgar por el gran número de paganos que acudían a pedir el bautismo. San Bonifacio hizo los arreglos para una confirmación en masa, en la víspera de Pentecostés, en un campamento levantado sobre la planicie de Dokkun, en la ribera del riachuelo Borne.

En el día señalado, el santo estaba leyendo dentro de su tienda, en espera de los nuevos convertidos, cuando una horda de hostiles paganos apareció de repente con evidente intención de atacar el campamento. Los pocos cristianos que se encontraban ahí rodearon a san Bonifacio para defenderle, pero éste no se los permitió. Les pidió que permanecieran a su lado, los exhortó a confiar en Dios y a recibir con alegría la posibilidad de morir por la fe. En eso estaba, cuando el grupo fue atacado brutalmente por la horda furiosa. San Bonifacio fue uno de los primeros en caer, y todos sus compañeros sufrieron la misma suerte. El cuerpo del santo fue trasladado finalmente al monasterio de Fulda, donde aún reposa. También se atesora ahí el libro que estaba leyendo el santo en el momento del ataque. Se afirma que el mártir levantó en alto aquel libro, para que no sufriera tanto daño como él mismo y, en efecto, las pastas de madera del pequeño volumen tienen muescas causadas por los cuchillos y algunas manchas que se supone sean las de la sangre del mártir.

El juicio asentado por Christopher Dawson, de que san Bonifacio «ejerció una influencia más profunda en la historia de Europa que cualquier otro de los personajes inglesas de la época» (The Making of Europe, 1946, p. 166), es difícil de contradecir. A su notable santidad, a su inmensa energía y maravillosa previsión de misionero y reformador, a su gloria de mártir, habría que agregar su gentileza personal y la modestia y sencillez de su carácter que se adivinan, sobre todo, a través de sus cartas. Aun sus contemporáneos, como el arzobispo Cutberto de Canterbury, escribían sobre él grandes alabanzas como ésta: «Con un sentimiento de honda gratitud, nosotros, en Inglaterra, lo contamos ya entre los mejores y más grandes maestros de la verdadera fe»; el mismo arzobispo agrega que la fiesta de san Bonifacio deberá celebrarse cada año en Inglaterra, como la de uno de sus patronos, igual que las de san Gregorio el Grande y san Agustín de Canterbury.

Hay numerosas biografías antiguas de san Bonifacio, pero la más importante es la de Willibaldo (no Willibaldo el santo, sino un homónimo); varias de entre ellas se encuentran en el Acta Sanctorum, junio, vol. I; pero existe un texto crítico mucho mejor, inserto en MGH., especialmente en el volumen editado por W. Levison, Vitae Sancti Bonifacii epis. Moguntini. Una cantidad considerable de literatura, la mayoría de origen alemán, centrada en san Bonifacio, existe en diversas obras que es imposible citar aquí. Una fuente de información de máxima importancia es la colección de cartas del propio santo.audiencia del papa Benedicto XVI del 11 de marzo de 2009. Aunque por época Bonifacio está en el límite de lo que podemos llamar patrística, su obra está ampliamente tratada en el volumen IV de la Patrología de Di Berardino (en la serie de Quasten), BAC, 2000, pág 510 y ss. lectura crítica muy recomendable para quien quiera profundizar no tanto en la vida cuanto en las ideas que se desprenden de sus escritos.

Cuadros:

-Bonifacio funda los cuatro antiguos obispados bávaros: Freising, Regensburg, Passau y Salzburgo. Obra de Karl Rempp, 1705, en Pfarrkirchen, en Austria.

-Talla de madera en la catedral de Mainz.

-Miniatura de dos escenas de la vida de san Bonifacio, siglo X, en el «Sacramentario de Fulda», hoy en Udine, Italia.


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