viernes, 1 de enero de 2021

Solemnidad del Bautismo del Señor

 



Solemnidad del Bautismo del Señor



Una de las lecturas que se leen en "Bautismo del Señor" es ésta de la primera carta de Juan 5,7-8: «Pues tres son los que dan testimonio: el Espíritu, el agua y la sangre, y los tres convienen en lo mismo.»

El autor de esta carta pertenece a la misma tradición que dio origen al Evangelio de Juan, y en esa tradición se destaca un rasgo que es propio de la Pasión según San Juan: del costado de Jesús herido por la lanza mana sangre y agua. Sabemos la predilección de Juan por los símbolismos litúrgicos, así que si nos dice "salió sangre y agua", lo probable no es que quiera que pensemos en la sangre y el agua como líquidos "naturales", sino en los dos sacramentos fundamentales de la Iglesia: el Bautismo y la Eucaristía. Así que también muy probablemente, el autor de la carta joánica -que como he dicho, pertenece a la misma tradición que dio origen al Evangelio de Juan- no está hablando del bautismo del Señor, sino de que esa agua que es testigo y esa sangre que es testigo son las que manaron del costado herido, en la cruz.

Así que Juan no habla del bautismo del Señor sino de su muerte redentora; sin embargo, nosotros leemos este texto en relación al bautismo del Señor. La carta de Juan hace mención al fin de la gesta salvadora; nosotros lo leemos al principio. Esta especie de "inversión temporal" es constante en la liturgia, que llega a poner en relación textos que no tienen vinculación cronológica, ni temática, a veces por motivos que en apariencia son puramente circunstanciales, como la coincidencia de una palabra o de un gesto:

Jesús fue bautizado por Juan con agua del Jordán; del costado de Jesús herido -nos dice el Evangelio de Juan- manó sangre y agua; acerca de Jesús -nos dice la Primera de Juan- dan testimonio el Espíritu, el agua y la sangre... agua, agua, agua; por tanto leemos en esta fecha la escena del bautismo y leemos en esta fecha el testimonio de la Carta. De verdad que en el nivel de la historia de Jesús estos dos textos carecen de relación. De verdad que al nivel literario, de las narraciones y las escenas, tampoco tienen relación. ¿Se ha inventado la liturgia esta relación entre el inicio de la predicación de Jesús y su final?

San Juan dice de su evangelio: «Estas cosas han sido escritas para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre.» San Lucas, por su parte, nos señala que ha escrito su evangelio dedicado a Teófilo: «para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido.» La narración de la vida, palabras y hechos de Jesús no es una colección de anécdotas, sino un verdadero "evangelio", un verdadero anuncio de quién es en realidad, bajo la presencia de su humilde humanidad, este Jesús, el Cristo. Cada cosa que dicen los evangelios es un testimonio de quién es -en realidad- Jesús. Nada se nos cuenta por el mero gusto de contarlo, ni porque simplemente ocurrió. Habrá hecho y le habrán ocurrido en su vida miles de cosas, habrá dicho miles de palabras, pero éstas, las que están en el Evangelio, están allí porque revelan quién es -en realidad- Jesús.

Es muy importante entender esta «intención confesante» de las Escrituras, para comprender que la liturgia tiene exactamente la misma intención: cuando celebramos un hecho de la vida de Jesús (su nacimiento, su bautismo, su muerte), no lo hacemos por el gusto de evocar la biografía de un gran predicador del siglo I de nuestra era, sino para encontrar cómo en esos hechos se inscribe la realidad no visible de Jesús: él es el Cristo.

Visto desde afuera, es muy difícil comprender cómo la liturgia recorta los textos bíblicos y los une formando en cada celebración nuevas figuras: hoy un texto sirve para presentar el agua del bautismo de Jesús en el Jordán como testimonio de quién es Jesús, mañana ese mismo texto servirá para mostrar que el agua que manó del costado de Jesús es el testigo de su mesianidad. No se trata del mismo hecho, pero en realidad y en lo profundo -y eso es lo que la liturgia quiere destacar- se trata siempre del mismo signo: el agua en la que Jesús se sumerge en el bautismo de Juan abre la predicación de Jesús, que se cierra cuando esa agua sale de su cuerpo.

El bautismo que trae Juan es un bautismo de conversión, el que trae Jesús es un bautismo de unción. Juan bautista preparaba a los hombres al encuentro con Dios, Jesús realiza ese encuentro, es él mismo ese encuentro.

Los primeros creyentes, meditando en la figura de Jesús a la luz de la pascua, no entendían del todo por qué Jesús se hizo bautizar por Juan... ¿acaso necesitaba ser purificado? En los relatos del evangelio esa misma perplejidad está puesta en la figura del Bautista; Mateo, por ejemplo, señala que cuando Jesús se acercó a bautizarse Juan trató de impedírselo.

Esta pregunta siguió y sigue presente en la Iglesia: ¿por qué, Señor, era necesario que te sometieras a un bautismo de conversión, tú, que no necesitabas penitencia ni conversión? La liturgia la responde hoy a su manera: en signo, en enigma. Era necesario que Jesús comenzara su predicación en contacto con el agua, porque agua es lo que saldría de su cuerpo para llevar su salvación a todos los que creyeran en él.

El bautismo de conversión que traía Juan no es el mismo que el bautismo de unción en el Espíritu que trae Jesús; y sin embargo percibimos que debe haber entre esos dos bautismos una relación interior, profunda, misteriosa, que se nos escapa. La liturgia de la solemnidad de Bautismo del Señor, con ese raro pero cuidadoso tejido de textos, muestra el signo -el agua- sin desvelar el misterio. Pan y vino salidos de la tierra, agua, fuego de un Espíritu que a la vez es un aire que lo penetra todo y sopla donde quiere: no hay modo de racionalizar ese misterio del encuentro de Dios con nosotros, pero no hay duda de que ha puesto en movimiento todos los signos de la creación para que seamos capaces de percibirlo.


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