San Atanasio de
Alejandría,
Obispo y doctor de la Iglesia
Fecha: 2 de mayo
n.: c. 295
- †: 373 - país: Egipto
Otras formas del nombre:
Atanasio el Grande
Canonización:
pre-congregación
Hagiografía: J.
Quasten: Patrología
Elogio: Memoria
de san Atanasio, obispo y doctor de la Iglesia, el cual, preclaro por su
santidad y doctrina, en Alejandría de Egipto defendió con valentía la fe
católica desde el tiempo del emperador Constantino hasta Valente, por lo cual
tuvo que soportar numerosas asechanzas por parte de los arrianos y ser desterrado
en varias ocasiones. Finalmente, regresó a la Iglesia que se le había confiado,
donde, después de haber luchado y sufrido mucho con heroica paciencia, descansó
en la paz de Cristo en el cuadragésimo sexto aniversario de su ordenación
episcopal.
Patronazgos: protector
contra dolores de cabeza.
Refieren
a este santo: San Alejandro de Alejandría, San Basilio
Magno, San Dionisio de Milán, San Eusebio de Vercelli, San Eutiquio, San
Frumencio de Aksum, Santos Martires de Alejandría de Egipto, San Maximino de
Tréveris, San Pacomio, San Pafnucio, San Paulino de Tréveris, San Protasio de
Milán, San Servacio de Tongres, San Teodoro de Tabennesi
Oración: Dios todopoderoso y eterno, que hiciste de tu obispo san Atanasio un preclaro defensor de la divinidad de tu Hijo, concédenos, en tu bondad, que, fortalecidos con su doctrina y protección, te conozcamos y te amemos cada vez más plenamente. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén (oración litúrgica)
San Atanasio, «el campeón de
la ortodoxia», nació probablemente hacia el año 297, en Alejandría. Lo único
que sabemos de su familia es que sus padres eran cristianos y que tenía un
hermano llamado Pedro. Rufino nos ha conservado una tradición, según la cual,
Atanasio llamó la atención del obispo Alejandro un día que se hallaba «jugando
a la iglesia» con otros niños, en la playa. Pero esta tradición es muy
discutible, ya que, cuando Alejandro fue consagrado obispo, Atanasio debía
tener unos quince o dieciséis años. Como quiera que fuese, con ayuda del obispo
o sin ella. Atanasio recibió una educación excelente, que comprendía la
literatura griega, la filosofía, la retórica, la jurisprudencia y la doctrina
cristiana. Atanasio llegó a poseer un conocimiento excepcional de la Sagrada
Escritura. Él mismo dice que sus profesores de teología habían sido confesores
durante la persecución de Maximiano que había sacudido a Alejandría cuando él
era todavía un niño de pecho. Es interesante hacer notar que, según parece,
Atanasio estuvo desde muy joven en estrecha relación con los ermitaños del
desierto, sobre todo con el gran san Antonio: «Yo fui discípulo suyo -escribe-
y, cual Eliseo, vertí el agua en las manos de ese nuevo Elías». La amistad de
Atanasio con los ermitaños, le sirvió de mucho en su vida posterior. En 318,
cuando tenía alrededor de veintiún años, Atanasio hizo su aparición,
propiamente dicha, en eI escenario de la historia, al recibir el diaconado y
ser nombrado secretario del obispo Alejandro. Probablemente en ese período
compuso su primer libro: el famoso tratado de la Encarnación, en el que expuso
la obra redentora de Cristo.
Probablemente hacia el año
323, un sacerdote de la iglesia de Baukalis, llamado Arrio, empezó a escandalizar
a Alejandría, al propagar públicamente que el Verbo de Dios no era eterno, sino
que había sido creado en el tiempo por el Padre y que, por consiguiente, sólo
podía llamársele Hijo de Dios de un modo figurativo. El obispo le ordenó que
pusiese por escrito su doctrina y la presentó al clero de Alejandría y a un
sínodo de obispos egipcios. Con sólo dos votos en contra, la asamblea condenó
la herejía de Arrio y le depuso, junto con otros once sacerdotes y diáconos que
le apoyaban. El heresiarca pasó entonces a Cesarea, donde siguió propagando su
doctrina y consiguió el apoyo de Eusebio de Nicomedia y otros prelados sirios.
En Egipto se había ganado ya a los «melecianos» y a muchos de los
intelectuales; por otra parte, sus ideas, acomodadas al ritmo de las canciones
populares, habían sido divulgadas con increíble rapidez, por los marineros y
mercaderes en todos los puertos del Mediterráneo. Se supone, con bastante
probabilidad que Atanasio, en su calidad de archidiácono y secretario del
obispo, tomó parte muy activa en la crisis y que escribió una carta encíclica,
en la que anunciaba la condenación de Arrio. Pero en realidad, lo único que
podemos afirmar con certeza, es que acompañó a su obispo al Concilio de Nicea,
donde se fijó claramente la doctrina de la Iglesia, se confirmó la excomunión
de Arrio y se promulgó la confesión de fe conocida con el nombre de Credo de
Nicea. Es muy poco probable que Atanasio haya tomado parte activa en las
discusiones de la asamblea, puesto que no tenía sitio en ella. Pero, si
Atanasio no ejerció ninguna influencia sobre el Concilio, el Concilio la
ejerció sobre él, ya que -como ha dicho un escritor moderno-, toda la vida
posterior de Atanasio fue, a la vez, un testimonio de la divinidad del Salvador
y una ratificación heroica de la profesión de fe de los Padres de Nicea.
Poco después del fin del
Concilio murió Alejandro. Atanasio, a quien había nombrado para sucederle, fue
elegido obispo de Alejandría, a pesar de que aún no había cumplido los treinta
años. Casi inmediatamente, emprendió la visita de su enorme diócesis, sin
excluir la Tebaida y otros monasterios; los monjes le acogieron en todas partes
con gran júbilo, pues Atanasio era un asceta como ellos. Otra de sus medidas
fue nombrar a un obispo para Etiopía, que acababa de convertirse al
cristianismo. Pero desde el principio de su gobierno, Atanasio tuvo que hacer
frente a las disensiones y a la oposición. No obstante sus esfuerzos por
realizar la unificación, los melecianos se obstinaron en el cisma e hicieron
causa común con los herejes; por otra parte, los arrianos, a los que el
Concilio de Nicea había atemorizado por un momento, reaparecieron con mayor
vigor que antes, en Egipto y en Asia Menor, donde encontraron el apoyo de los
poderosos. En efecto, el año 330, Eusebio de Nicomedia, el obispo arriano,
volvió del destierro y consiguió persuadir al emperador Constantino, cuya
residencia favorita se encontraba en su diócesis, a que escribiese a Atanasio y
le obligase a admitir nuevamente a Arrio a la comunión. El santo obispo
respondió que la Iglesia católica no podía estar en comunión con los herejes
que atacaban la divinidad de Cristo. Entonces, Eusebio escribió una amable
carta a Atanasio, tratando de justificar a Arrio; pero ni sus halagos ni las
amenazas del emperador lograron hacer mella en aquel frágil obispo de corazón
de león, a quien más tarde Juliano el Apóstata trató de ridiculizar con el
nombre de «el enano». Eusebio de Nicomedia escribió, entonces, a los melecianos
de Egipto, exhortándolos a poner por obra un plan para deponer a Atanasio. Así,
los melecianos acusaron al santo obispo de haber exigido un tributo para
renovar los manteles de sus iglesias, de haber enviado dinero a un tal
Filomeno, de quien se sospechaba de haber traicionado al emperador y de haber
autorizado a uno de sus legados para destruir el cáliz en el que celebraba la
misa un sacerdote meleciano, llamado Iskiras. Atanasio compareció ante el
emperador; demostró plenamente su inocencia y volvió, en triunfo, a
Constantinopla, con una carta ecomiástica de Constantino. Sin embargo, sus
enemigos no se dieron por vencidos, sino que le acusaron de haber asesinado a
Arsenio, un obispo meleciano y le convocaron a comparecer ante un concilio que
iba a tener lugar en Cesarea. Sabedor de que su supuesta víctima estaba
escondida, Atanasio se negó a comparecer. Pero el emperador le ordenó que se
presentase ante otro concilio, convocado en Tiro el año 335. Como se vio más
tarde, la asamblea estaba llena de enemigos de san Atanasio, y el presidente
era un arriano que había usurpado la sede de Antioquía. El conciliábulo acusó a
Atanasio de varios crímenes, entre otros, el de haber mandado destruir el
cáliz. El santo demostró inmediatamente su inocencia, por lo que tocaba a
algunas de las acusaciones, y pidió que se le concediese algún tiempo para
obtener las pruebas de su inocencia en las otras. Sin embargo, cuando cayó en
la cuenta de que la asamblea estaba decidida de antemano a condenarle, abandonó
inesperadamente la sala y se embarcó con rumbo a Constantinopla. Al llegar a
dicha ciudad, se hizo encontradizo con la comitiva del emperador, en la calle,
y obtuvo una entrevista. Atanasio probó su inocencia en forma tan convincente
que, cuando el Concilio de Tiro anunció en una carta que Atanasio había sido condenado
y depuesto, Constantino respondió convocando al Concilio en Constantinopla para
juzgar de nuevo el caso. Pero súbitamente, por razones que la historia no ha
logrado nunca poner en claro, el monarca cambió de opinión. Los escritores
eclesiásticos no se atrevieron naturalmente a condenar al cristianísimo
emperador; pero al parecer, lo que le había molestado fue la libertad
apostólica con que le habló Atanasio en una entrevista posterior. Así pues,
antes de que la primera carta imperial llegase a su destino, Constantino
escribió otra, por la que confirmaba la sentencia del Concilio de Tiro y
desterraba a Atanasio a Tréveris, en las Galias.
La historia no ha conservado
ningún detalle sobre ese primer destierro, que duró dos años, excepto que el
obispo de la localidad acogió hospitalariamente a Atanasio, y que éste se
mantuvo en contacto epistolar con su grey. El año 337 murió Constantino. Su
imperio se dividió entre sus tres hijos: Constantino II, Constancio y
Constante. Todos los prelados que se hallaban en el destierro fueron
perdonados. Uno de los primeros actos de Constantino II fue el de entronizar
nuevamente a Atanasio en su sede de Alejandría. El obispo entró triunfalmente
en su diócesis. Pero sus enemigos trabajaban con la misma actividad de siempre
y Eusebio de Nicomedia se ganó enteramente al emperador Constancio, en cuya
jurisdicción se encontraba Alejandría. Atanasio fue acusado ante el monarca, de
provocar la sedición y el derramamiento de sangre y de robar el grano destinado
a las viudas y los pobres. Eusebio consiguió, además, que un concilio realizado
en Antioquía, depusiese nuevamente a Atanasio y ratificase la elección de un
obispo arriano para su sede. La asamblea llegó incluso a escribir al papa, san
Julio, para invitarle a suscribir la condenación de Atanasio. Por otra parte,
la jerarquía ortodoxa de Egipto escribió una encíclica al papa y a todos los
obispos católicos, en la que exponía la verdad sobre san Atanasio. El Sumo
Pontífice aceptó la proposición de los eusebianos para que se reuniese un
sínodo a fin de zanjar la cuestión. Entre tanto, Gregorio de Capadocia había
sido instalado en la sede de Alejandría; ante las escenas de violencia y
sacrilegio que siguieron a su entronización, Atanasio decidió ir a Roma a
esperar la sentencia del concilio. Éste tuvo lugar sin los eusebianos, que no
se atrevieron a comparecer, y terminó con la completa reivindicación de san
Atanasio. El Concilio de Sárdica ratificó poco después esa sentencia. Sin
embargo, Atanasio no pudo volver a Alejandría sino hasta después de la muerte
de Gregorio de Capadocia, y sólo porque el emperador Constancio, que estaba a
punto dé declarar la guerra a Persia, pensó que la restauración de san Atanasio
podía ayudarle a congraciarse con su hermano, Constante. El obispo retornó a
Alejandría, después de ocho años de ausencia. El pueblo le recibió con un
júbilo sin precedente y, durante tres o cuatro años, las guerras y disturbios
en que estaba envuelto el imperio le permitieron permanecer en su sede,
relativamente en paz. Pero Constante, que era el principal sostén de la
ortodoxia, fue asesinado y, en cuanto Constancio se sintió dueño del Oriente y
del Occidente, se dedicó deliberadamente a aniquilar al santo obispo, a quien
consideraba como un enemigo personal. El año de 353, obtuvo en Arlés que un
conciliábulo de prelados interesados condenase a san Atanasio. El mismo año, el
emperador se constituyó en acusador personal del santo en el sínodo de Milán;
y, sobre un tercer concilio, no mejor que los anteriores, escribió san Jerónimo:
«El mundo se quedó atónito al verse convertido al arrianismo». Los pocos
prelados amigos de san Atanasio fueron desterrados; entre ellos se contaba al
papa Liberio, a quien los perseguidores mantuvieron exilado en Tracia hasta
que, deshecho de cuerpo y espíritu, aceptó momentáneamente la condenación de
Atanasio.
El santo consiguió
mantenerse algún tiempo en Egipto con el apoyo del clero y del pueblo. Pero la
resistencia no duró mucho. Una noche, cuando se hallaba celebrando una vigilia
en la iglesia, los soldados forzaron las puertas y penetraron para herir o
matar a los que opusieran resistencia. Atanasió logró escapar
providencialmente, y se refugió entre los monjes del desierto, con los que
vivió escondido seis años. Aunque el mundo sabía muy poco de él, Atanasio se
mantenía muy al tanto de lo que sucedía en el mundo. Su extraordinaria
actividad, reprimida en cierto sentido, se desbordó en la esfera de la
producción literaria; muchos de sus principales tratados se atribuyen a ese
período. A poco de la muerte de Constancio, ocurrida en 361, siguió la del
arriano que había usurpado la sede de Alejandría, quien pereció a manos del
populacho. El nuevo emperador, Juliano, revocó todas las sentencias de
destierro de su predecesor, de suerte que Atanasio pudo volver a su ciudad.
Pero la paz duró muy poco. Los planes de Juliano el Apóstata para paganizar la
cristiandad encontraban un obstáculo infranqueable en el gran campeón de la fe
en Egipto. Así pues, Juliano le desterró «por perturbar la paz y mostrarse hostil
a los dioses», Atanasio tuvo que refugiarse una vez más en el desierto. En una
ocasión estuvo a punto de ser capturado: se hallaba en una barca, en el Nilo,
cuando sus compañeros, muy alarmados, le hicieron notar que una galera imperial
se dirigía hacia ellos. Sin perder la calma, Atanasio dio la orden de remar al
encuentro de la galera. Los perseguidores les preguntaron si habían visto al
fugitivo: «No está lejos -fue la respuesta-; remad aprisa si queréis
alcanzarle». La estratagema tuvo éxito. Durante su destierro, que era ya el
cuarto, san Atanasio recorrió la Tebaida de un extremo al otro. Se hallaba en
Antinópolis cuando dos solitarios le dieron la noticia de que Juliano acababa
de morir, en Persia, atravesado por una flecha.
El santo volvió inmediatamente
a Alejandría. Algunos meses más tarde, fue a Antioquía invitado por el
emperador Joviniano, quien había revocado la sentencia de destierro. Pero el
reinado de Joviniano fue muy breve y, en mayo del 365, el emperador Valente
publicó un edicto por el que desterraba a todos los prelados a quienes
Constancio había exilado y los sustituía por los de su elección. Atanasio se
vio obligado a huir una vez más. El escritor eclesiástico Sócrates dice que se
ocultó en la sepultura de su padre; pero una tradición más probable sostiene
que se refugió en una casa de los alrededores de Alejandría. Cuatro meses
después, Valente revocó el edicto, tal vez por temor de que estallase un
levantamiento entre los egipcios, que estaban cansados de ver sufrir a su amado
obispo. El pueblo le escoltó hasta su casa, con grandes demostraciones de
júbilo. San Atanasio había sido desterrado cinco veces y había pasado
diecisiete años en el exilio; pero, en los últimos siete años de su vida, nadie
le disputó su sede. En ese período escribió, probablemente, la «Vida de San
Antonio». Murió en Alejandría, el 2 de mayo del año 373; su cuerpo fue,
después, trasladado a Constantinopla y más tarde, a Venecia.
San Atanasio fue el hombre
más grande de su época y uno de los más grandes jefes religiosos de todos los
tiempos. No se puede exagerar el valor de los servicios que prestó a la
Iglesia, pues defendió la fe en circunstancias particularmente difíciles y salió
triunfante. El cardenal Newman sintetizó su figura al decir que fue «uno de los
principales instrumentos de que Dios se valió, después de los Apóstoles, para
hacer penetrar en el mundo las sagradas verdades del cristianismo». Aunque casi
todos los escritos de san Atanasio surgieron al calor de la controversia,
debajo de la aspereza de las palabras corre un río de profunda espiritualidad
que se deja ver en todos los recodos y revela las altas miras del autor. Como
un ejemplo, citaremos su respuesta a las objecciones que los arrianos oponían a
los textos «Pase de Mí este cáliz» y «¿Por qué me has abandonado?»:
¿No es acaso una locura
admirar el valor de los ministros del Verbo y decir que el Verbo, de quien
ellos recibieron el valor, tuvo miedo? Precisamente el valor invencible de los
santos mártires prueba que la Divinidad no tuvo miedo y que el Salvador acabó
con nuestro temor. Porque, así como con su muerte destruyó la muerte y con su
humanidad nuestras miserias humanas, así, con su temor destruyó nuestro temor y
consiguió que nunca más temiésemos la muerte. Su palabra y su acción son una
misma cosa ... Humanas fueron las palabras: «Pase de mí este cáliz» y «¿Por qué
me has abandonado?»; pero devina fue la acción por la que Él, el mismo Verbo,
hizo que el sol se detuviera y los muertos resucitasen. Así, hablando
humanamente, dijo: «Mi alma está turbada»; y, hablando divinamente: «Tengo
poder para entregar mi vida y volver a tomarla». Turbarse era propio de la
carne; pero tener poder para entregar la vida y recobrarla a voluntad no es
propiedad del hombre, sino del poder del Verbo. Porque el hombre no muere
voluntariamente, sino por obra de la naturaleza y contra su voluntad; pero el
Señor, que es inmortal puesto que no tiene carne mortal, podía, a voluntad, como
Dios que es, separarse del cuerpo y volver a tomarlo ... Así pues, dejó sufrir
a su cuerpo, pues para ello había venido, para sufrir corporalmente y conferir
con ello la impasibilidad y la inmortalidad a la carne; para tomar sobre sí
ésas y otras miserias humanas y destruirlas; para que después de Él todos los
hombres fueran incorruptibles como templos del Verbo.
La principal fuente sobre la
vida de san Atanasio es la de sus propios escritos; pero el santo estuvo tan
mezclado a la historia de su época, que habría que citar a innumerables
autores. El cardenal Newman, siendo todavía anglicano, hizo inteligible la
complicada situación de la época, tanto en su obra sobre san Atanasio mismo,
como en Causes of the Rises and Success of Arrianism. Hay también un brillante
capítulo sobre San Atanasio en The Greek Fathers (1908), de A. Fortescue. En
castellano, en BAC, la «Patrología» (tomo II) de Quasten trata extensamente del
santo y sus escritos. Una buena manera de acercarse a los escritos de san
Atanasio es leer los fragmentos que de él nos ofrece el Oficio de Lecturas. Son
muchos los que podemos encontrar, he aquí algunos ejemplos: en la liturgia de
hoy, día del santo, también, cómo no, en el Domingo de la Santísima Trinidad, y
el día de Santa María, Madre de Dios. El papa Benedicto XVI dedica una
catequesis al santo.). Hay accesible en español una buena traducción reciente
de la "Vida de san Antonio" por san Atanasio, editada por Cuadernos
Monásticos.
fuente: J. Quasten:
Patrología
accedido 27455 veces
ingreso o última
modificación relevante: ant 2012
Estas biografías de santo
son propiedad de El Testigo Fiel. Incluso cuando figura una fuente, esta ha
sido tratada sólo como fuente, es decir que el sitio no copia completa y
servilmente nada, sino que siempre se corrige y adapta. Por favor, al citar
esta hagiografía, referirla con el nombre del sitio (El Testigo Fiel) y el
siguiente enlace: https://www.eltestigofiel.org/index.php?idu=sn_1463
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