jueves, 29 de abril de 2021

San Isidro labrador, laico

 


 

San Isidro labrador, laico

 

Fecha: 15 de mayo

†: c. 1130 - país: España

Otras formas del nombre: Isidoro

Canonización: B: Pablo V 2 may 1619 - C: Gregorio XV 12 mar 1622

Hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI

 

Elogio: Memoria de san Isidro, labrador, que en Madrid, en el reino de Castilla, juntamente con su mujer, santa María de la Cabeza o Toribia, llevó una dura vida de trabajo, recogiendo con más paciencia los frutos del cielo que los de la tierra, y de este modo se convirtió en un verdadero modelo del honrado y piadoso agricultor cristiano.

Patronazgos: patrono de Madrid, y los labradores y campesinos, protector contra la sequía y para pedir la lluvia y la buena cosecha.

Tradiciones, refranes, devociones: Por San Isidro Labrador, la cosecha tiene color.

San Isidro Labrador quita el agua y trae el sol.

(Variante) San Isidro labrador, reparte el agua y el sol.

Si se desigualó el sembrado, por San Isidro esta igualado.

(Jaculatoria enviada por un lector:) «San isidro Labrador, cuida y riega nuestra quintita.»

Refieren a este santo: San Guido o Guy, Santa María de la Cabeza

Oración: Señor, Dios nuestro, que en la humildad y sencillez de san Isidro, labrador, nos dejaste un ejemplo de vida escondida en ti, con Cristo, concédenos que el trabajo de cada día humanice nuestro mundo y sea al mismo tiempo plegaria de alabanza a tu nombre. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén (oración litúrgica).

El patrono de Madrid nació en lo que es ahora la capital de España. Sus padres, que eran pobres, le dieron el nombre de Isidro o Isidoro, en honor del célebre arzobispo de Sevilla. Como no pudieron enviar a su hijo a la escuela, se encargaron ellos mismos de inculcarle sus escasos conocimientos junto con el horror del pecado y el amor a la oración. En cuanto tuvo edad suficiente para trabajar, Isidro entró al servicio de un rico propietario madrileño llamado Juan de Vargas, en cuya casa estaba destinado a trabajar toda su vida como labrador. Isidro se casó con una muchacha pobre, santa Toribia, tan buena como él; pero después del nacimiento de su primer hijo, que murió en la infancia, ambos decidieron servir a Dios en continencia perfecta. La vida de san Isidro fue un modelo de perfección cristiana en el mundo. Se levantaba muy temprano todos los días para ir a misa. Durante la jornada, en tanto que su mano guiaba el arado, su corazón conversaba con Dios, con su ángel guardián y con los santos del cielo. 

Pasaba los días de fiesta en visitas a las iglesias de Madrid y los alrededores. Aunque era muy amable con los demás y estaba dispuesto a prestar ayuda, san Isidro no escapó de los ataques de las malas lenguas, pues sus compañeros le acusaron de que llegaba tarde al trabajo por meterse en la iglesia. Para averiguar la verdad, Don Juan de Vargas se puso personalmente al acecho y comprobó, en efecto, que Isidro llegaba tarde al trabajo; se disponía ya a reprenderle, cuando vio, con la sorpresa que es de imaginar, que una yunta de bueyes blancos, guiada por la mano de un desconocido, araba el campo junto al arado de San Isidro. Mientras contemplaba la escena, paralizado por el asombro, desapareció la yunta maravillosa y el propietario comprendió que el cielo se encargaba de suplir el trabajo del santo labrador. Otras personas atestiguaron también que habían visto cómo los ángeles ayudaban a san Isidro. Don Juan de Vargas concibió desde entonces gran respeto por su servidor, quien, según la leyenda, obró varios milagros entre los miembros de la familia de su amo.

El santo era muy generoso con los pobres; con frecuencia los invitaba a su mesa y reservaba para sí los restos de la comida. En una ocasión en que había sido invitado a un banquete por una cofradía, san Isidro permaneció en la iglesia, absorto en oración, y llegó cuando la fiesta tocaba a su fin, seguido por un grupo de mendigos. Sus huéspedes le recibieron con cierta frialdad y le dijeron que le habían guardado su porción, pero que no podían alimentar a todos sus compañeros. San Isidro les contestó que su porción bastaba para él y todo el grupo y así sucedió, en efecto. Una de las leyendas que corren sobre el santo, ilustra su amor por los animales. En un helado día de invierno, cuando transportaba una bolsa de grano, vio una bandada de pájaros acurrucados tristemente en las ramas esqueléticas de los árboles. Comprendió que no habían encontrado qué comer y, al instante el santo abrió la bolsa y echó a las aves la mitad del contenido, a pesar de las burlas de su compañero. Pero, cuando llegaron al sitio de la siembra, la bolsa estaba llena y la semilla produjo en la cosecha el doble de lo acostumbrado.

San Isidro murió el 15 de mayo de 1130. Su esposa, que le sobrevivió varios años, alcanzó también el honor de los altares. En España se la llama santa María de la Cabeza, porque se acostumbraba llevar en procesión su cabeza durante las épocas de sequía. El cuerpo de san Isidro fue trasladado, cuarenta años después de su muerte, a un santuario más rico. Su culto se popularizó mucho por los milagros que el santo obró allí. Se dice que en 1211 se apareció al rey Alfonso de Castilla, que se hallaba entonces combatiendo a los moros en las Navas de Tolosa, para mostrarle un sendero que permitió al monarca caer por sorpresa sobre el enemigo y derrotarle. Más de cuatro siglos después, el rey Felipe III llegó tan enfermo a Casarrubios del Monte, que los médicos perdieron toda esperanza de salvarle. Se organizó entonces una procesión para trasladar las reliquias de san Isidro desde Madrid hasta el lecho del monarca; en el momento en que las reliquias salían de la iglesia de San Andrés, desapareció la fiebre y, cuando llegaron al dormitorio del rey, quedó éste completamente curado. La familia real de España, promovió ardientemente la causa de san Isidro, quien fue canonizado en marzo de 1622, junto con san Ignacio, san Francisco Javier, santa Teresa y san Felipe Neri. En España se les llama, desde entonces, «los cinco santos».

De Félix Lope de Vega: A Madrid, por la dicha de ser su Patrono San Isidro Labrador


Madrid, aunque tu valor

Reyes le están aumentando,

nunca fue mayor que cuando

tuviste tu labrador.


Aunque de gloria se viste,

Madrid, tu dichoso suelo,

nunca más gloria tuviste

que cuando, imitando al cielo,

pisado de ángeles fuiste.


No igualará aquel favor

el que hoy ostenta tu honor,

aunque opongas tu trofeo,

aunque aumente tu deseo,

Madrid, aunque tu valor.


No tendrás glorias mayores,

que cuando en las manos bellas

de angélicos labradores,

eran tus flores estrellas,

los rayos del sol tus flores.

Dirán que cuándo tuviste

más gloria que en ti se encierra.

Di que cuando ángeles viste

labrar humildes tu tierra;

di que cuando cielo fuiste;

que cuando al cielo imitando

el sol te estaba envidiando,

pues su luz tu luz prefiere;

y así sabrá quien dijere

Nunca fue mayor que cuando.


Mayores triunfos, mayores

lauros tu poder advierte,

pues con divinos favores

respetas, como la muerte,

mas que reyes, labradores.

Hagan inmortal tu honor

jaspes, mármoles y bronces;

pues para gloria mayor

hoy tienes tal rey, y entonces

Tuviste tu labrador.


El documento fundamental sobre el que se basa casi totalmente lo que sabemos de Isidro es una vida escrita por «Juan el Diácono», quien probablemente se identifica con el escritor franciscano Juan Egidio de Zamora. Se encuentra impreso en Acta Sanctorum, mayo, vol. III, pero no puede tenerse como un registro fidedigno, ya que fue compilado ciento cincuenta años después de la muerte del santo. Una edición crítica de este texto latino fue publicada por F. Fita, en el Boletín de la Real Academia de la Historia, vol. IX, (1886), pp. 102, 152. Existen numerosas vidas escritas en castellano y en italiano, lo mismo que varios poemas de Lope de Vega. La mejor biografía parece ser la del P. J. Bleda (1622). También existe una narración moderna en francés, debida a la pluma de J.P. Toussaint, (1901). Pero sin duda, quien trata más satisfactoriamente los puntos de interés en la historia de san Isidro es el P. García Villada en Razón y Fe, mayo, 1929. Este autor proporciona multitud de detalles respecto a la preservación del cuerpo del santo, que aunque momificado se encuentra todavía completo.


Estas biografías de santo son propiedad de El Testigo Fiel. Incluso cuando figura una fuente, esta ha sido tratada sólo como fuente, es decir que el sitio no copia completa y servilmente nada, sino que siempre se corrige y adapta. Por favor, al citar esta hagiografía, referirla con el nombre del sitio (El Testigo Fiel) y el siguiente enlace: https://www.eltestigofiel.org/index.php?idu=sn_1630


Bienaventurada Virgen María de Fátima

 

 

Bienaventurada Virgen María de Fátima

Páginas: Rosario | Novena | Relatos de las apariciones |


Fecha: 13 de mayo

País: Portugal

Hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI

 

Elogio: Nuestra Señora la Bienaventurada Virgen María de Fátima, en Portugal. En la localidad de Aljustrel, la contemplación de la que, en el orden de la gracia, es nuestra Madre clementísima, suscita en muchos fieles, no obstante las adversidades, la oración por los pecadores y la profunda conversión de los corazones.


Era el año de 1916. La guerra se había extendido sobre Europa y, hacía apenas unos meses que Portugal se hallaba mezclado también en la lucha, cuando tres pequeños campesinos portugueses del interior se encontraron de pronto, en una de las colinas áridas que rodean a Fátima, con una figura resplandeciente que les dijo: «Soy el Ángel de la Paz». Durante aquel mismo año, vieron otras dos veces la misma aparición. Los exhortó a «ofrecer constantes plegarias y sacrificios». «Sobre todo, les dijo, aceptad y soportad con sumisión los sufrimientos que el Señor os envíe». Los pastores: Lucía de 9 años, Francisco de 8, y Jacinta de 6, guardaron silencio respecto a estas visiones. No sospechaban que eran como la preparación para un encuentro más importante. La presencia del ángel, aunque los llenaba de gozo, los dejaba azorados, llenos de confusión: «Me gusta mucho ver al Ángel, comentó un día Francisco, pero lo malo es que, después no podemos hacer nada. Yo no puedo ni andar, no sé lo que me sucede».


El 13 de mayo de 1917, fue distinto el estado de ánimo que les produjo la aparición de una «Señora toda de blanco, más brillante que el sol», a cuya aparición habían precedido dos relámpagos, y que resplandecía en lo alto de un arbusto de la sierra. «¿De dónde viene Vuestra Merced?», preguntó Lucía. «Vengo del cielo». Les pidió en seguida que regresaran al mismo lugar durante seis meses seguidos, los días trece.


«¿Deseáis ofreceros a Dios para soportar todo el sufrimiento que a Él plazca enviaros, como un acto de reparación por los pecados con que Él es ofendido y para pedir por la conversión de los pecadores?», inquirió la aparición posteriormente. «Sí queremos». Los niños quedaron llenos de «una paz y una alegría expansiva», cuando la Señora se alejó. «Ai, que Senhora tâo bonita» repetía Jacinta. Lucía les recomendó a sus primos que no dijeran lo que habían visto; pero Jacinta, la más alegre y comunicativa de los tres, no pudo ocultar su alegría y lo contó a su madre. Cuando los rumores llegaron a casa de Lucía, la madre y los hermanos de ésta se mostraron totalmente escépticos. Pensaron que todo era un invento de los tres niños. Para el 13 de junio de 1917, los tres niños habían comprendido rápidamente el sentido redentor del sufrimiento. La Señora les había pedido sacrificios y ellos, durante ese mes, se dedicaron a buscarlos con empeñoso entusiasmo. La comida que recibían en sus casas para llevar al campo, la entregaban a los pobres y se contentaban después con raíces y frutas silvestres. El hambre, la sed, las burlas de los que no creían en la aparición, los ofrecían, como la Señora lo había pedido, por la conversión de los pecadores. Ese 13 de junio, mientras Fátima celebraba a San Antonio, el patrono de su iglesia, unas 50 personas se reunieron alrededor de los niños en Cova da Iría a esperar la llegada de la Señora. Al mediodía, dijo Lucía con voz fuerte: «Jacinta, allá viene nuestra Señora. Ahí está la luz». A los asistentes les pareció oír «como una voz muy apagada», pero nada pudieron entender. La Señora dijo que Jacinta y Francisco irían pronto al cielo, que Lucía permanecería más tiempo aquí abajo para ayudar a establecer la devoción al Corazón de María. Como lo había hecho en la primera ocasión, al despedirse, la Señora abrió las manos, de ellas brotaron rayos de luz que rodearon a los niños. En esa luz «nos veíamos como sumergidos en Dios», escribió después Lucía.


Era el 13 de julio de 1917. Lucía estuvo a punto de no acudir a la cita. El padre Ferreira, párroco de Fátima, había aventurado la opinión de que se trataba, tal vez, de un engaño diabólico. Además, continuaba la oposición en casa de la niña. Pero, aquella mañana, sus primos lograron persuadirla y fue con ellos a la que sería una de las más largas conversaciones con la Señora. Les fue prometido que en octubre se realizaría un milagro para demostrar la verdad de las apariciones. Cuando la Señora extendió sus manos y los niños se sintieron rodeados del resplandor celestial, vieron abierta la tierra y dentro, «un mar de fuego. . . los demonios y las almas como si fueran carbones al rojo vivo...» La Señora les pidió la consagración de Rusia al Inmaculado Corazón de María y la Comunión de reparación, cinco primeros sábados en otros tantos meses. Añadió: «cuando recéis el Rosario, decid después de cada misterio: ¡Oh Jesús mío, perdónanos y líbranos del fuego del infierno! Atrae todas las almas al cielo, especialmente las más necesitadas». Al terminar, les comunicó el secreto que llegó a ser uno de los puntos importantes de la tradición de Fátima, cuya última parte se reveló en el año 2000. La multitud que los rodeaba sólo había visto descender una especie de nubécula sobre la carrasca, el arbolillo de las apariciones, y escuchado un murmullo sordo, durante la visión.


Así llegó el 13 de agosto de 1917. La visión del infierno que les fue concedida a los niños había despertado en ellos un anhelo incontenible de oración y penitencia. El anticlerical administrador de Ourem, empeñado en combatir la fama creciente de las apariciones, les brindó una oportunidad de ofrecer padecimientos. Con engaños, los alejó de Fátima y logró impedir que asistieran a la cita del 13 de agosto. Viendo que los interrogatorios no daban resultado, los encerró en una celda común con los malhechores de la cárcel. Y, en un último esfuerzo dramático por atemorizarlos, afirmó que los haría hervir en aceite, uno por uno. Se llevaron a Jacinta, luego a Francisco y, cuando Lucía esperaba ser arrojada en un caldero, se encontró con sus primos, a quienes creía muertos. No habiendo obtenido ni una retractación, ni la confesión del secreto, el administrador acabó por soltarlos. Una muchedumbre numerosa había esperado inútilmente la aparición de aquel mes. Pero, los niños pudieron ver a la Señora, cuando se les apareció y renovó sus advertencias y peticiones.


Gran parte de la prensa de Portugal se había lanzado contra las apariciones, antes del 13 de septiembre de 1917, sin embargo, para esta ocasión se reunió una muchedumbre mucho mayor, con peregrinos venidos de todas las partes del país. Iba a ser la más breve de todas las apariciones. Apenas un momento de conversación: «...continuad rezando el Rosario...» insistió nuestra Señora. El 13 de octubre de 1917: Nuestra Señora había dicho que en ese día se llevaría a cabo un milagro para demostrar la veracidad de las apariciones y los niños así lo habían anunciado. A pesar del frío y de la lluvia, que desde la tarde anterior comenzó a caer, a través de los caminos enlodados de la sierra llegaron más y más peregrinos hasta aquel rincón casi incomunicado del resto de Portugal. Aproximadamente 70.000 personas habían venido a presenciar el milagro de Fátima.


Los familiares y vecinos de Lucía estaban atemorizados. Si el milagro no se verificaba, ¿cómo iba a reaccionar aquella multitud defraudada? Al mediodía, después de una espera tensa por parte de la multitud arrodillada bajo la lluvia, la Señora se presentó ante los niños: «Quiero decirte que construyan aquí, en mi honor, una capilla. Soy la Virgen del Rosario. Que continúen rezando el rosario todos los días...» La multitud no vio a la Señora, pero asistió a un espectáculo sobrecogedor: oyó a Lucía gritar: «mirad el sol». Las nubes se abrieron de pronto y apareció el sol como un gran disco de plata al que, aunque brillante como cualquier sol, se podía mirar directamente sin cerrar los ojos y con una satisfacción única y deliciosa. Esto sólo duró un momento. Mientras lo contemplaban, la gigantesca bola comenzó a "danzar": esta fue la palabra que todos los observadores aplicaron al fenómeno. Giró rápidamente. Se detuvo. Volvió a girar con más fuerza. Como un prisma gigantesco cubrió el cielo y la tierra con franjas de colores. «Girando locamente bajo esta apariencia, por tres veces, la ígnea esfera pareció temblar, estremecerse y después arrojarse precipitadamente en zigzag hacia la multitud». Cuando todo terminó, la muchedumbre estaba conmovida y convencida por completo de la verdad de las apariciones. Incluso periodistas no creyentes afirman haber visto el fenómeno.


Antes de que pasaran tres años, Francisco y Jacinta habían muerto ya, como se los había dicho la Señora y ellos lo habían dado a conocer, fueron beatificados por SS. Juan Pablo II el 13 de mayo del año 2000. Lucía fue religiosa de las Hermanas de Santa Dorotea desde 1925, puso por escrito el «secreto de Fátima» en 1944 y lo confió a la Santa Sede. Falleció el 13 de febrero del 2005, a los 98 años de edad. La carrasca, la humilde encina de la sierra sobre el que Nuestra Señora se mostró, ha desaparecido hacia 1930: los fieles lo cortaron, rama a rama, para llevarlas como reliquia. En su lugar, en la tierra reseca de la colina, ha brotado una basílica enorme a la «Señora Blanca» que vino a este rincón portugués a pedir oraciones y sacrificios para la conversión de los pecadores, a la Señora que insistió una y otra vez en el rezo del Rosario y pidió que consagraran a su Corazón Inmaculado a esa potencia misteriosa que en 1917 apenas surgía: Rusia.

 

El tema del «Secreto de Fátima» es demasiado extenso para tratarlo aquí, y no corresponde propiamente a este contexto hagiográfico. El sitio Corazones.org tiene un buen monográfico sobre el tema, cuya lectura recomendamos a todos los que estén interesados en profundizar en ese aspecto de Fátima (lamentablemente no está en funcionamiento en 2020, pero puede recuperarse en Archive.org).

 

No debería tener que aclararse, pero a lo mejor a alguien viene bien que lo hagamos: no hay obligación por parte de los creyentes en creer en ninguna aparición privada de la Virgen, ni de los santos, etc. ni ninguna obligación en creer en ninguna revelación privada. Quienes creemos en esta o aquella aparición lo hacemos porque nos parece convincente, y porque vemos en ella la misma dirección del camino de la fe que lleva la fe que ya poseemos, y la revelación pública que sí estamos, como creyentes, necesitados de creer. Como dijo en su momento Mons. Ratzinger -luego Papa Benedicto XVI-, cuando era Prefecto del Santo Oficio y le preguntaron por qué no se publicaba el «tercer secreto»: «El Santo Padre juzga que no añadiría nada a lo que un cristiano debe saber por la Revelación».


Nótese lo prudente que es el lenguaje utilizado por el Martirologio, que en esta fecha, en la que ocurrieron las apariciones, el elogio no habla de ninguna aparición sino de la «contemplación de la que, en el orden de la gracia, es nuestra Madre clementísima, suscita en muchos fieles, no obstante las adversidades, la oración por los pecadores y la profunda conversión de los corazones.»


Salvo estas notas finales, el presente artículo sobre las apariciones corresponde íntegramente al del Butler, excepto las necesarias actualizaciones sobre la beatificación de los niños, la muerte de Sor Lucía, etc.

 

fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI

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ingreso o última modificación relevante: ant 2012

Estas biografías de santo son propiedad de El Testigo Fiel. Incluso cuando figura una fuente, esta ha sido tratada sólo como fuente, es decir que el sitio no copia completa y servilmente nada, sino que siempre se corrige y adapta. Por favor, al citar esta hagiografía, referirla con el nombre del sitio (El Testigo Fiel) y el siguiente enlace: https://www.eltestigofiel.org/index.php?idu=sn_1598

 

martes, 27 de abril de 2021

Hosanna de Kotor, Beata Virgen Dominica

 


Hosanna de Kotor, Beata

Virgen Dominica, 27 de abril


Por: | Fuente: Catholic.net


Virgen

Martirologio Romano: En Kotor, sur de la Dalmacia en la República de Montenegro, beata Catalina, virgen, la cual, bautizada en la Iglesia ortodoxa, ingresó en la Orden de Hermanas de la Penitencia de Santo Domingo asumiendo el nombre de Hosanna y vivió recluida a lo largo de cincuenta y un años, inmersa en la divina contemplación, e intercediendo por el pueblo cristiano durante el asedio de los turcos († 1565).


Breve Biografía

Nacida en Montenegro, en el año 1493, en el seno de una familia ortodoxa griega, fue bautizada dentro de esa tradición con el nombre de Catalina (Catherine) Cosie.


Ella era una pastorcita en su juventud, y aprovechaba su labor para pasar horas oración solitaria, es en esta época que comenzó a tener visiones del Niño Jesús. Cuando cumplió 12 años, sus visiones fueron seguidas por un fuerte deseo de viajar a Kotor (Cattaro), donde ella sentía que podría orar mucho mejor.        

Su madre le consiguió un trabajo como sirvienta de una católica muy adinerada, que le permitía pasar en la iglesia todo el tiempo que ella deseara, fue aquí donde Catalina se convirtió al Catolicismo Romano.


Al final de su adolescencia ella sintió el llamado de llevar la vida dura y espiritual de un anacoreta. Aunque era muy joven para asumir esta vida, su director espiritual le facilitó una celda cerca de la iglesia de San Bartolomé en Kotor.


Luego ella se mudó a una celda en la iglesia de San Pablo, y tomó el habitó terciario dominico cambiando su nombre a Hosanna en memoria a la beata Hosanna de Mantua, y vivió bajo la regla dominica los siguientes 52 años.


Un grupo de hermanas dominicas se mudaron cerca de ella para seguir sus consejos y guía, pedirle oraciones. La consideraban su líder. Llegaron a ser tantas, que un convento dominico fue construido para ellas.


Las visiones místicas no se detuvieron, ella veía a la Santísima Virgen con al Niño Jesús, varios santos y de vez en cuando al mismo demonio. Alguna vez Satanás tomó la apariencia de la Virgen, pero Hosanna se dio cuenta de quien era cuando le pidió que deje la vida religiosa.


La tradición cuenta que cuando Kotor fue atacada por los turcos, lograron su liberación gracias a las oraciones de nuestra beata; también se cuenta que sus oraciones salvaron a Kotor de la plaga.


Murió en el año 1565, y fue beatificada en el año 1934 durante del pontificado de S.S. Pío XI


Sierva de Dios, Luisa Picarreta

 

 

Luisa Piccarreta

La Pequeña Hija de la Divina Voluntad

(1865-1947)

 

La Sierva de Dios, Luisa Piccarreta nació en la ciudad de Corato en la provincia de Bari, Italia, en la mañana del 23 de abril de 1865, Domingo "In Albis" (actual fiesta de la Divina Misericordia), y el mismo día fue bautizada; vivió siempre ahí y murió en concepto de santidad el 4 de marzo de 1947. Nació de la señora Rosa Tarantino y del señor Vito Nicola Piccarreta, trabajador de una hacienda de la familia Mastrorilli. La pequeña Luisa, la cuarta de cinco hijas, era de temperamento tímido, temeroso; no obstante, era también vivaz y alegre.

 

El Domingo "in Albis" de 1874, a los nueve años, recibió la Primera Comunión y el mismo día el Sacramento de la Confirmación. Ya desde pequeña mostraba una fuerte inclinación a dedicar largos periodos de tiempo para la meditación y oración, teniendo como elementos fundamentales de su vida interior un encendido amor a Jesús doliente en su pasión y prisionero de amor en la Eucaristía, y una madura y sólida devoción a la Santísima Virgen María. Sus padres no prestaron atención a estas aficiones, hasta que se comenzó a manifestar en su hija una misteriosa enfermedad que la obligaba a quedarse en cama. Los médicos sin poder encontrar la causa y dar un diagnóstico, sugirieron la visita de un sacerdote. Asombrados quedaron cuando a la señal de la cruz Luisa se recuperó de su "habitual estado", como ella misma lo llamaría años después a lo largo de sus escritos.


Alrededor de los dieciocho años, mientras trabajaba en su habitación, se encontraba haciendo la meditación sobre la pasión de Jesús; sintió su corazón oprimido y que le faltaba la respiración, asustada, salió al balcón y desde allí vio que la calle estaba llena de personas que empujaban a Jesús llevando la cruz. Sufriente y ensangrentado, Jesús entonces alzó los ojos hacia ella pronunciando estas palabras: "Alma, ¡ayúdame!".


Luisa entró a su habitación con el corazón desgarrado por el dolor, y llorando le dijo: « ¡Cuánto sufres, oh mi buen Jesús! ¡Pudiera yo al menos ayudarte y librarte de esos lobos rabiosos, o cuando menos sufrir yo tus penas, tus dolores y tus fatigas en tu lugar, para así darte el más grande alivio...! ¡Ah, Bien mío!, haz que yo también sufra, porque no es justo que tú debas sufrir tanto por amor a mí y que yo pecadora esté sin sufrir nada por ti. » Y desde aquel momento repitiendo siempre su FIAT (hágase), se hicieron siempre más frecuentes los períodos transcurridos en cama hasta la completa inmovilidad por 62 años.

 

En esta "pequeña prisión" Jesús le dio a conocer el gran deseo de su Corazón: que el hombre viva en su Voluntad, para que regrese al orden, al puesto y a la finalidad para la que fue creado, esto es, lo que él mismo nos enseñó a pedir en el Padrenuestro: "Hágase tu Voluntad en la tierra como en el cielo"; así depositó en ella sus maravillosas verdades, para que a su vez, como "Heraldo del Reino", depositaria y secretaria de los tesoros de la Divina Voluntad, diera a conocer el decreto eterno del advenimiento de su Reino en la Iglesia y en el mundo entero.

 

Al respecto escribe San Aníbal María di Francia: 

“Nuestro Señor, que de siglo en siglo aumenta cada vez más las maravillas de su Amor, parece que de esta virgen, que El dice que es la más pequeña que ha encontrado en la tierra, desprovista de toda instrucción, haya querido hacer un instrumento idóneo para una misión tan sublime, que ninguna otra se le pueda comparar, o sea, EL TRIUNFO DE LA DIVINA VOLUNTAD en el universo, conforme a lo que decimos en el Padrenuestro: FIAT VOLUNTAS TUA, SICUT IN COELO ET IN TERRA” 

Luisa, como hija de la Iglesia, le fue siempre sumisa y obediente. Durante el período desde 1884 hasta su muerte en 1947, ella estuvo bajo el cuidado y la obediencia de varios confesores enviados por el Obispo de su Arquidiócesis. Su segundo confesor, Don Gennaro di Gennaro el 28 de febrero de 1899 le dio la obediencia de poner por escrito todo cuanto sucedía entre Jesús y ella y las gracias que continuamente recibía. Fue entonces que Luisa se decidió a vencer la repugnancia de hacer público lo que vivía en su interior. Y así, con gran esfuerzo, escribió más de 2.000 capítulos, recogidos en treinta y seis volúmenes, sin contar cientos de cartas, "las Horas de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo", y "la Virgen María en el Reino de la Divina Voluntad".


Uno de sus confesores y promotor más importante de la Divina Voluntad (la doctrina que Jesús le enseñó a Luisa) fue San Aníbal María di Francia quien fue Revisor Eclesiástico de los volúmenes (dio su Nulla Obstat a 19 de los 36 volúmenes), y primer apóstol del Reino del Fiat Divino (como Jesús mismo lo titula en el volumen 20 de su diario, noviembre 6, 1926).

 

Luisa murió antes de cumplir los ochenta y dos años de edad, el 4 de marzo de 1947, después de una corta pero fatal pulmonía -la única enfermedad diagnosticada en su vida-, entró a la vida eterna para continuar sumergida en la Divina Voluntad en el cielo, como lo estuvo en la tierra. En 1993, sus despojos fueron trasladados al Santuario de Santa Maria Greca, gracias a su último confesor Don Benedetto Calvi. El 20 de noviembre 1994 -en la Fiesta de Cristo Rey-, la Santa Sede dio su "Nulla Obstat" a la Arquidiócesis de Trani-Barletta-Bisceglie, guiada por S.E. Mons. Carmelo Cassati, para la apertura oficial de la Causa de Canonización. El 29 de noviembre del 2005 S.E. Mons. Giovan Battista Pichierri -Arzobispo actual de la Arquidiócesis-, clausuró la fase diocesana, recogiendo multitud de documentos y testimonios sobre la fama de santidad de la Sierva de Dios, iniciando así la fase romana de la causa, donde el Santo Padre la elevará a la dignidad de los altares.

 

Oración a la Santísima Trinidad

 para la glorificación de la Sierva de Dios 

Luisa Piccarreta

 

"Oh Augusta y Santísima Trinidad,

Padre, Hijo y Espíritu Santo, te alabamos y te damos gracias por el don de la santidad de tu sierva fiel Luisa Piccarreta.

Padre, ella vivió en tu Divina Voluntad, volviéndose bajo la acción del Espíritu Santo, conforme a tu Hijo obediente hasta la muerte de cruz, víctima y Hostia a ti agradable, cooperando a la obra de la redención del género humano.

Sus virtudes de obediencia, de humildad, de amor sumo a Cristo y a la Iglesia nos inducen a pedirte el don de su glorificación en la tierra.

Para que resplandezca ante todos tu gloria, y que tu Reino de verdad, de justicia y de amor se difunda hasta los confines de la tierra en el carisma particular del Fiat Voluntas tua sicut in Caelo et in terra.

Recurrimos a sus méritos para obtener de ti, Santísima Trinidad, la gracia particular que te pedimos con la intención de cumplir tu Divina Voluntad.

Amén.


Tres Glorias... Padre Nuestro...

Reina de los Santos, ruega por nosotros.


+ Giovan Battista Pichierri

Arzobispo de Trani-Bisceglie-Barletta

Trani, 29 de octubre de 2005

 


Santa Zita, virgen

 

 

Santa Zita, virgen

 

Fecha: 27 de abril

n.: 1218 - †: 1278 - país: Italia

Canonización: Conf. Culto: Inocencio XII 5 sep 1696

Hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI

 

Elogio: En Luca, de la Toscana, santa Zita, virgen, la cual, nacida de hogar humilde, a los doce años entró a servir a la familia de los Fatinelli, y perseveró hasta la muerte, con admirable paciencia, en este servicio doméstico.

 

Patronazgos: patrona de las amas de casa y del servicio doméstico.

 

Refieren a este santo: Santa Notburga

 

Los padres de santa Zita, patrona de los servidores domésticos, eran tan piadosos como pobres. Una hermana suya entró en un convento de religiosas cistercienses y su tío, Graciano, era un ermitaño a quien el pueblo veneraba como santo. La madre de Zita no tenía más que decirle: «Esto es agradable a Dios» o «Esto desagrada a Dios», para que la niña obedeciese inmediatamente. A los doce años, Zita entró a servir en una casa de Lucca, a unos quince kilómetros de su pueblo de Monte Sagrati, en la casa de Pagano di Fatinelli, quien tenía un negocio de hilados y tejidos de seda y lana. Desde el principio se acostumbró Zita a levantarse por la noche para orar y asistir a la misa en la iglesia de San Frediano. Distribuía entre los pobres lo mejor de sus alimentos y dormía generalmente en el suelo, pues había regalado su cama a un mendigo.

 

Durante varios años la hicieron sufrir mucho los otros criados, quienes llevaban a mal su piedad, consideraban como un mudo reproche su laboriosidad y se molestaban por el desagrado con que oía sus palabras, provocativas y groseras. La envidia de sus compañeros despertó el recelo del señor de la casa contra Zita, que lo soportó todo sin una queja. Zita se defendió del atrevimiento de un criado, rasguñándole la cara; cuando su amo le preguntó lo que había pasado, Zita no pronunció ni una sola palabra para excusarse. Poco a poco su paciencia le fue ganando los ánimos de todos y el señor y la señora de la casa empezaron a comprender el tesoro que tenían en la doncella.

 

La santa consideraba el trabajo como una práctica piadosa. Más tarde solía decir: «Una sirvienta que no es laboriosa no es buena; en las gentes de nuestra posición, la piedad que impide el trabajo es mala piedad». La señora de la casa le confió el cuidado de los niños y la nombró ama de llaves. Un día, el amo decidió inspeccionar la provisión de habas, pues esperaba obtener un buen precio por ellas. En aquella época, todas las familias cristianas daban alimentos a los pobres, pero Zita había regalado demasiados sacos de habas, como lo había confesado a su ama. Pagano era de temperamento muy violento, y la pobre Zita se echó a temblar y pidió a Dios que arreglase las cosas. Cuando Pagano fue al granero, no faltaba un solo saco; la única explicación posible fue la de que el cielo había multiplicado las habas. En otra ocasión en que Zita se había entretenido en la iglesia, olvidando que era el día en que se cocía el pan, se dirigió a toda prisa a la casa; cuando llegó, encontró los panes listos para introducirlos en el horno.

 

Un helado día de Navidad, como Zita insistiese en ir a la iglesia, su amo le echó su propia capa sobre los hombros, con la recomendación de que la cuidase bien. Al llegar a la iglesia de San Frediano, Zita encontró a un mendigo mal vestido que tiritaba de frío. Como el mendigo señalase ansiosamente la capa que llevaba la santa, ésta se la echó al punto sobre los hombros, diciéndole que podía guardarla hasta que ella saliese de la iglesia. Naturalmente, al acabar la misa el mendigo había desaparecido con la capa. Muy abatida, Zita recibió una dura reprimenda de su amo, como era de temerse. Cuando la familia se disponía a empezar la cena de Navidad, unas horas después, se presentó a la puerta del comedor un desconocido, quien devolvió a Zita la capa de su amo. Los señores de la casa intentaron darle las gracias, pero el desconocido desapareció tan misteriosamente como había aparecido, y dejó el corazón de la familia lleno de gozo celestial. Desde entonces, la puerta de la iglesia de San Frediano en la que Zita encontró al mendigo se llama «la Puerta del Angel».

 

Con el tiempo, Zita llegó a ser la amiga y consejera de toda la casa. Era la única que sabía cómo tratar a Pagano, cuando éste montaba en cólera. Pero la veneración que todos le profesaban le molestaba infinitamente más que los malos tratos del principio. Para entonces, la santa estaba ya suficientemente libre de los quehaceres domésticos para visitar a su gusto a los enfermos, a los pobres y a los presos. Tenía particular cariño por los condenados a muerte, por quienes pasaba largas horas en oración. En esas obras de piedad y misericordia pasó los últimos años de su vida. Murió apaciblemente el 27 de abril de 1278. Tenía entonces sesenta años de edad y había estado al servicio de la familia de Pagano durante cuarenta y ocho años. El cuerpo de Santa Zita reposa en la iglesia de San Frediano, en Lucca, a donde la santa había ido con tanta regularidad durante los años que pasó allí.

 

La principal fuente de información es la biografía escrita por Fatinellus de Fatinellis, que se halla en Acta Sanctorum, abril, vol. III. Existen muchas biografías recientes, como las de Toussaint (1902) y Ledóchowsky (1911) . Ver también la biografía escrita por Bartolomeo Fiorito en 1752 y Analecta Bollandiana, vol. XLVIII (1930), pp. 229-230.

 

fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI

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San Simeón, obispo y mártir

 

 

San Simeón, obispo y mártir

 

Fecha: 27 de abril

Fecha en el calendario anterior: 18 de febrero

†: 107 - país: Israel

Canonización: bíblico

Hagiografía: Abel Della Costa

 

Elogio: En Jerusalén, conmemoración de san Simeón, obispo y mártir, que, según la tradición, era hijo de Cleofás y pariente del Salvador según la carne. Ordenado obispo de Jerusalén después de Santiago, el hermano del Señor, en la persecución bajo el emperador Trajano fue sometido a varios suplicios, hasta que, ya anciano, murió en la cruz.

 

Refieren a este santo: Santos Felipe y Santiago

 

En el Nuevo Testamento se nombra, con completa naturalidad, cierto conjunto de «hermanos y parientes» del Señor. Ya vemos cómo, en Mateo 13, la gente de su pueblo los conoce, o cómo en Marcos 3 Jesús opone el parentesco aparente de la carne, al auténtico de la fe; los vemos en Hechos 1 reunidos con los Apóstoles en oración y comunión, y presumiblemente, recibiendo también el Espíritu, e incluso conocemos un hermano muy prominente en la primera Iglesia -tanto que la tradición posterior no se resistió a confundirlo con un apóstol-: Santiago, el hermano del Señor, jefe de la Iglesia de Jerusalén. La mención de estos parientes era tan natural a quienes habían convivido con Jesús, que muy poco se ocuparon de dejar en claro qué posición ocupaban en la genealogía de Jesús, y sólo de unos pocos, apenas cuatro, nos dejaron su nombre: Santiago, José, Simeón y Judas (Mt 13,55). ¿Se trata de hermanos carnales? podrían serlo, a través de un primer matrimonio de José; ¿se trata de primos hermanos? es verdad que la palabra griega que se usa (adelphós) quiere decir claramente "hermanos", pero podría estar traduciendo el concepto arameo de «'ajá», que significa «hermano», pero de tal manera que puede abarcar con naturalidad también a los primos.

 

Sea como sea la explicación, en algún momento, hacia fines del siglo I, la predicación cristiana se comenzó a sentir incómoda por esta referencia: había que poder «controlar» el dato, saber mejor a qué información se refería. Comenzó un complejo trabajo, en gran medida inconsciente y no relacionado sólo con este aspecto, de armonización de los datos que «no cerraban». Un trabajo de tal eficacia que ha atravesado casi 1800 años, y recién se ha puesto en duda la solidez de esa información a partir del siglo XIX; y hay que decir que en parte de la predicación popular actual aun se le sigue dando crédito como si esas armonizaciones surgieran con naturalidad del Evangelio o ayudaran a comprenderlo mejor.

 

Dentro de esos datos armonizados están, como no, los pocos que conocemos sobre este Simeón, «segundo obispo de Jerusalén, y hermano del Señor». Se dice de él que era hijo de Cleofás (o Clopás), hermano de san José, ¿por qué? Porque en Marcos 15,40 se dice: «Había también unas mujeres mirando desde lejos, entre ellas, María Magdalena, María la madre de Santiago el menor y de Joset, y Salomé» Ahora bien, en Juan 19,25 se dice que «junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Clopás...», por tanto, esta madre de Santiago y Joset debe ser la mujer de Clopás, además de tía de Jesús por parte de su madre. Pero si en la lista de Mt 13,55 nombraba a Santiago y Joset junto con Simeón y Judas, entonces podemos deducir que Simeón y Judas son hijos de Clopás... ¿podemos afirmar entonces que es hijo de Cleofás? sí, claro, podemos afirmarlo, pero habremos de reconocer que el argumento es un tanto débil, podría ser hijo de media Galilea sin que nosotros llegáramos a enterarnos. Y ni hablemos de cuando a estos escuetos datos se comienzan a sumar las fantasías sin límites de los apócrifos.

 

En realidad deberíamos aceptar la «ascesis de cotilleo» que nos propone el Nuevo Testamento, y no lanzarnos a inventar sobre los personajes lo que no han querido consignar los que fueron testigos directos del entorno de Jesús. Más bien el conocimiento que nos propone el Nuevo Testamento nos puede servir no para enterarnos de algo tan inútil como si Simeón es hermano por vía de José o primo por vía de Cleofás, sino para darnos cuenta que la realidad de la Iglesia del primer siglo fue muy compleja, más de lo que imaginamos, y que junto a los elegidos por Jesús -los que resumimos en la mención de «los Doce»- también tenían fuerza y palabra ese impreciso grupo de «parientes del Señor» que durante unos años disputaron con los apóstoles por lo que debía considerarse la sucesión correcta en la dirección de la Iglesia.

 

Tal fuerza habrá tenido este grupo de parientes -aunque no sobrevivió al fin del siglo primero- que la tradición recuerda vagamente que la Iglesia de Jerusalén estaba en manos de ellos: primero a través de Santiago, el hermano del Señor, y, muerto éste, quizás hacia el 66, a través de Simeón, el santo que hoy conmemoramos. Este detalle no viene en Hechos de los Apóstoles, pero nos llega por medio de la Historia Eclesiástica de Eusebio de Cesarea, quien en III,11 dice: «Tras el martirio de Santiago y la inmediata toma de Jerusalén, cuenta la tradición que, viniendo de diversos sitios, se reunieron en un mismo lugar los apóstoles y los discípulos del Señor que todavía se hallaban con vida, y juntos con ellos también los que eran de la familia del Señor según la carne (pues muchos aún estaban vivos). Todos ellos deliberaron acerca de quién había de ser juzgado digno de la sucesión de Santiago, y por unanimidad todos pensaron que Simeón, el hijo de Clopás (a quien también menciona el texto del Evangelio), merecía el trono de aquella región, por ser, según se dice, primo del Salvador, pues Hegesipo cuenta que Clopás era hermano de José.»

 

Este mismo Hegésipo que menciona Eusebio como fuente, transmite el dato -que el mismo Eusebio recoge- de que Simeón murió martirizado a edad muy avanzada, ciento veinte años, en una persecución romana a los judíos descendientes de David (entre los cuales, por supuesto, están los parientes del Señor), persecución cuya única noticia histórica es ésta. De todo esto concluye Eusebio: «Calculando un poco se puede decir que Simón vio y oyó en persona al Señor, tomando como prueba su larga edad y la referencia, en los Evangelios, a María de Clopás, el cual, como ya mostramos, era su padre.» (III,32).

 

Bibliografía: Sobre «los Doce» y «los hermanos» puede leerse la sección correspondiente de «Aspectos del pensamiento neotestamentario», en Comentario Bíblico San Jerónimo, tomo 5, 752ss, o, por supuesto, cualquier otra introducción crítica a la primitiva historia de la Iglesia. Los datos de Eusebio pueden leerse en la propia Historia Eclesiástica, que es siempre un gusto leer directamente. La noticia del Butler-Guinea, 1966 (colocada el 18 de febrero) resume muy bien los datos tradicionales, y aunque no hace la crítica, señala lo difícil que es sostenerlos. Sobre el proceso de armonización de datos propio de los siglos II-III hay escasa bibliografía no especializada, pero puede seguirse en otras noticias de santos del NT que he ido presentando en este martirologio, por ejemplo: las santas María de Cleofás y Salomé, san Bartolomé apóstol o san Marcos evangelista.

 

Abel Della Costa

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sábado, 24 de abril de 2021

Santos Nereo y Aquileo mártires

 


Santos Nereo y Aquileo mártires

 

Fecha: 12 de mayo

†: s. III ex. - país: Italia

Otras formas del nombre: Aquiles, Achilleo

Canonización: pre-congregación

Hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI

 

Elogio: San Nereo y san Aquileo, mártires, los cuales, según refiere el papa san Dámaso, eran dos jóvenes que se habían enrolado como soldados y que, coaccionados por el miedo, estaban dispuestos a obedecer las órdenes impías del magistrado. Sin embargo, después de convertirse al Dios verdadero, abandonaron el sevicio y, arrojando sus escudos, armas y uniformes, aceptaron el sacrificio contentos de su triunfo como confesores de Cristo. Sus cuerpos fueron sepultados en este día en el cementerio de Domitila, situado en la vía Ardeatina de Roma.

 

Refieren a este santo: Santa Domitila, San Marón, San Nicomedes

 

Oración: Dios todopoderoso, concédenos sentir la piadosa protección de los gloriosos mártires Nereo y Aquileo, que nos han dado en su martirio un valeroso testimonio de fe. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén (oración litúrgica)

 

El culto de los santos Nereo y Aquileo es muy antiguo, ya que data, por lo menos, del siglo IV. En la fiesta de estos santos, que se celebraba en Roma con cierta solemnidad, san Gregorio Magno predicó dos siglos más tarde, su vigésima octava homilía: «Los santos ante los que nos hallamos reunidos despreciaron al mundo y pisotearon la paz y las riquezas, y la vida que las ofrecía». La iglesia en que el santo pronunció esa homilía se hallaba en el cementerio de Domitila, en la Vía Ardeatina, sobre la tumba de los mártires. Hacia el año 800, León III construyó una nueva iglesia; el cardenal Baronio (1538-1613), que fue titular de ella, la reconstruyó y llevó de nuevo allá las reliquias de san Nereo y san Aquileo, que habían sido transladadas a la iglesia de San Adrián. Nereo y Aquileo eran soldados pretorianos, según dice la inscripción que el papa san Dámaso mandó poner sobre su tumba. Las «actas» de estos mártires, que son legendarias, dicen que eran eunucos y estaban al servicio de Flavia Domitila, a la que siguieron al destierro. Relatan también que Nereo, Aquileo y Domitila fueron desterrados a la isla de Terracina; los dos primeros fueron ahí decapitados durante el reinado de Trajano (98-117), en tanto que Domitila pereció en la hoguera por haberse negado a ofrecer sacrificios a los ídolos. Probablemente la leyenda se basa en el hecho de que los cuerpos de Nereo y Aquileo fueron quemados en un sepulcro familiar, que se hallaba en lo que fue después el cementerio de Domitila. Durante las excavaciones que llevó a cabo Rossi en 1874 en dicha catacumba, se descubrió su sepulcro vacío, en la cripta de la iglesia que el papa san Siricio construyó el año 390.

 

Así pues, dada la imposibilidad de dar ningún crédito a las «Actas», todo lo que podemos afirmar acerca de los santos Nereo y Aquileo es lo que se halla consignado en las inscripciones que san Dámaso mandó colocar en su sepulcro a fines del siglo IV. El texto ha llegado hasta nosotros a través de las citas de los viajeros que vieron las inscripciones cuando estaban todavía enteras; pero los fragmentos que descubrió Rossi bastan para identificarlas perfectamente. He aquí el texto, traducido al español: «Los mártires Nereo y Aquileo habían entrado voluntariamente en el ejército y desempeñaban el cruel oficio de poner en práctica las órdenes del tirano. El miedo les hacía ejecutar todos los mandatos. Pero, por milagro de Dios, los dos soldados abandonaron la violencia, se convirtieron al cristianismo y huyeron del campamento del malvado tirano, dejando tras de sí los escudos, las armaduras y las lanzas ensangrentadas. Después de confesar la fe de Cristo, se regocijan ahora al dar testimonio del triunfo del Señor. Que estas palabras de Dámaso te hagan comprender, lector, las maravillas que es capaz de hacer la gloria de Cristo.»

 

En la distribución y contenido que adopta el Martirologio Romano en la actualidad, la conmemoración de los santos Nereo y Aquileo se ha desvinculado por completo de la de Domitila (que ha pasado al 7 de mayo), y el elogio de los santos prácticamente resume el epitafio damascino, colocando la fecha probable del martirio a fines del siglo III.

 

Hay una literatura muy abundante sobre la leyenda de Nereo y Aquileo y el descubrimiento del cementerio de Domitila. Las actas pueden verse en Acta Sanctorum, mayo, vol. III. Hay innumerables ediciones y comentarios de ellas: Wirth (1890); Achelis, Texte und Untersuchungen, vol. XI, pte. 2, (1892); Schaefer, Romische Quartalschrift, vol. VIII (1894), pp. 89-119; P. Franchi de Cavalieri, Note Agiografiche, n. 3 (1909), etc. Cf. también J. P. Kirsch, Die romischen Titelkirchen (1918), pp. 90-94; Huelsen, Le Chiese di Roma nel medio evo, pp. 388-389, etc., y Delehaye, Comentario sobre el Martirologium Hieronymianum, p. 249. Se encontrarán abundantes referencias sobre la literatura arqueológica del cementerio de Domitila en el artículo de Leclercq en Dictionnaire d'Archéologie chrétienne et de Liturgie, vol. IV (1921), ce. 1409-1443.

 

fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI

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