San Efrén, diácono y
doctor de la Iglesia
Fecha: 9 de junio
Fecha en el calendario anterior: 18
de junio
n.: c. 306 - †: 373 - país: Turquía
Otras formas del nombre: Ephraím,
Efraín, Efrén el Sirio
Canonización: pre-congregación
Hagiografía: «Vidas
de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Elogio: San Efrén, diácono y doctor de la Iglesia, que primero ejerció en Nísibe, su patria, el ministerio de la predicación y la enseñanza de la doctrina, y más tarde, al invadir Nísibe los persas, se trasladó a Edesa, en Osroene, donde inició una escuela teológica con los discípulos que le habían seguido, en la que ejerció su ministerio con la palabra y los escritos. Fue célebre por su austeridad de vida y la riqueza de su doctrina, y por los exquisitos himnos que también compuso mereció ser llamado «cítara del Espíritu Santo».
Refieren a este santo: San Jacobo de Nísibe, San Romano «Mélodos»
Oración: Señor,
infunde en nuestros corazones el Espíritu Santo que con su inspiración
impulsaba a tu diácono san Efrén a cantar con alegría tus misterios y a
consagrar su vida a tu servicio. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que
vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos
de los siglos. Amén (oración litúrgica).
San Efrén que, durante su
vida, alcanzó gran fama como maestro, orador, poeta, comentarista y defensor de
la fe, es el único de los Padres sirios a quien se honra como Doctor de la
Iglesia Universal, desde 1920. En Siria, tanto los católicos como los separados
de la Iglesia lo llaman «Arpa del Espíritu Santo» y todos han enriquecido sus
liturgias respectivas con sus homilías y sus himnos. A pesar de que no era un
hombre de mucho estudio (según otro Doctor de la Iglesia, san Roberto
Bellarmino, nuestro santo era «más piadoso que sabio»), estaba empapado en las
Sagradas Escrituras y parecía tener un conocimiento intrínseco de los misterios
de Dios. San Basilio le describe como «un interlocutor que conoce todo lo que
es verdad»; San Jeronónimo, al recopilar los nombres de los grandes escritores
cristianos, le menciona con estos términos: «Efrén, diácono de la iglesia de
Edessa, escribió muchas obras en sirio y llegó a tener tanta fama, que en
algunas iglesias se leen en público sus escritos, después de las Sagradas
Escrituras. Yo leí en la lengua griega un libro suyo sobre el Espíritu Santo; a
pesar de que sólo era una traducción, reconocí en la obra el genio sublime del
hombre». Sin embargo, para mucha gente, el mayor interés en san Efrén radica en
el hecho de que a él le debemos, en gran parte, la introducción de los cánticos
sagrados en los oficios y servicios públicos de la Iglesia, como una importante
característica del culto y un medio de instrucción. Rápidamente, la música
sacra se extendió desde Edessa por todo el Oriente y, poco a poco, conquistó a
Occidente. «A los himnos que le dieron fama -dice un escritor anglicano- debe
el ritual sirio en todas sus formas, su vigor y su riqueza; a ellos se debe
también, en gran parte, el lugar de privilegio que la himnología ocupa ahora en
las iglesias de todas partes» (Dr. John Gwynn, en el vol. XIII de «Nicene and
Post-Nicene Fathers»).
Efrén nació alrededor del
año 306, en la población de Nísibis, de Mesopotamia, región ésta que todavía se
encontraba bajo el dominio de Roma. Por estas palabras que se atribuyen a
Efrén, sabemos que sus padres eran cristianos: «Nací en los caminos de la
verdad y, a pesar de que mi mente de niño no comprendía su grandeza, la conocí
cuando llegaron las pruebas». En otra parte de ese mismo escrito que puede o no
ser auténticamente suyo, nos dice: «Desde temprana edad, mis padres me
mostraron a Cristo; ellos, los que me concibieron según la carne, me educaron
en el temor de Dios... Mis padres fueron confesores ante el juez: ¡Sí! ¡Yo soy
descendiente de la raza de los mártires!» A pesar de todo esto, se tiene
generalmente por cierto que el padre y la madre de Efrén eran paganos y que
hasta expulsaron al hijo pequeño de la casa, cuando éste, en su niñez, abrazó
al cristianismo. A la edad de dieciocho años recibió el bautismo y, desde
entonces, permaneció junto al famoso obispo de Nisibis, san Jacobo, con quien,
se afirma, asistió al Concilio de Nicea, en 325. Tras la muerte de san Jacobo,
el joven Efrén mantuvo estrechas relaciones con los tres jerarcas que le
sucedieron. Probablemente era maestro o director de la escuela episcopal. Efrén
se hallaba en Nisibis las tres veces en que los persas pusieron sitio a la
ciudad, puesto que en algunos de los himnos que escribió ahí, hay descripciones
sobre los peligros de la población, las defensas de la ciudad y la derrota
final del enemigo en el año 350. Si bien los persas no pudieron tomar a Nisibis
por los ataques directos, consiguieron entrar sin lucha a la ciudad trece años
después, cuando Nisibis se les entregó como parte del precio de la paz que pagó
el emperador Joviano, después de la derrota y la muerte de Juliano. La entrada
de los persas hizo huir a los cristianos, y Efrén se refugió en una caverna
abierta entre las rocas de un alto acantilado que dominaba la ciudad de Edessa.
Ahí vivió con absoluta austeridad, sin más alimento que un poco de pan de
centeno y algunas legumbres; y fue en aquella soledad inviolable donde escribió
la mayor parte de sus obras espirituales.
Su aspecto era, por cierto,
el de un asceta, según dicen las crónicas: de corta estatura, medio calvo y
lampiño, tenía la piel apergaminada, dura, seca y morena como el barro cocido;
vestía con andrajos remendados, y todos los parches habían llegado a ser del
mismo color de tierra; lloraba mucho y jamás reía. Sin embargo, un incidente
que relatan todos sus biógrafos, nos demuestra que a pesar de su seriedad,
sabía apreciar una agudeza, aun cuando le afectara a él. La primera vez que
bajó de la cueva para entrar en Edessa, una mujer que lavaba ropa junto al río,
levantó la cabeza y se le quedó mirando con una fijeza irritante. Efrén se le
acercó, la reconvino severamente por su audacia y le dijo que, en su condición
de mujer, lo que convenía era bajar la vista modestamente al suelo. Pero ella
no se inmutó y repuso con presteza: «¡No! Eres tú quien debe mirar al polvo
puesto que de ahí vienes. Yo no procedo mal al mirarte, puesto que eres hombre
y yo vengo de un hombre». Efrén quedó sorprendido por el ingenio rápido de
aquella mujer y exclamó: "¡Si las mujeres de esta ciudad son tan listas,
cuánto más sabios deben ser los hombres!» Si bien la solitaria cueva era su
morada y su centro de operaciones, no vivía recluido en ella y con frecuencia
bajaba a la ciudad para ocuparse de todos los asuntos que afectaban a la
Iglesia. A Edessa la llamaba «la ciudad bendita» y en ella ejerció gran
influencia. Predicaba a menudo y, al referirse al tema de la segunda venida de
Cristo y el juicio final, usaba una elocuencia tan vigorosa, que los gemidos y
lamentos de su auditorio ahogaban sus palabras.
Consideraba como su
principal tarea combatir las falsas doctrinas que surgían por todas partes y,
precisamente al observar el éxito con que Bardesanes propagaba erróneas
enseñanzas por medio de las canciones y la música populares, Efrén reconoció la
potencialidad de los cánticos sagrados como un complemento del culto público.
Se propuso imitar las tácticas del enemigo y, sin duda, gracias a su prestigio
personal, pero sobre todo al mérito grande de sus propias composiciones, las
que hizo cantar en las iglesias por un coro de voces femeninas, consiguió
suplantar los himnos gnósticos por sus propios himnos. A pesar de todo esto, no
llegó a ser diácono sino a edad más avanzada. Su humildad le obligaba a rehusar
la ordenación y, el hecho de que a veces se le designe como san Efrén el
Diácono, apoya la afirmación de algunos de sus biógrafos en el sentido de que
nunca obtuvo una dignidad eclesiástica más alta. Aunque por otra parte, en su
escritos hay pasajes que parecen indicar que desempeñaba un puesto de
presbítero.
Alrededor del año 370,
emprendió un viaje desde Edessa a Cesarea, en la Capadocia, con el propósito de
visitar a san Basilio, de quien tanto y tan bien había oído hablar. San Efrén
menciona aquella entrevista, lo mismo que san Gregorio de Nissa, el hermano de
san Basilio, quien escribió un encomio del venerable sirio. Una de las crónicas
declara que san Efrén extendió su viaje y que visitó Egipto, donde permaneció
varios años, pero semejante declaración no está apoyada por alguna autoridad y
no concuerda con los datos cronológicos de su vida, ampliamente reconocidos. La
última vez que tomó parte en los asuntos públicos fue en el invierno, entre los
años 372 y 373, poco antes de su muerte. Había hambre en toda la comarca y san
Efrén se hallaba profundamente apenado por los sufrimientos de los pobres. Los
ricos de la ciudad se negaban a abrir sus graneros y sus bolsas, porque
consideraban que no se podía confiar en nadie para hacer una justa distribución
de los alimentos y las limosnas; entonces, el santo ofreció sus servicios y
fueron aceptados. Para satisfacción de todos, administró considerables
cantidades de dinero y de abastecimientos que le fueron confiadas, además de
organizar un eficaz servicio de socorro que incluía la provisión de 300
camillas para transportar a los enfermos. Según las palabras de uno de sus
biógrafos más antiguos, «Dios le había dado la oportunidad de ganarse una
corona al término de su existencia». Evidentemente, agotó sus energías en
aquellos menesteres, puesto que, terminada su misión en Edessa, regresó a su
cueva y sólo vivió treinta días más. Las «Crónicas» de Edessa y las máximas
autoridades en la materia, señalan el año de 373 como el de su muerte, pero
algunos autores afirman que vivió hasta el 378 o el 379.
San Efrén fue un escritor
prolífico. Entre las obras suyas que han llegado hasta nosotros, algunas están
escritas en el sirio original y otras son traducciones al griego, al latín y al
armenio. Se las puede agrupar como obras de exégesis, de polémica, de doctrina
y de poesía, pero todas, a excepción de los comentarios, están en verso.
Sozomeno afirma que san Efrén escribió treinta millares de líneas. Sus poemas
más interesantes son los «Himnos Nisibianos» (carmina nisibena), de los que se
conservan setenta y dos de un total de setenta y siete, así como los cánticos
para las estaciones, que todavía se entonan en las iglesias sirias. Sus
comentarios comprenden todo el Antiguo Testamento y muchas partes del Nuevo.
Sobre los Evangelios no utilizó más que la única versión que circulaba por
entonces en Siria, la llamada Diatessaron, la que, en la actualidad no existe
más que en su traducción al armenio, no obstante que, en fechas recientes, se
descubrieron en Mesopotamia, algunos fragmentos antiguos escritos en griego.
A pesar de que es poquísimo
lo que sabemos sobre la vida de san Efrén, no poco es lo que nos ayudan sus
escritos a formarnos una idea sobre el hombre que fue. Lo que más impresiona al
lector es el espíritu realista y cordialmente humano con que discurre sobre los
grandes misterios de la Redención. Se diría que se anticipa a esa actitud de
emocionada devoción ante los sufrimientos físicos del Salvador, que no llegó a
manifestarse en el Occidente antes de la época de san Francisco de Asís. Es
conveniente dar aquí algunas muestras del lenguaje de san Efrén. Por ejemplo,
en uno de sus himnos o comentarios (es difícil clasificar de una u otra manera
a estas composiciones métricas), el poeta habla del aposento donde tuvo lugar
la Ultima Cena, de esta manera:
¡Oh tú, lugar bendito,
estrecho aposento en el que cupo el mundo! Lo que tú contuviste, no obstante
estar cercado por límites estrechos, llegó a colmar el universo. ¡Bendito sea
el mísero lugar en que con mano santa el pan fue roto! ¡Dentro de ti, las uvas
que maduraron en la viña de María, fueron exprimidas en el cáliz de la
salvación!
¡Oh, lugar santo! Ningún
hombre ha visto ni verá jamás las cosas que tú viste. En ti, el Señor se hizo
verdadero altar, sacerdote, pan y cáliz de salvación. Sólo Él bastaba para todo
y, sin embargo, nadie era bastante para Él. Altar y cordero fue, víctima y
sacrificador, sacerdote y alimento...
0 bien, leamos esta
descripción del momento en que Jesucristo fue azotado:
Tras el vehemente vocerío contra Pilatos, el Todopoderoso fue azotado como el más vil de los criminales. ¡Qué gran conmoción y cuanto horror hubo a la vista del tormento! Los cielos y la tierra enmudecieron de asombro al contemplar Su cuerpo surcado por el látigo de fuego, ¡El mismo desgarrado por los azotes! Al contemplarlo a Él, que había tendido sobre la tierra el velo de los cielos, que había afirmado el fundamento de los montes, que había levantado a la tierra fuera de las aguas, que lanzaba desde las nubes el rayo cegador y fulminante, al contemplarlo ahora golpeado por infames verdugos, con las manos atadas a un pilar de piedra que Su palabra había creado. ¡Y ellos, todavía, desgarraban sus miembros y le ultrajaban con burlas! ¡Un hombre, al que Él había formado, levantaba el látigo! ¡Él, que sustenta a todas las criaturas con su poder, sometió su espalda a los azotes; Él, que es el brazo derecho del Padre, consintió en extender sus brazos en torno al pilar. El pilar de ignominia fue abrazado por Él, que sostiene los cielos y la tierra con todo su esplendor. Los perros salvajes ladraron al Señor que con su trueno sacude las montañas y mostraron los agudos dientes al Hijo de la Gloria.
El documento conocido con el nombre de «Testamento de San Efrén», nos revela más ampliamente todavía el carácter del santo escritor. A pesar de que, posiblemente, haya sufrido alteraciones y agregados en fechas posteriores, no hay duda de que en gran parte, como afirma Rubens Duval, considerado como una autoridad en la materia, es auténtico, sobre todo los pasajes que reproducimos aquí. San Efrén hace un llamado a sus amigos y discípulos, en el tono emocionado y de profunda humildad que encontrará el lector en los versos que siguen:
No me embalsaméis con
aromáticas especias,
porque no son honras para
mí.
Tampoco uséis incienso ni
perfumes;
el honor no corresponde a
mí.
Quemad el incienso ante el
altar santo:
A mí, dadme sólo el murmullo
de las preces.
Dad vuestro incienso a Dios,
y a mí cantadme himnos.
En vez de perfumes y de
especias
dadme un recuerdo en
vuestras oraciones...
Mi fin ha sido decretado y
no puedo quedarme.
Dadme provisiones para mi
larga jornada:
vuestras plegarias, vuestros
salmos y sacrificios.
Contad hasta completar los
treinta días
y entonces, hermanos haced
recuerdo de mí,
ya que, en verdad, no hay
más auxilio para el muerto
sino el de los sacrificios
que le ofrecen los vivos.
Hay varios documentos, tanto
en sirio como en griego, que pretenden ser biografías o notas biográficas de
san Efrén. Los textos griegos fueron impresos por J. S. Assemani, en su
introducción al primer volumen de S.P.N. Ephraem Syri Opera pp. 1-33, y en el
prefacio al volumen tercero, pp. 23-35. A los textos sirios se los encontrará
en Bibliotheca Orientalis, vol. I, p. 26, de Assemani y en S. Ephraem, Syri
Hymni et Sermones, vol. II, pp. 5-90, de Lamy. También hay dos textos
similares, de origen nestoriano, impresos en Patrología Orientalis, vol. IV,
pp. 293-295, y vol. V, pp. 291-299. Por regla general se afirma que no puede
depositarse ninguna confianza en las informaciones que proceden de esas
fuentes. La discusión del carácter o la autenticidad de los trabajos que le han
sido atribuidos a san Efrén, no tiene cabida en esta obra. El Testamento de San
Efrén, un escrito muy interesante, fue traducido y editado con comentarios
críticos por Rubens Duval en el Journal Asiatique de 1901, pp, 234-318.
La Liturgia de las Horas
utiliza en cinco días del año lecturas de san Efrén, que pueden servir como
adecuada introducción a su estilo y pensamiento: Viernes III de Pascua: La cruz
de Cristo, salvación del género humano; VI Domingo del Tiempo Ordinario: La
palabra de Dios, fuente inagotable de vida; Jueves, I semana de Adviento:
Vigilad, pues vendrá de nuevo; el propio día del santo: Los designios divinos
son figura del mundo espiritual; y el día de la BVM de Fátima: María sola
abraza al que todo el universo no abarca.
Imágenes: la primera es un
ícono sirio, y la segunda es «La muerte de san Efrén», un mural anónimo en una
celda del Monte Athos.